domingo, 1 de abril de 2012

DON LUIS TOUSSAINT, MI VIEJO AMIGO

Don Luís era un vendedor de seguros. Hombre de baja estatura y graciosa apariencia, con el pelo largo y encanecido, y su inseparable sombrero. Era de esos personajes con quien uno simpatiza desde el primer instante. Su enorme optimismo, su sencilla elocuencia y gran amor por la vida permitían que con facilidad, quien le llegaba a conocer de inmediato lo considerara un buen amigo.

Tenía una pasión desmesurada por la música. Disfrutaba a lo loco de Beethoven, de Bach, de Vivaldi, pero sobre todo de las creaciones de Mozart. Deliraba con las sinfonías, entraba en éxtasis con los conciertos de piano y se ponía a bailar con las hermosísimas sonatas.

Llamaba mi atención para que escuchara detenidamente algún delicioso pasaje de una obra, parecía como si todas las creaciones del gran maestro de Salzburgo fueran de su total dominio. Cantaba las áreas de las óperas, simulaba tocar el piano e incluso aparentaba ser un magnífico director de orquesta.

Era como un mágico personaje, como un profeta que allanaba los caminos de los grandes maestros. Y no le costaba trabajo conseguir nuevos adeptos. Yo fui uno de sus conversos.

Primero lo ví como un excelente cliente, le vendía tantos discos!, que celebraba cada una de sus visitas; después aprendí a apreciarlo como amigo. Porque eso era, un excelente amigo portador de buenas nuevas. Había mucho que aprenderle..

Recuerdo que un día, hablando de tantos idiomas que hay en el mundo me dijo que el inglés era el idioma de los negocios, el italiano idioma ideal para cantar, el alemán más que propicio para insultar a la gente, el francés el idioma perfecto para el amor… ¿Y el español? – me atreví a interrumpirle- ¡Ah!, ese es el idioma perfecto para hablar con Dios.

Don Luís tenía un estudio saturado de discos y libros. Un valiosísimo tesoro que había logrado reunir durante años y años de su vida. Me sentí realmente fascinado, y él como un niño que presume sus juguetes con desbordante alegría. Una inmensa colección de discos de acetato. Joyas valiosas adquiridas aquí y allá, que me eran totalmente desconocidas.

Su familia también era algo especial. Mientras comían todos contribuían a completar un enorme rompecabezas que tenían sobre la mesa. Para lo cual eran unos auténticos expertos. Las paredes del comedor lucían grandes cuadros de piezas diminutas que eran auténticos monumentos a la paciencia.

Tiempo después deje de ver a Don Luís. Se me hizo muy extraña su ausencia. Más un día lo vi llegar acompañado de su hijo Lorenzo. De inmediato me dí cuenta que estaba enfermo. Muy delgado y demacrado, con los largos cabellos ahora en desorden y la ropa colgando porque ya no era de su medida.

Lo saludé con gran afecto, agregando un adicional abrazo, pues sentí que esta vez lo necesitaba y merecía. El me miró muy sonriente, aparentando estar tan feliz como siempre. Más al rato, así como quien comenta algo sin mucha importancia, me confesó que le habían descubierto un tumor cerebral y este era inoperable. Tenía poco tiempo de vida.

Me quedé mudo de la sorpresa. Su hijo se apartó cabizbajo. Y ante mi angustioso desconcierto; con un derroche de optimismo me dijo: “pero hasta ahora nada ha pasado, sigo aquí lleno de vida. Ponme algo de Mozart que nos hace falta un poco de alegría”.

Don Luís me enseñó muchas lecciones de vida, aún sin proponérselo, aunque a decir verdad fui un pésimo alumno. Así hay personas que pasan a nuestro lado. Casi siempre recordamos a quienes al pasar nos dañan, pero también hay muchos que pusieron una chispa en nuestras vidas.

Después de tantos años, porque hace muchos años de todo esto, quiero decirte amigo Luís, dondequiera que estés, que te sigo recordando con alegría.

EL AÑO DEL HAMBRE

Mi madre era una mujer que le encantaba contar historias, así que ya sabe de donde me viene la herencia; más por desgracia, y pese a que nos repitió algunas de ellas en diversas ocasiones, no se me quedaron grabadas en la memoria. Como lo lamento ahora. Me hubieran servido demasiado, aunque sea para contárselas a todos ustedes.

Muchas de sus historias estaban relacionadas con “el año del hambre”, ahora vengo a saber que fue el año de 1915. Eran tiempos conflictivos, tiempos de la Revolución, donde el pueblo de México la pasó verdaderamente mal.

Aquél año no hubo suficiente frijol, ni maíz y mucho menos trigo. Así que la hoya se quedó sin frijolitos, el comal sin tortillas y el canasto sin pan. Así que ante tales circunstancias todos los mexicanos pobres se llenaron... pero de hambre, mucho más que de costumbre.

Todo aquello vino a causa de una enorme sequía y para completar el cuadro una plaga de langostas atacó la región del sureste mexicano. Dicen que ern tantos los chapulines, que el cielo se oscurecía y cuando bajaban a un terreno, las ramas de los árboles tronaban por el peso de miles y miles de langostas hambrientas, que se comían todas las hojas hasta dejar los árboles en pie con todas sus ramas pelonas. Como se conocían formas de controlar una plaga así, se vieron afectadas gravemente la región sur, central y la Mixteca.

Los hacendados ocultaban sus cosechas con el fin de venderlas a mayor precio y aumentar sus ganancias. Luego llegaron las enfermedades, el tifo y la viruela negra provocando infinidad de muertos, y los campesinos se limitaban a intentar controlar la situación con remedios caseros. Y para colmo de males, estaba la Revolución. Vaya precio que tuvieron que pagar nuestros abuelos para que nosotros tuviéramos un México más libre.

JOHANNES GUTEMBERG Y LA IMPRENTA

Johannes Gutemberg nació entre los años 1394 y 1399 en la ciudad de Mainz, Alemania. Su familia estaba a cargo de la casa de moneda arzobispal, por lo cual eran auténticos expertos en todo lo relacionado con la metalurgia. Y participaban en los procedimientos judiciales para detectar los casos de falsificación.
Por razones un tanto desconocidas, Johannes emigró a Estrasburgo, donde se colocó con gran facilidad entre la gente de sociedad, perteneciendo a la asociación de orfebres, a donde solo podían ingresar los auténticos expertos e involucrados en dicho negocio.
Gutenberg se dedicó al tallado de gemas, la manufactura de lupas y otras artes relacionadas con la orfebrería. Por esos mismos tiempos comenzó a experimentar con tipografía pretendiendo realizar una imprenta. Esto le obsesionó a tal grado que hasta se le olvidaron sus más importantes compromisos, de los cuales uno de ellos le fue luego recordado a través de una demanda por incumplimiento de promesa de matrimonio, promovido por una joven llamada Ennel Tur. No hay nota alguna que nos haga saber en qué paró la demanda, pero Gutenberg siguió obsesionado con hacer una imprenta y los siguientes años no hubo cosa alguna que le sacara su idea de la cabeza.
Más Gutenberg no era el único que trabajaba con la idea de la imprenta. Los hermanos George y Klaus Dritzhen lo demandaron por supuesto plagio de algo relacionado con la tipografía. Aunque también sobre esto no hay grandes referencias que aclaren en que quedó el asunto.
Gutenberg se asoció con un rico comerciante y prestamista de Mainz, Johannes Fust, para terminar en definitiva la creación de su imprenta, misma que partió de una prensa de vinos que se usaba en el valle del Rhin, haciéndole algunas aplicaciones.
La apuración de Gutenberg por realizar su imprenta era que había tantas gentes intentándolo que si no se apuraba, alguien le ganaría la patente y... un lugar en la historia. Más con el apoyo económico de Fust, el año de 1452 quedó terminada la imprenta, una prensa manual, en la que la tinta era aplicada con un rodillo sobre las superficies resaltadas de las letras o tipos colocados en un marco de madera, sobre el cual se prensaba una hoja de papel. ¡Toda una maravilla!. Y con este novedoso artefacto prensaron su primer libro: La Biblia.
Más al parecer hubo por ahí problemas, porque Fust entabló una demanda contra Gutenberg, reclamando el dinero aportado, y terminó este nefasto prestamista por quedarse con gran parte del equipo de trabajo, incluyendo un copioso inventario de tipos, dejando con ello al pobre Gutenberg al borde de la histeria y la bancarrota.
Posteriormente, Gutenberg manufacturó un nuevo equipo de impresión con la ayuda recibida de Conrad Humery, un rico y distinguido Doctor en Leyes, líder del partido popular y Canciller del Concejo.
Durante el saqueo de la ciudad, Gutenberg tuvo que exiliarse, pero regresó trabajando en la corte de Adolfo Segundo, Arzobispo de Mainz, quien se convirtió en su patrón. Más fue tratado siempre como un hombre distinguido y como reconocimiento a sus logros le otorgaban prestaciones tales como vestido y otras provisiones, lo que le evitó pasar mayores necesidades.
Murió el 3 de febrero de 1468 y fue enterrado como un terciario o religioso tercero en una iglesia franciscana que ya no existe.
El invento de Gutenberg se propagó rápidamente y encontró una recepción entusiasta en todos los centros de cultura. Los nombres de mas de 1,000 impresores, en su mayoría de origen alemán, han llegado hasta nosotros desde el siglo Quince. Muchos de ellos fueron discípulos de Gutenberg o ayudantes en la casa de impresión Gutenberg-Fust.
El uso de la imprenta se extendió por toda Europa y provocó una revolución cultural, al permitir que disminuyeran los precios de los libros y poner el conocimiento al alcance de las masas. Fue decisivo en el surgimiento del Renacimiento, de las identidades nacionales al popularizarse textos no latinos y de las revoluciones políticas de ese continente. La imprenta cambió la conciencia de la Humanidad.
El sistema desarrollado por Gutemberg permaneció como estándar hasta el siglo Veinte. A lo largo de los siglos se desarrollaron nuevas tecnologías de impresión basados en la imprenta de Gutemberg, como la imprenta de vapor, el linotipo, el monotipo y la impresión en offset.
En Mainz existe actualmente un museo que recrea la imprenta y el taller de Johannes Gutemberg, su ciudadano más ilustre.

LA ESCALERA ELÉCTRICA

Jesse Wilford Reno, quien nació el año de 1861 en la ciudad norteamericana de Kansas, tenía tan solo 16 años, cuando invento una escalera inclinada y móvil; todo como un instrumento de diversión, y sin que le diera mayor importancia. Después de graduarse como ingeniero en Pennsylvania, fue contratado para construir la primera vía ferroviaria eléctrica en el sur de los Estados Unidos.

El año de 1891se le ocurrió patentar su vieja escalera, misma que fue instalada como un juego mecánico, 4 años después, en un parque de diversiones en Coney Island, Brooklyn.

El éxito fue abrumador, más de 75 000 personas se subieron durante dos semanas a la escalera eléctrica, cuya única diversión era subir y bajar en ella. Unos años después, otro inventor llamado Charles Seeberg, desarrolló una variante de dicha escalera, con escalones de madera y ambos inventos fueron presentados el año de 1900 durante la Exposición Internacional de París.

La compañía de Elevadores Otis compró ambas patentes y en 1920 sus ingenieros, combinaron ambos diseños para crear la escalera eléctrica moderna, misma que resultó ser un magnífico negocio cuando se le dio la utilidad práctica que usted bien conoce. Y todo comenzó... como un sencillo juego de feria.

EL AVE FENIX

En los hermosísimos jardines del paraíso terrenal; ahí precisamente bajo el árbol de la sabiduría, creció un singular y hermosísimo rosal. Al abrirse la primera de sus rosas, de ella surgió un pájaro, cuyo vuelo era como un rayo de luz, su plumaje de luminosos y arrebatados colores y un canto arrobador que conducía al éxtasis a todo el que lo escuchaba.
A Eva le fascinaba aquélla ave majestuosa, por ello acudía con frecuencia a aquél rincón del Paraíso. La sabiduría no era de su mayor interés, para que no vaya a pensarse que le atraía demasiado el afamado árbol que propició tantos conflictos.
En una de aquellas escapadas que se daba para escuchar el canto de aquella ave maravillosa, apareció por ahí la serpiente provocando la historia que usted ya tiene por demás de conocida, y que como también usted lo sabe, terminó con la llegada de un ángel que con espada desenvainada, y que no era una espada cualquiera, porque era de fuego, echó fuera del bellísimo recinto a Eva por seductora y a Adan por alcahuete. Y no dude usted de que haya sido acuñada en aquél momento la frase de que “tanto peca el que mata la vaca, como el que le estira la pata”, misma que seguramente salió de la boca del ángel furibundo ante los reclamos del padre Adán cuando le alegó “y yo porqué?”.
Pero por favor no nos salgamos del tema. En uno de aquellos movimientos intimidatorios que hizo el colérico angelito, las chispas volaron aquí y allá desde su espada y una fue a caer directamente sobre el nido del hermoso pájaro que ardió de inmediato cual si hubiese caído sobre él todo el fuego del infierno. La pobre avecilla murió abrasada; pero por obra divina, porque no se explica de otra manera, estaba al parecer empollando un magnífico huevo; el cual con el fuego se puso al rojo vivo, y al romperse de él salió un ave aún más hermosa y reluciente: la llamada “Ave Fenix”.
Esta ave mitológica. Dicen que es semejante a un águila, de bellísimo plumaje color naranja, rojo y oro, y con una cresta que la hacía aún más fantástica. Relata Herodoto, el afamado historiador griego, que el jamás vio este maravillo pájaro, más que en pinturas, aunque no dudaba de su existencia. Decía que sólo visitaba el país cada 500 años; precisamente cuando el ave sentía que llegaba el momento de su muerte. Entonces realizaba un vuelo majestuoso que abarcaba todo el cielo conocido, viendo todos los bosques, que revisaba cuidadosamente hasta encontrar el árbol más alto para posarse y hacer su nido. Lo construía con hojas de plantas aromáticas: menta, ruda, eucalipto, casia, nardos, cinamoro, mirra y resina de pino. Después de realizada su hermosa obra, entonaba su hermosísimo canto invitando al sol para que enviara el fuego entre sus rayos.
El nido ardía como aromática y celestial ofrenda y el ave se consumía volviendo luego a resurgir renovada de sus cenizas, misas que tomaba entre sus garras, antes de emprender el vuelo, para luego dirigirse a la mítica ciudad de Helióplois, donde habría de depositarlas a manera de ofrenda en el altar del templo consagrado al sol.

ALEXANDER FLEMING Y WINSTON CHURCHILL

Un agricultor pobre de Inglaterra se encontraba cierto día trabajando en el campo, cuando de pronto escuchó gritos provenientes desde el pantano de alguien que solicitaba ayuda. Dejó sus herramientas y corrió presuroso hacia donde se escuchaban los angustiosos gritos.

Hundiéndose en el pantanoso fango se encontró a un pequeño aterrorizado, que trataba infructuosamente de salir, pero entre más se movía más se hundía en el fango. El agricultor salvó al niño, más no sin grandes dificultades.

Al día siguiente, un pomposo carruaje llegó hasta el pequeño terreno del agricultor, y de él bajó un noble inglés elegantemente vestido, quien se identificó como el padre del pequeño que Fleming, el agricultor, había salvado.

El noble agradeció al agricultor el que salvara a su hijo y le ofreció una recompensa, más el campesino se negó rotundamente a aceptarla, porque le parecía más que suficiente el haber tenido la oportunidad de hacer un acto de esa índole.

En ese momento el hijo de aquél humilde hombre salió a la puerta de la casa de la familia. Y el noble le propuso llevarlo con él y pagarle una buena educación. Así estaría retribuyendo de alguna forma el que se hubiera salvado a su hijo.

El campesino aceptó la propuesta y su hijo con el paso del tiempo se graduó en la Escuela de Medicina y fue tan brillante que su nombre hoy es recordado: Sir Alexander Fleming, el descubridor de la Penicilina.

Por cierto que el hijo de aquél noble que estuvo a punto de perecer en el pantano cayó años después enfermo de pulmonía y por supuesto que fue salvado gracias a la Penicilina. O sea que una vez lo salvó el padre y otra vez lo salvó el hijo.

¿Su nombre? Sir Winston Churchil, uno de los hombres más ilustres de Inglaterra.

LEON TOLSTOI, REGAÑADO POR SU MUJER

El gran novelista ruso León Tolstoi se casó con una mujer muy bonita, pero muy regañona. Podrían haber creado un magnífico hogar, pero crearon, o ella creó, un infierno. Cuando tenía 82 años Tolstoi no se sintió capaz de seguir soportando la infelicidad de su hogar, y una noche de noviembre de 1910, en medio de una fuerte nevada, se marchó de casa en medio del frío y sin saber a dónde ir. Once días más tarde murió en una estación de ferrocarril, y la última petición fue que no permitieran a su esposa verlo.
Ella reconoció dolorosamente ante sus hijos que era la causante de la muerte de su marido, decía que estaba loca y jamás se dio cuenta del daño que le estaba provocando.
En cierta ocasión el escritor Mariano de Blas escribió por ahí estas palabras muy significativas y que hacen referencia a este problema: Prefiero tus besos a tus regaños que son como arañazos. Hago más caso a tus peticiones, si las haces con cariño. Pídeme lo que quieras, pero pídemelo con amor. No me regañes, cariño.

EL REY LUIS XI Y SU ASTRÓLOGO

Una tarde el rey Luis XI llamó al astrólogo a su habitación, ubicada en lo alto del castillo. Antes de que el hombre llegara, el rey indicó a sus sirvientes que, cuando él diera la señal, debían apresar al astrólogo, llevarlo hasta la ventana y arrojarlo al vacío.
El astrólogo llegó a los aposentos del rey, pero antes de dar la señal Luis XI resolvió formularle una última pregunta: “Usted afirma entender de astrología y conocer el destino de los demás, así que dígame cuál será su destino y cuánto tiempo de vida le queda”.
“Moriré exactamente tres días antes que su Majestad”, respondió el astrólogo. El rey nunca dio la señal a sus siervos. Perdonó la vida al astrólogo y no sólo lo protegió durante toda su vida, sino que lo colmó de obsequios y lo hizo atender por los mejores médicos de la corte.
El astrólogo vivió varios años más que el rey. Así que falló en su pronóstico, perdiendo con ello su reputación de buen adivino. Aunque viéndolo bien, lo más seguro es que adivinó las intenciones del rey y fue más astuto de lo que pensaban.