A la muerte del emir Abd Allah, en el año 891, su nieto Abderramán, de tan solo 21 años, accedió al poder de la provincia de Qurtuba, hoy llamada Córdova, en España, dominada en ese tiempo por los musulmanes. Era un hombre decidido y emprendedor, por lo cual de inmediato arremetió contra los grupos rebeldes hasta dominarlos, sometiendo por completo a su poder todos los dominios de la región y con ello se proclamó califa, sucesor del profeta y príncipe de los creyentes, independizándose de Bagdad, tanto política como religiosamente.
Siendo un gran estratega y de gran habilidad en el manejo de sus ejércitos, logró múltiples victorias, estableciendo el predominio musulmán sobre los reyes cristianos, dominando Toledo, Badajoz y Zaragoza, y, en el norte de Africa, Ceuta, Melilla y Tánger.
Abderramán era un hombre de gran carisma, audaz, enérgico y valeroso, que llevó su reinado al máximo esplendor, desarrollando la industria, la agricultura y el comercio, lo cual colocó a Córdoba como la capital más progresista de Europa, luciendo espectaculares construcciones, y con un apoyo muy acertado al arte, la cultura y la ciencia.
Córdoba pronto se convirtió en sitio obligado para los poetas, músicos y sabios. De todas partes llegaban gentes, formándose una masa heterogénea de razas y religiones.
Para congraciarse con el valeroso califa Abderramán, los monarcas de otros reinos le enviaban fabulosos regalos: obras de arte, piedras preciosas, libros de gran valor y hermosas esclavas.
Cuentan que una mañana, paseando el joven califa por el patio de naranjos del palacio, vio llegar una comitiva con una buena cantidad de mulas cargadas de valiosos presentes, y unos eunucos que venían custodiando a un grupo de esclavas de sorprendente belleza. Un presente el emir de Granada, quien deseaba congratularse ente los ojos de Abderramán.
El califa no prestó atención al cargamento de obras de arte y joyas preciosas, sus ojos se posaron sobre una hermosa jovencita de piel suave, pelo negro y ensortijado y ojos encantadores. Se abrió paso entre los animales y eunucos, hasta llegar con aquella divina princesa esclavizada y preguntarle:
-¿cómo te llamas? –
-Azahara, me llamo Azhara mi señor – contestó con intenso nerviosismo.
Abderramán no resistió la tentación y pasó con suavidad su mano por la mejilla de la bella jovencita. Ella bajó los ojos totalmente ruborizada. Abderramán sintió volverse loco por ella y a partir de ese momento la convirtió en su favorita. El joven califa, quien era poseedor de una inmensa fortuna; amo y señor de extensos territorios, donde todos sus súbditos se postraban a su paso, cayó súbitamente fulminado por los humildes hechizos de la hermosa mujer. Podía haberla tomado, como a cualquier esclava y hacerla suya sin ningún tipo de miramientos, pero no lo pensó de esa manera. Quiso seducirla poniendo todo cuanto era y poseía a sus pies. El rey se volvió esclavo y la esclava reyna. ¡Vaya cosas que logra el amor!
Abderramán había ganado muchas batallas, levantó un poderoso imperio donde florecían las ciencias y las artes y era temido y respetado por los reyes y líderes vecinos; pero ahora nada le parecía importante. Toda su pasión se desbordó en Azhara. Tenía que demostrarle hasta donde llegaba el amor que le tenía. Y por ello hizo venir desde Bagdad y Constantinopla a los geómetras y alarifes más prestigiosos de la época. Artesanos y escultores que sabían cortar y pulir el mármol extrayendo de él toda su belleza. Exigió que fueran llamados los mejores constructores y artistas capaces de hacer un reino de ensueño que sirviera de morada a aquella noble princesa. Pero no le bastaba con la construcción de un palacio, quiso que se construyera una ciudad entera, hermosa y bella para que fuera digna de llevar el nombre de Azhara.
Desde partes muy lejanas llegaron a Córdoba los materiales más finos, los más raros, los más hermosos, para dar vida a tan noble sueño. Y así, el 19 de noviembre del año 936, se inició la construcción que aquella maravillosa ciudad, misma que incluyó más de tres mil cuatrocientas columnas, con arcos reforzados de marfil y ébano, adornados con incrustaciones de oro y piedras preciosas. Se requirieron más de quinientas puertas reforzadas con placas de bronce bruñido.
El lujoso Salón de Tronto se realizó con mármoles finos de diversos coloridos y jaspes transparentes como el cristal. Sus techos revestidos de mosaicos dorados con reforzamientos de oro y plata y bóvedas cuajadas de hermosas perlas.
Aquí y allá se construyeron fuentes y riachuelos con treinta y ocho formas de hacer sonar el agua, para lograr con ello serenar el alma y enaltecer la vida. Pero además se instaló en palacio una inmensa jaula de pájaros exóticos y un parque zoológico con fieras traídas desde el Africa. Y todo se coronó con una escultura de Azahara colocada frente a la puerta principal del recinto del califa.
Y aún así, Azhara estaba triste. Abderramán inquieto le pregunta - ¿Qué te ocurre, mi amor?, dime qué es lo que te falta y lo traeré de inmediato para ti –
-Ni con todo tu imperio podrías conseguirme lo que quiero – respondió la entristecida doncella. Con los ojos llorosos miraba las montañas, recordando sus lugares de infancia, y extrañando los campos cubiertos de nieve a la llegada del invierno. ¿Cómo podría darle aquello el califa? ¿Cómo cubrir los montes y montañas vecinas de nieve?
Abderramán ordenó cubrir de Almendros los montes y las colinas, mismas que al poco tiempo se vieron blancas como montañas nevadas, aunque la fragancia que traían los vientos denunciaban que aquello era un espejismo realizado con miles de árboles llenos de blanca flor.
Cuentan que Azahara terminó por aceptar la ofrenda y sentirse totalmente complacida con tantos esfuerzos amorosos de Abderramán. Pero el amor fue frágil cual copo de nieve. Ella murió pronto, mientras que él quedó con una ciudad llena de recuerdos que poco tiempo después fue casi totalmente destruida en manos de sus enemigos. Más aún hoy en día es posible ver los restos de aquél esfuerzo de amor en lo que queda de Medina Azhara, la ciudad hecha como una ofrenda para una esclava.
Siendo un gran estratega y de gran habilidad en el manejo de sus ejércitos, logró múltiples victorias, estableciendo el predominio musulmán sobre los reyes cristianos, dominando Toledo, Badajoz y Zaragoza, y, en el norte de Africa, Ceuta, Melilla y Tánger.
Abderramán era un hombre de gran carisma, audaz, enérgico y valeroso, que llevó su reinado al máximo esplendor, desarrollando la industria, la agricultura y el comercio, lo cual colocó a Córdoba como la capital más progresista de Europa, luciendo espectaculares construcciones, y con un apoyo muy acertado al arte, la cultura y la ciencia.
Córdoba pronto se convirtió en sitio obligado para los poetas, músicos y sabios. De todas partes llegaban gentes, formándose una masa heterogénea de razas y religiones.
Para congraciarse con el valeroso califa Abderramán, los monarcas de otros reinos le enviaban fabulosos regalos: obras de arte, piedras preciosas, libros de gran valor y hermosas esclavas.
Cuentan que una mañana, paseando el joven califa por el patio de naranjos del palacio, vio llegar una comitiva con una buena cantidad de mulas cargadas de valiosos presentes, y unos eunucos que venían custodiando a un grupo de esclavas de sorprendente belleza. Un presente el emir de Granada, quien deseaba congratularse ente los ojos de Abderramán.
El califa no prestó atención al cargamento de obras de arte y joyas preciosas, sus ojos se posaron sobre una hermosa jovencita de piel suave, pelo negro y ensortijado y ojos encantadores. Se abrió paso entre los animales y eunucos, hasta llegar con aquella divina princesa esclavizada y preguntarle:
-¿cómo te llamas? –
-Azahara, me llamo Azhara mi señor – contestó con intenso nerviosismo.
Abderramán no resistió la tentación y pasó con suavidad su mano por la mejilla de la bella jovencita. Ella bajó los ojos totalmente ruborizada. Abderramán sintió volverse loco por ella y a partir de ese momento la convirtió en su favorita. El joven califa, quien era poseedor de una inmensa fortuna; amo y señor de extensos territorios, donde todos sus súbditos se postraban a su paso, cayó súbitamente fulminado por los humildes hechizos de la hermosa mujer. Podía haberla tomado, como a cualquier esclava y hacerla suya sin ningún tipo de miramientos, pero no lo pensó de esa manera. Quiso seducirla poniendo todo cuanto era y poseía a sus pies. El rey se volvió esclavo y la esclava reyna. ¡Vaya cosas que logra el amor!
Abderramán había ganado muchas batallas, levantó un poderoso imperio donde florecían las ciencias y las artes y era temido y respetado por los reyes y líderes vecinos; pero ahora nada le parecía importante. Toda su pasión se desbordó en Azhara. Tenía que demostrarle hasta donde llegaba el amor que le tenía. Y por ello hizo venir desde Bagdad y Constantinopla a los geómetras y alarifes más prestigiosos de la época. Artesanos y escultores que sabían cortar y pulir el mármol extrayendo de él toda su belleza. Exigió que fueran llamados los mejores constructores y artistas capaces de hacer un reino de ensueño que sirviera de morada a aquella noble princesa. Pero no le bastaba con la construcción de un palacio, quiso que se construyera una ciudad entera, hermosa y bella para que fuera digna de llevar el nombre de Azhara.
Desde partes muy lejanas llegaron a Córdoba los materiales más finos, los más raros, los más hermosos, para dar vida a tan noble sueño. Y así, el 19 de noviembre del año 936, se inició la construcción que aquella maravillosa ciudad, misma que incluyó más de tres mil cuatrocientas columnas, con arcos reforzados de marfil y ébano, adornados con incrustaciones de oro y piedras preciosas. Se requirieron más de quinientas puertas reforzadas con placas de bronce bruñido.
El lujoso Salón de Tronto se realizó con mármoles finos de diversos coloridos y jaspes transparentes como el cristal. Sus techos revestidos de mosaicos dorados con reforzamientos de oro y plata y bóvedas cuajadas de hermosas perlas.
Aquí y allá se construyeron fuentes y riachuelos con treinta y ocho formas de hacer sonar el agua, para lograr con ello serenar el alma y enaltecer la vida. Pero además se instaló en palacio una inmensa jaula de pájaros exóticos y un parque zoológico con fieras traídas desde el Africa. Y todo se coronó con una escultura de Azahara colocada frente a la puerta principal del recinto del califa.
Y aún así, Azhara estaba triste. Abderramán inquieto le pregunta - ¿Qué te ocurre, mi amor?, dime qué es lo que te falta y lo traeré de inmediato para ti –
-Ni con todo tu imperio podrías conseguirme lo que quiero – respondió la entristecida doncella. Con los ojos llorosos miraba las montañas, recordando sus lugares de infancia, y extrañando los campos cubiertos de nieve a la llegada del invierno. ¿Cómo podría darle aquello el califa? ¿Cómo cubrir los montes y montañas vecinas de nieve?
Abderramán ordenó cubrir de Almendros los montes y las colinas, mismas que al poco tiempo se vieron blancas como montañas nevadas, aunque la fragancia que traían los vientos denunciaban que aquello era un espejismo realizado con miles de árboles llenos de blanca flor.
Cuentan que Azahara terminó por aceptar la ofrenda y sentirse totalmente complacida con tantos esfuerzos amorosos de Abderramán. Pero el amor fue frágil cual copo de nieve. Ella murió pronto, mientras que él quedó con una ciudad llena de recuerdos que poco tiempo después fue casi totalmente destruida en manos de sus enemigos. Más aún hoy en día es posible ver los restos de aquél esfuerzo de amor en lo que queda de Medina Azhara, la ciudad hecha como una ofrenda para una esclava.
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