
No resistiendo la tentación alguien le preguntó para qué quería esa extraña máquina sujeta con papalotes, a lo cual el mandarín contestó que era para sostenerse en el cielo como un pájaro y los cohetes 47 artificiales para elevarse entre la tierra y la luna.
A punto estuvieron todos de echarse a reír, más no tuvieron tiempo, ya que mientras el mandarín se instalaba en su extraña máquina, los rayos del sol encendieron las mechas de los cohetes y estos estallaron al unísono, provocando una gran nube de humo y fuego. Muchos salieron con los pelos chamuscados de aquél primer intento de lanzamiento espacial. Quien resultó, por desgracia, con la peor parte fue el ingenioso inventor, ya que murió calcinado montado en su nave.
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