viernes, 26 de noviembre de 2010

LAS CANICAS

Cuando era pequeño como regalo de navidad solo recibía una bolsita llena de canicas, acompañada de unos dulces y en otras ocasiones un pequeño camioncito de hoja de lata. Sin duda que los niños de ahora chillarían furibundos si Santa Claus les hiciera semejante jugada, porque ahora todos esperan los carísimos juegos electrónicos y muñecos robotizados que se anuncian en la tele.

Pero yo no tuve semejante problema. Me encantaba recibir aquél puñado de canicas de barro, y, si me había portado bien, quizás hasta fueran de vidrio de hermosos colores. Algunas con hermosos diseños de gajitos que eran todo un lujo para los chiquillos de la época.


Con aquél valioso tesoro, pasábamos horas y horas de grandiosa diversión a la salida de la escuela. Después pasaba la temporada y las canicas las guardábamos en botellas vacías de refresco y las enterrábamos para resguardarlas, en un lugar escondido donde nadie pudiera encontrarlas. De esta forma era como todos los niños teníamos un tesoro escondido para sacarlo cuando volviera a ser temporada de jugar con ellas.


Para muchos este parece ser un juego propio de los tiempos medievales, y seguramente piensan que ya no hay niños que se diviertan con ellas. Yo también lo creía; hasta hace poco que con gran sorpresa me enteré que las canicas aún no han podido ser desplazadas por los sofisticados y caros juegos electrónicos.


Mientras que en Estados Unidos son censuradas por considerarse un peligro latente para los niños, y Latinoamérica han venido cayendo en desuso, los europeos continúan enseñando a sus niños a jugar canicas, siendo una tradición muy arraigada. Porque el juego de canicas tiene muchas cualidades pedagógicas: enseñan al niño a jugar en grupo, a someterse a reglas de juego, a realizar truques con sus compañeros y a coordinar diversos movimientos del cuerpo. Si nuestros niños ya no juegan canicas es porque nosotros, en nuestra pretensión de “darles lo mejor”, los hemos venido llenando de juguetes sofisticados que deterioran las capacidades de imaginación y creatividad de los pequeños, además de nuestros bolsillos.


Los arqueólogos han descubierto en sus excavaciones, guijarros, pequeñas conchas redondas, huesos de frutas y semillas que parecen ser los antecedentes de las canicas. Se dice que los niños romanos las jugaban con nueces y los judíos con avellanas. En Latinoamérica se han descubierto montoncitos de canicas como ofrendas mortuorias.


Es a partir del siglo XVIII, cuando el viejo entretenimiento de rodar canicas, impactando unas contra otras e introducirlas a un hoyo tomó forma. Primero fueron de barro crudo y después cocido, para luego evolucionar a las de piedra y posteriormente de vidrio.


Durante mucho tiempo fueron un trabajo artesanal, más ahora las cosas han cambiado drásticamente.


En 1930 nació en la Ciudad de México la empresa que hoy en día es la fábrica de canicas más importante del mundo. En sus inicios, producía 35 000 canicas de barro al día, más en vista de la demanda diez años después producía 80 000 piezas diarias. O sea que la producción se ha acrecentado en estos últimos años.


Vacor de México, la empresa a que hago referencia, dio un gran paso en el mercado internacional, gracias a la calidad e innovación de sus canicas, logrando competir e incluso desplazar a los fabricantes europeos. Hoy en día exporta el 80% de su producción a más de 42 países y fabrica la increíble cantidad de 20 millones de canicas diariamente.


La fábrica que se encuentra establecida aquí en Guadalajara, además de canicas de juguete, fabrica canicas para uso industrial, como las que se ponen dentro de los aerosoles, además de muchos otros usos un tanto insólitos. Actualmente produce esta planta 60 tipos de canicas en 13 medidas diferentes que van desde los 12 a los 55 mm. Así que aunque usted no lo crea, las canicas siguen y seguirán rodando por mucho, mucho tiempo.

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