Un muchacho campesino de Cheshire, Inglaterra, en el siglo XV, llamado Robert Nixon, era un retrasado mental, que por lo general era demasiado callado. Aunque en ocasiones tenía explosiones de verborrea a las que nadie les prestaba realmente atención. Al fin que estaba loco.
Una tarde, mientras trabajaba en los campos, Nixon de pronto comenzó a decir una serie de cosas incomprensibles. Con mucho entusiasmo exclamó:
- ¡Ahora Dick!, ¡Ahora Harry! ¡Muy bien hecho Harry! ¡Harry ha ganado la batalla!.
Quienes lo escucharon rieron de buena gana con sus extrañas palabras, más no creyeron que estas tuvieras significado alguno. Pero al día siguiente, un correo que estaba de paso procedente de Londres informó que el rey Ricardo, a quien llamaban Dick, había muerto en combate contra las fuerzas del rey rival, Enrique Tudor, a quien llamaban Harry. La batalla había sucedido el día anterior y, al parecer en el mismo momento en que el loco Nixon había dicho aquellas extrañas palabras, que ahora todo mundo entendía a que se referían.
Cuando Enrique Tudor, convertido en Enrique VII de Inglaterra, se enteró del incidente, envió a buscar al visionario retrasado mental, pero Nixon se puso histérico cuando se le entregó la orden de presentarse ante el rey. Quedó petrificado ante la idea de tener que ir a Londres y suplicó que no le obligasen a ir. Si lo hacía, afirmó, seguramente moriría de hambre. Pero a pesar de sus protestas, muy pronto fue escoltado hasta el palacio, donde Enrique VII escondió un valioso diamante, alegando que lo había perdido. Sin embargo Nixon tenía mucho más talento que el que el rey había dado por supuesto. De una manera muy tranquila le dijo que quien esconde un objeto, es el más indicado para saber donde se encuentra, así que él no tenía ninguna necesidad de decirle a su Majestad dónde se hallaba el diamante.
El rey quedó sumamente impresionado, así que instaló a Nixon en el palacio, ordenando que se escribiera todo lo que aquél retrasado mental dijera. Fue así como predijo las guerras civiles inglesas y la guerra con Francia, al igual que las muertes y abdicaciones de varios reyes.
A pesar de su exitoso cargo al servicio del rey, Nixon se veía constantemente acosado por el miedo a morir de hambre. Y para evitarle dicho tormento, el rey ordenó que a Nixon se le diera de comer cuanto quisiera, lo que quisiera y a la hora que deseara. Por supuesto que esto no cayó en gracia de los cocineros de palacio, pero acataron al pie de la letra la orden del rey. Cuando el rey salía de palacio le encargaba a un funcionario que velara en todo momento por la seguridad de Nixon y le atendiera en todas sus necesidades. La orden era tan estricta que el funcionario sentía pavor de quedar mal con el rey, así que estaba muy al pendiente de todo cuanto Nixon necesitaba.
Pero en una de esas ocasiones en que el rey salió del palacio, el funcionario encargado de Nixon fue solicitado para una urgente encomienda, y para evitar problemas de riesgo con Nixon, lo encerró en un armario. Dando la orden a los guardianes de que lo alimentaran y cuidaran para que no le pasara nada. Pero los guardianes se olvidaron del encargo, y cuando el funcionario regresó encontró a Nixon muerto dentro del armario. No hubo quien le diera de comer.
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