El deseo de volar siempre ha sido una de las grandes pretensiones del hombre. Por ello se inventaron los aviones. Y en este sentido creo que se ha avanzado demasiado, baste considerar lo que se ha logrado en la conquista del espacio. Pero ¡No hemos volado! Porque no tenemos alas. ¿O sí?
En el más antiguo libro de Buda, llamado Tripitaka, del cual existe un manuscrito del año 480 A.C., hay una especie de instrucciones para poder volar, y a este poder se le denomina ubve-gapriti.
Hay unos monjes tibetanos, que como usted sabe son seguidores del budismo, llamados lung-gom-pa, que en tibetano se traduciría como “ligero de pies”. La famosa periodista y exploradora inglesa, Alexandra David-Neel, quien vivió 14 años en el Tibet, en su libro Magic and Mistery of Tibet cuenta que cuando caminaba con su guía Yong-den a través de una gran llanura en el Tíbet, vieron a lo lejos un punto negro que se movía. Con la ayuda de sus binoculares pudo distinguir que se trataba de un hombre que avanzaba hacia ellos muy rápidamente como a grandes saltos. Yong-den le dijo que era un lung-gom-pa.
Alexandra cuenta ” ... pude ver su cara impasible con los ojos abiertos como si mirasen fijamente algo elevado. Avanzaba a grandes saltos. Parecía que tenía la elasticidad de una bola y rebotaba cada vez que sus pies tocaban la tierra. Sus pasos tenían la regularidad de un péndulo." Cuando el Lung-Gom-Pa se acercó a ellos, Alexandra se dio cuenta que el monje estaba en trance. No mostraba que le faltara el aliento, parecía estar apenas consciente y era incapaz de hablar.
Su guía le advirtió que no debía parar o acosar a aquél monje pues podía costarle la vida. Ella intentó seguirlo a caballo, pero el lama desapareció en la distancia. En este tipo de “trance”, el Lung-Gom-Pa conoce el terreno y los obstáculos del camino al igual que un sonámbulo puede evadir sin problemas cualquier obstáculo.
Poco tiempo después volvió a encontrarse con otro Lung-gom-pa que estaba sentado en una roca, desnudo y que tenía unas cadenas enrolladas a la cintura. Cuando vio a Alexandra salió huyendo. Fue impresionante la velocidad que desarrolló de inmediato; tan solo escuchó el zumbido que hacían sus cadenas, mismo que se fue desvaneciendo conforme desaparecía en la espesura. Yong-den, su guía le explicó que estos monjes se ponían aquellas cadenas para hacerse más pesados, pues sus cuerpos son tan ligeros que corren el peligro de flotar en el aire.
Se dice que lograr esta disciplina requiere de tres años y tres meses para completarse, tiempo en el cual el discípulo aprende de su maestro, ejercicios de respiración y unas técnicas de yoga para aligerar el cuerpo. Parte de la técnica es aprender a brincar mientras se está sentado con las piernas cruzadas, después de una serie de respiraciones profundas. Afirman que tras una intensa práctica, el cuerpo se vuelve tan ligero que es posible sentarse sobre una espiga de cebada sin doblarla. O sea que prácticamente es una disciplina de levitación.
Pero esto no es cosa solo del Tibet. En el siglo XVI Juan Polo de Ondegardo, un oficial de la corona en el Cuzco, escribió que los sacerdotes incas podían volar sobre los árboles. Tres siglos después el padre Papetard, un misionero francés, en Oregon, afirmó haber visto volar por encima de los árboles a los brujos de la tribu. Mientras que los antropólogos Thomas Buckley y Carobeth Laird, afirmaron por separado que tanto los indios Yurok del norte de California como los Cheme-huevis del sur tenían una manera de correr o desplazarse semejante a los Lung-gom-pa.
En el más antiguo libro de Buda, llamado Tripitaka, del cual existe un manuscrito del año 480 A.C., hay una especie de instrucciones para poder volar, y a este poder se le denomina ubve-gapriti.
Hay unos monjes tibetanos, que como usted sabe son seguidores del budismo, llamados lung-gom-pa, que en tibetano se traduciría como “ligero de pies”. La famosa periodista y exploradora inglesa, Alexandra David-Neel, quien vivió 14 años en el Tibet, en su libro Magic and Mistery of Tibet cuenta que cuando caminaba con su guía Yong-den a través de una gran llanura en el Tíbet, vieron a lo lejos un punto negro que se movía. Con la ayuda de sus binoculares pudo distinguir que se trataba de un hombre que avanzaba hacia ellos muy rápidamente como a grandes saltos. Yong-den le dijo que era un lung-gom-pa.
Alexandra cuenta ” ... pude ver su cara impasible con los ojos abiertos como si mirasen fijamente algo elevado. Avanzaba a grandes saltos. Parecía que tenía la elasticidad de una bola y rebotaba cada vez que sus pies tocaban la tierra. Sus pasos tenían la regularidad de un péndulo." Cuando el Lung-Gom-Pa se acercó a ellos, Alexandra se dio cuenta que el monje estaba en trance. No mostraba que le faltara el aliento, parecía estar apenas consciente y era incapaz de hablar.
Su guía le advirtió que no debía parar o acosar a aquél monje pues podía costarle la vida. Ella intentó seguirlo a caballo, pero el lama desapareció en la distancia. En este tipo de “trance”, el Lung-Gom-Pa conoce el terreno y los obstáculos del camino al igual que un sonámbulo puede evadir sin problemas cualquier obstáculo.
Poco tiempo después volvió a encontrarse con otro Lung-gom-pa que estaba sentado en una roca, desnudo y que tenía unas cadenas enrolladas a la cintura. Cuando vio a Alexandra salió huyendo. Fue impresionante la velocidad que desarrolló de inmediato; tan solo escuchó el zumbido que hacían sus cadenas, mismo que se fue desvaneciendo conforme desaparecía en la espesura. Yong-den, su guía le explicó que estos monjes se ponían aquellas cadenas para hacerse más pesados, pues sus cuerpos son tan ligeros que corren el peligro de flotar en el aire.
Se dice que lograr esta disciplina requiere de tres años y tres meses para completarse, tiempo en el cual el discípulo aprende de su maestro, ejercicios de respiración y unas técnicas de yoga para aligerar el cuerpo. Parte de la técnica es aprender a brincar mientras se está sentado con las piernas cruzadas, después de una serie de respiraciones profundas. Afirman que tras una intensa práctica, el cuerpo se vuelve tan ligero que es posible sentarse sobre una espiga de cebada sin doblarla. O sea que prácticamente es una disciplina de levitación.
Pero esto no es cosa solo del Tibet. En el siglo XVI Juan Polo de Ondegardo, un oficial de la corona en el Cuzco, escribió que los sacerdotes incas podían volar sobre los árboles. Tres siglos después el padre Papetard, un misionero francés, en Oregon, afirmó haber visto volar por encima de los árboles a los brujos de la tribu. Mientras que los antropólogos Thomas Buckley y Carobeth Laird, afirmaron por separado que tanto los indios Yurok del norte de California como los Cheme-huevis del sur tenían una manera de correr o desplazarse semejante a los Lung-gom-pa.
1 comentario:
Un detalle importante es que la misma Alexandra David-Neel dice haber aprendido esta tecnica y lo pudo validar con su propia practica.
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