Un cura recorría su parroquia un día de sábado santo bendiciendo las casas de sus feligreses según costumbre. En esto entró en la casa de un pintor rociando de agua bendita algunas de sus pinturas. Indignado el pintor se volvió hacia él y le dijo: -¿Por qué hacéis esta aspersión a mis pinturas? ... Entonces el cura le dijo que ésta era la costumbre, que era su deber hacerlo, que él hacía el bien y que quien hace el bien debe esperar bien y mejor, puesto que es el propio Dios quien ha dicho que por cada bien que se haga en la tierra, en el cielo nos será dado el ciento por uno.
Oyendo esto, el pintor esperó que el cura saliera de su casa y asomándose luego a la ventana volcó sobre su cabeza un gran cubo de agua, exclamando:
-¡Recibe lo que viene de lo alto para pagarte tu "ciento por uno", tal como asegurabas que sucedería con el bien que me has hecho con tu agua bendita que casi ha echado a perder todas mis pinturas! ... (C. A. 117, r.).
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