miércoles, 9 de julio de 2008

EL HOMBRE DE FUEGO

Nathan Coker nacido en 1814, era un esclavo propiedad de un abogado de Hills-borough en Maruland. Su amo lo maltrataba con bastante frecuencia con golpes e insultos y lo castigaba no dándole de comer. El trabajo era duro y aún así su amo le hacía pasar por ayunos prolongados, al olvidarse de darle de comer o como consecuencia de los frecuentes castigos a que lo sometía.
En una de aquellas ocasiones Nathan, sintiéndose incapaz de soportar el hambre, se escabulló como un ladrón por la cocina, y en un momento de descuido del cocinero, metió su mano en una tina de agua hirviendo y sacó un trozo de carne y se lo metió presuroso en la boca. Fue entonces cuando se percató que tenía un don fuera de lo común, ya que pese a que el agua estaba en punto de ebullición, no sintió dolor con el agua hirviendo, ni su piel manifestó quemadura alguna. Pronto se percató que podía tocar o comer cualquier tipo de comida, sin tomar en consideración lo caliente que pudiera estar. Bebía la grasa que flotaba encima del agua hirviendo y podía tragarse sin problema cualquier caldo que estuviera ardiendo.
Cuando consiguió la libertad, Nathan se convirtió en herrero, siendo en este oficio donde su habilidad única le fue sumamente práctica y provocó el asombro de su clientela. Sacaba de la fragua el hierro con la mano, cuando estaba al rojo vivo sin quemarse. Nadie podía entender como no se chamuscaban las carnes de sus manos, sin quedar con huella alguna, ni tan siquiera ampollas o enrojecimiento como consecuencia de sus actos.
Su oficio se convirtió pronto en un próspero negocio, porque todos querían verle realizar su insólita proeza. A tanto llegó su fama que un día fue invitado para hacer una demostración pública de su habilidad, a la cual asistieron los altos mandatarios de la ciudad, incluyendo a dos directores de periódicos y a dos médicos.
Según los testigos presenciales, Nathan Coker, tomó una pala de hierro, calentada hasta un punto en que se volvió prácticamente blanca y la colocó sobre las plantas de sus pies desnudos. Después la pala fue calentada de nuevo y cuando llegó al punto máximo de temperatura le fue ofrecida a Nathan, quien pasó su lengua por encima de ella. El escalofriante espectáculo prosiguió calentando golas de plomo que se hicieron rondar sobre su espalda desnuda, e incluso se metió plomo líquido en la boca, masticándolo una y otra vez hasta que se solidificó.
Después de cada una de estas proezas, los médicos examinaban a Nathan, sin encontrar el menor indicio de que su carne se hubiera visto afectada.
Este fue un caso insólito que jamás nadie ha podido explicar de una manera razonable.
Por supuesto que no había en ello nada de brujería ni intersección divina, se trata tan solo de un atributo que, como un muchos otros casos, seguramente está al alcance de todos los hombres, solamente que por desgracia este tipo de dones no tenemos la menor idea de cómo desarrollarlos.

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