miércoles, 20 de agosto de 2008

FARINELLI EL CASTRATI

Los más famosos castrati del siglo XVIII fueron Farinelli y Caffarelli. Ambos nombres fueron sus nombres artísticos, ya que Caffarelli se llamaba realmente Gaetano Majorano, y cambió su nombre en honor a su primer maestro Caffaro; mientras que el famoso Farinelli se llamaba Carlo Broschi, y su cambio a Farinelli obedeció a una muestra de agradecimiento a los hermanos Farina, mecenas que pagaron durante muchos años sus estudios y manutención. Así era la costumbre.
Farinelli logró una celebridad tan extraordinaria debido a su asombroso talento que fue literalmente idolatrado por cuantos le escucharon. Dotado de cultura, simpatía y distinción, tuvo la amistad y protección de reyes, emperadores y el mismo Papa.Llamado a la corte de Felipe V de España, permaneció en ella durante más de veinte años como cantante personal del monarca logrando tal amistad e influencia sobre éste, al punto de poder decidir cuestiones de estado. Prácticamente co-gobernó España con el rey, y muchos sabían que para obtener un favor del monarca, era fundamental convencer a Farinelli.
Todo esto se inició cuando el rey sufrió una terrible depresión. La reina, intentando sacarlo delante de aquella profunda melancolía, hizo traer al cantante más famoso del mundo, Farinelli, para intentar calmar esa angustia, lo cual resultó totalmente eficaz; por ello se le instaló en una hermosa mansión de Bologna, colmada de preciosas obras de arte, donde atendía a famosas personalidades.
Dicen que Farinelli pese a todo era un hombre modesto y religioso. A su residencia llegaron reyes y gobernantes, al igual que músicos de gran renombre como Mozart, Gluck y Rossini, aunque también recibía a jóvenes principiantes que anhelaban algún consejo y orientación para sus carreras.
Farinelli tenía su propia capilla, donde acostumbraba rezar todas las mañanas, más también era su costumbre hacer numerosas peregrinaciones a distintos santuarios. No faltó quien le pidiera que escribiera sus memorias, más él humildemente respondía: “¿para qué? Me basta con que se sepa que no he perjudicado a nadie. Y tan solo lamento el no haber podido hacer todo el bien que hubiera deseado”.
La residencia de Farinelli era realmente muy hermosa. Tenía, entre muchas otras maravillas, un violín Stradivarius, otro Amati, y una colección de 10 clavecines, cada uno de los cuales llevaba el nombre de un pintor ilustre.
Si tanto se le dio fue porque este hombre tenía una voz realmente sorprendente, como ningún otro castrati la logró tener jamás. Se dice que era capaz de hacer proezas vocales increíbles, aunque evitaba abusar de ellas y caer musicalmente en el mal gusto. La extensión natural de su voz superaba las tres octavas, podía sostener un sonido durante más de un minuto ampliando o disminuyendo el volumen a voluntad y en un aria especialmente escrita para él por su hermano, realizaba vocalizaciones durante catorce compases con una sola toma de aire. Según testigos de la época, la emotividad de su canto era prodigiosa.
En una época en que el promedio de vida no superaba los treinta años, Farinelli vivió hasta los setenta y siete años. Su mansión fue demolida para instalar una refinería, e incluso su tumba desapareció destruida por las fuerzas de Napoleón.
Hacia fines del siglo XVIII numerosos intelectuales, escritores y pensadores alzaron sus voces airadas contra la práctica de la castración, que consideraban aberrante. Voltaire y Rousseau la condenaron llamando este último "padres bárbaros" a los progenitores que la consentían para sus hijos y "verdaderos monstruos" a quienes la habían sufrido. Pero fueron sobre todo las ideas libertarias de la Revolución Francesa y más tarde el propio Napoleón, lo que dio comienzo al inevitable fin de dicha práctica.
En efecto, si bien el emperador admiraba y protegía al castrado Crescentini, el único, según se cuenta, que logró arrancarle lágrimas de emoción, su opinión al respecto no podía dejar dudas. Conquistada Roma, estableció en esta ciudad la pena capital para quien la practicara e instruyó a su hermano José, rey de Nápoles para que en ninguna escuela ni conservatorio napolitano se admitiera el ingreso de niños mutilados. También la Iglesia modificó su actitud permitiendo a partir de 1798 que las mujeres actuaran en los escenarios teatrales y declarando el papa Benedicto XIV que nunca era legal la amputación de cualquier parte del cuerpo, salvo en caso de absoluta necesidad médica.
No obstante, la castración se siguió practicando aún durante un tiempo aunque en muy menor cantidad de casos. El último castrati de que se tiene noticia y quien dejó algunas grabaciones, que aún se pueden conseguir, fue Alessandro Moreschi, quien trabajó en el Vaticano y se retiró el año de 1913.

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