miércoles, 20 de agosto de 2008

MENSAJE EN UNA BOTELLA I

El viaje no era nada barato. Tendrían que pagar $3,000 dólares al inicio y $ 7,000 al llegar a su destino. Les prometieron demasiadas cosas. Sería un viaje cómodo y placentero. Dormirían en camarotes y tendrían buena comida y atención, algo totalmente inusual en este tipo de situaciones, pero si cobraban tan caro, lógico era que ofrecieran algo especial. Así que 45 ecuatorianos y 43 peruanos, hicieron el sacrificio, para dejar atrás sus historias llenas de hambre, miseria y sufrimiento. Por ello cada uno por su lado, y como Dios les dio a entender, consiguieron el dinero necesario para emprender la aventura e ir a la búsqueda de una mejor oportunidad en los Estados Unidos.
Era el 21 de mayo del 2005. Pero aquello no era un buque, ni un yate, ni nada por el estilo. Lo que encontraron estos pobres ilusos fue una embarcación pesquera toda destartalada, cuyo máximo cupo de pasajeros eran 11 personas, y ellos eran 88, más la tripulación que manejaría el bote. En total 101 personas a bordo. Así que el escenario estaba dispuesto para desencadenar una tragedia.
Los metieron inicialmente en la bodega, donde normalmente se guarda el pescado. Aquello apestaba a rayos, pero había que ocultar su partida. Después, ya en alta mar, les permitieron salir, pero como eran tantos, se turnaban para salir a cubierta.
Más los problemas apenas habían comenzado. El primer día como desayuno les dieron únicamente una manzana. De comer, arroz con carne, pero después ya ni les importó darles a sus horas los alimentos y siempre se era insuficiente, así que vivieron aquellos días con hambre permanente. Pero había otro terrible problema: para hacer sus necesidades fisiológicas, solo disponían de unas cubetas en la bodega, mismas que debían luego llevarse a cubierta para vaciarse al mar. Y con este detalle, usted ya se podrá imaginar a que comenzó a oler toda aquella embarcación; una pestilencia insoportable, que provocó vómitos, enfermedades estomacales e infecciones cutáneas en la mayoría de aquellos pobres pasajeros.
Al tercer día de haber salido del puerto de Montañita en Ecuador, la embarcación comenzó a hacer agua y lo peor es que no había sistema para achicarla, así que se organizó una cadena humana para sacar el agua con las cubetas multiusos. Se turnaban de día y de noche para mantener el agua a raya. La tensión entre los pasajeros subió de nivel, pero aún les faltaban los tragos más amargos. El quinto día el motor del barco empezó a fallar y finalmente dejó de funcionar por completo. Los encargados de manejar aquella barcasa intentaron arreglarlo, pero todo fue en vano.
La gente desesperada habló con el capitán para pedirle que solicitara auxilio, pero este les dijo que el teléfono “satelital” estaba descargado y no tenía batería. Algunos le sugirieron conectarlo directamente al sistema eléctrico del barco, pero el capitán no aceptaba ningún tipo de sugerencias. Le importaron un comino los reclamos, y para no estar escuchando a los quejosos, fue y se encerró en su camarote.
Pero el capitán y su tripulación ya habían planeado su jugada. El teléfono si funcionaba y a escondidas solicitaron apoyo a sus cómplices en tierra.
Al día siguiente los náufragos vieron la luz de una embarcación que se les acercaba. Aquella visión elevó sus ánimos y esperanza, pero el capitán ordenó de inmediato a los pasajeros que se ocultaran en la bodega, diciéndoles que aquella embarcación podía traerles grandes problemas y lo mejor era que se escondieran. Si todo estaba bien, él les avisaría.
Cuando el navío se acercó hasta ellos, el capitán y los miembros de su tripulación subieron rápidamente a él, llevando consigo los sistemas de comunicación y sus pertenencias personales. Los pasajeros se dieron cuenta que pretendían abandonarlos y salieron gritando solicitando misericordia. Pero aquellos miserables no tuvieron oídos para ellos, ni siquiera hicieron caso del llanto y los gritos desesperados de las mujeres. Simplemente se fueron sin voltear la vista atrás. Uno de los pasajeros tomó una fotografía de la embarcación en la que huyeron aquellos coyotes marinos.
Cuando quedaron solos, se dieron cuenta que sobrevivir en alta mar y en aquellas condiciones sería prácticamente imposible. Iban a la deriva y lo peor de todo es que los dejaron sin alimentos, agua potable y cualquier cosa que pudiera servirles para su supervivencia. En aquél momento todos se dieron cuenta que habían sido sentenciados a muerte.

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