lunes, 29 de septiembre de 2008

TANZEN Y EL EMPERADOR

Se dice que a mediados del siglo XVI, en la ciudad de Angra, al norte de la India, un cortesano del famoso emperador Mongol Akbar el Grande, realizaba portentosos milagros con sus melodías. Este extraordinario músico y poeta llamado Tanzen, conocía el secreto para hacer llover por medio del sonido, reverdecer las plantas y llenarlas de flores, e incluso encender con sus melodías y cánticos las lámparas de aceite.
Cierto día, el emperador Akbar, embelesado por la maestría y dones de Tanzen, le preguntó quién le había enseñado a realizar tan increíbles maravillas. Y el músico le contestó que todo lo que sabía era el conocimiento que le había entregado su gran maestro, un hombre muy sabio que vivía en las montañas. El emperador pensó entonces que si era tan maravilloso lo que tocaba Tanzen ¡Cómo sería lo que tocaría su maestro?!, así que le pidió a Tanzen que invitara a su distinguido maestro a venir al palacio. Pero Tanzen con pena le dijo que su maestro jamás bajaría de las montañas para tocar en un palacio, porque era demasiado humilde y se apartaba de todo lo que le parecía superfluo y vano.
Más el emperador no pensaba dejar escapar la oportunidad, así que le pidió a Tanzen que lo llevara ante su maestro para escucharlo tocar. Y de nuevo Tanzen salió con una negativa, ya que según su punto de vista, su maestro jamás aceptaría tocar para un rey. Akbar, sin perder la esperanza le preguntó una vez más: ¿Y si me hiciera pasar como tu sirviente?.
Fue de esta manera como viajaron a las montañas en busca del gran maestro, Tanzen a caballo y Akbar el emperador caminando detrás, tal y como corresponde a cualquier esclavo. Una vez que fueron recibidos por el gran maestro, Tanzen le suplicó que tocara para ellos alguna de sus mágicas melodías. Bastaron unos cuantos acordes, para que aquellos humildes oyentes entraran en un maravilloso éxtasis que les hizo perder la noción del tiempo y del lugar.
Cuando ambos salieron de aquél trance, se dieron cuenta que el maestro había partido a otro lugar de la montaña, así que emprendieron el camino de regreso. Al volver al palacio, el emperador le preguntó a Tanzen el nombre de aquella hermosísima melodía. Y Tanzen no tan solo le reveló el nombre, sino que incluso la interpretó para él. Mas el emperador no quedó satisfecho.
“Si, esta es la misma melodía” reconoció el emperador – “pero ¿Porqué no la siento igual?. Tanzen sonrió y luego le aclaró: “La diferencia está en que yo toco para ti, mientras que mi maestro siempre toca para Dios”.
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