Organizó una estrategia y sin mayor problema fueron eliminados o ahuyentados, logrando atrapar al jefe de aquél pequeño grupo de resistencia española; un hombre alto, vigoroso, y con una energía moral capaz de arrastrar un pueblo.
Lo llevaron a un pueblecito andaluz y lo encerraron en el sótano del Ayuntamiento habilitado para prisión. Intentando dar un buen escarmiento, aquella tarde fue anunciado que el prisionero sería fusilado al amanecer. Todo el pueblo quedó consternado ante aquella brutalidad.
Por la noche dos mujeres llegaron a la presencia del general. Una de ellas era joven y bella, la otra mujer era anciana. Estas dos mujeres querían ver al prisionero. El general dio el permiso con la condición de que entrase primero una y luego la otra.
El general llamó a un oficial que sabía castellano y le ordenó que escuchara en otra habitación lo que hablaban con el prisionero.
Entró la más joven, que era la esposa del rebelde. Al verla éste, dijo, con ternura: «¿A qué vienes, María?» Ella, con toda la fuerza de su amor, le dijo: «¡Vengo a morir contigo!. Ante el altar de
El oficial francés informó al general que aquella mujer era la esposa del prisionero. Y el militar ordenó que la sacaran y trataran con respeto.
Cuando entró la segunda mujer y la vio el prisionero, éste sólo pudo decir, emocionado: «¡Madre!» La valiente mujer le dijo: «Vengo a salvarte.» Quería que su hijo se vistiese con sus ropas y huyera para ella quedarse en prisión. El hijo le indicó que aquello era imposible.
El oficial que oyó la conversación se la contó al general. Éste se sintió conmovido del valor tan grande de una esposa y una madre que aún en los momentos más difíciles no abandonaban a su ser querido. Así que ordenó que dejaran salir a aquella madre en compañía de su hijo.
Al día siguiente no hubo fusilamiento.
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