En
la India hay un
pequeño estado llamado Jungadh, situado en el norte de Bombay. Esta provincia
estuvo gobernada, a principios del siglo XX, por un excéntrico príncipe que tenía una desmedida afición por los
perros. A ellos dedicaba prácticamente todo su tiempo, y según se cuenta tenía
más de 500 ejemplares de muy distintas razas.
Era
tal su amor por estos animales que les construyó un edificio de apartamentos
con electricidad y disponía de un buen séquito de criados para atenderlos.
Incluso fue contratado un veterinario inglés para dirigir un hospital, creado
exclusivamente para atender a tan peculiar corte canina.
Cuando
alguno de los ejemplares fallecía. Se le brindaban todos los honores reales, y
se le lloraba cual si fuera uno de los seres más queridos de la corte. El
funeral era sumamente fastuoso, llevando un numeroso cortejo para conducir los
restos del can hasta su última morada al son de la “Marcha Fúnebre” de Chopin.
Pero
el acontecimiento más descabellado de que se tenga noticia en este reino, fue
la boda de su perra Roshanara con Bobby, su labrador favorito. El enlace se
celebró durante una fastuosa ceremonia a la que fueron invitados príncipes y
dignatarios y cuyo cortejo nupcial estuvo formado por más de cincuenta mil
personas. Ya se imaginará los preparativos que fueron necesarios para dar de
comer, de beber y atender a tan numeroso contingente de invitados.
Los
novios, lucieron hermosas galas. Él vestido de seda y con pulseras de oro,
mientras ella, peinada y perfumada, lucía costosas joyas. Después de la
despampanante fiesta, los recién casados pudieron disfrutar de su noche de
bodas en un lujoso apartamento canino construido especialmente para la ocasión.
Cuántos hermanos nuestros no quisieran
tener una vida de perros, por supuesto de este tipo.
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