jueves, 19 de junio de 2008

EL NEGRO LEONARDO

Le llamaban “Negro Leonardo”, aunque su nombre real era Geroge Washington Carver. Como era hijo de esclavos, y de estos jamás se registraban los nacimientos, nadie sabe cuando nació ni a que edad murió. Más su vida transcurrió a mediados del siglo 19. Su historia es única y fascinante. Los campesinos contaban que desde pequeño, aquél muchacho debilucho vagaba horas y horas por los campos, hablando y examinando las plantas, de las cuales recolectaba algunas de ellas para curar a los animales enfermos.
Tiempo después construyó un invernadero secreto en el bosque, como una especie de hospital para plantas enfermas, las cuales cuidaba con gran afán y una vez recuperadas las transplantaba a lugares privilegiados. No era ningún loco, sabía perfectamente lo que hacía tal y como lo mostraban los resultados. Así que de pronto las mujeres de los labradores comenzaron a llevarle sus plantas domésticas enfermas, rogándole que las volviese a la vida y las hiciese florecer. El las atendía cariñosamente a su manera, les cantaba canciones religiosas con esa voz cascada que le caracterizó toda la vida; las colocaba en latas llenas de tierra especial mezclada por él, las cubría afectuosamente por la noche y las sacaba durante el día a “jugar con el sol”, como decía.
Obraba auténticos milagros. Decía que las flores le hablaban, al igual que los animales del bosque. Y parecía como si tuviera una auténtica comunicación con todas las plantas y seres de la naturaleza.
En cierta ocasión, debido a los problemas de la primera guerra mundial, hicieron falta alimentos en la comunidad, al igual que colorantes. Ante tal necesidad salió al bosque y habló con las plantas, quienes le hicieron asombrosas revelaciones, descubriendo una buena cantidad de colorantes, algunos tan destacados como el color azul que rivalizó en hermosura con los de la tumba de Tutankamen. Al igual supo que los mastuerzos, los dientes de león y muchas otras yerbas silvestres tenían grandes propiedades nutritivas, que aprovechó para alimentar a la comunidad.
Uno de sus más famosos descubrimientos fue el valor del cacahuate. Un producto que estaba destinado en ese tiempo para alimento de los marranos, más él le encontró múltiples aplicaciones. Extrajo una buena variedad de aceites de múltiples aplicaciones e inventó la famosa mantequilla de cacahuate que hoy en día es producto básico en los hogares norteamericanos y de diversos países del mundo. Este solo descubrimiento creó una industria gigantesca cuyo valor se calculó en 60 millones de dólares anuales tan solo en lo relativo al aceite de cacahuate. Más Geroge Washington Carver jamás obtuvo ni la más mínima ganancia, porque nunca patentó sus descubrimientos. Decía que todo era de Dios y lo de Dios era de todos.
Thomas Alba Edison le ofreció un empleo con un sueldo astronómicamente elevado y lo mismo hizo Herny Ford, a sabiendas de su gran valía. Pero aquél humilde negro rechazó semejantes propuestas. Lo suyo no era el dinero. Y además decía que lo que él sabía cualquiera lo podía conocer, tan solo bastaba con que se acercaran a las plantas y las amaran. De esta forma ellas les revelarían sus secretos.
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