jueves, 31 de julio de 2008

EL NIÑO ESCRITOR

En el siglo XVIII, en la iglesia de St. Mary Redvliffe, en la ciudad de Bristol se encontraron un gran número de obras poéticas y literarias de muy diversa importancia, todas ellas atribuidas a un monje del siglo XV llamado Thomas Rowley. Fue así como se dieron a conocer: El Diálogo de Elionora y Juga, Balada de Caridad, las Canciones de Aella, la Oda a la Libertad y la Tragedia de Goddwyn, todas ellas realizadas en un lenguaje hermoso y florido propio de la época.
Las obras de Fray Thomas Rowley, no tiene la grandiosidad de los escritos de muchos de los reconocidos escritores, que han engalanado el mundo de las letras; más son obras sublimes muy dignas de tomarse en cuenta, concebidas en un perfecto lenguaje arcáico que superan lo realizado por algunos escritores que gozan de mayor nombre y privilegio.
Lo curioso que hay en esta historia es que Fray Thomas Rowley jamás existió. Y seguramente usted se ha de preguntar ¿cómo es que existen estas obras?. Entonces ¿Quién las escribió?.

Thomas Chatterton era el sacristán de la iglesia de St Mary Radcliffe, un oficio que había pertenecido a varias generaciones de su familia. En 1752, estando su mujer embarazada de cinco meses, murió el sacristán, por lo cual su hijo, al que también llamaron Thomas, nació huérfano, quedando al cuidado de se madre, su hermana cuatro años mayor que él y de su tío, Richard Phillips, quien era vicario de la iglesia.
Cuando el pequeño Thomas tenía siete años, fue enviado a una escuela de caridad. Más era un chico tan introvertido y desatento con los menesteres escolares, que pronto fue regresado a su casa, ya que según sus profesores era un retrasado mental, siendo imposible meterle algo en la cabeza.

Así que el chico volvió a la iglesia medieval, que era el hogar de su familia, creciendo en un escenario de altares, gárgolas y tumbas, ya que pegado a la iglesia también se encontraba el cementerio. Aquel medio ambiente desarrolló en forma notable su imaginación. Subir por las oscuras escalinatas rumbo al campanario, montarse en las agujas de la iglesia, considerar un campo lleno de tesoros el sembradío de tumbas, esconderse en los oscuros sótanos… todo ello constituyó para él un país lleno de maravillas.
Su madre se encargó de enseñarle a leer con las páginas de la Biblia, y realizaba las prácticas de lectura, leyendo detenidamente los epitafios de las tumbas. Encontró los fragmentos de un viejo libro en sus correrías por los sótanos. Una obra realizada a mano con hermosísimos dibujos y letras garigoleadas, que luego dio en reproducirlas sobre papel, llegando a tal su maestría que al poco tiempo nadie podía encontrar la diferencia entre el original y la copia. De una forma totalmente autodidacta, logró imitar la caligrafía de los copistas medievales, aventajando en mucho a todos aquellos niños que seguían en ese tiempo la educación tradicional que se impartía en las escuelas.
El pequeño Thomas siempre fue demasiado enfermizo. Viviendo apartado de todos en un mundo totalmente ajeno a la realidad. Recluido como un monje medieval, en un desván que acondicionó rústicamente con sus libros y pergaminos, su tintero y rollos de papel. Carecía de amigos, porque la pasaba siempre encerrado, leyendo sus libros y realizando escritos con todas las fantasías que bullían en su cabeza. Y era tal su obsesión por dichos menesteres, que poco le importaba comer o dormir, lo cual terminó por acarrearle graves consecuencias.
A los doce años fue internado en el Hospital de Colston totalmente desnutrido y padeciendo desequilibrio mental. Encontrándose en dicha institución cierto día le mostró al conserje del hospital un manuscrito que había realizado, y que según le dijo, su tío lo había encontrado en la iglesia de St. Mary. Era el Diálogo de Eleonora y Juga, obra que firmó con el seudónimo de Fray Thomas Rowley. El libro estaba tan hermosamente elaborado y en un lenguaje tan fino y bien redactado, que un librero de la localidad pagó por él un buen precio.
El jovencito Thomas, totalmente satisfecho, continuó escribiendo y realizando sus hermosos libros medievales. Siempre fueron muy bien evaluados, aunque nunca se le retribuyó debidamente. Después comenzó a colaborar con artículos para un periódico de la época, más en cierta ocasión que le fue devuelta su obra Balada de la Caridad, Thomas, lleno de total indignación se negó a continuar realizando sus entregas.
Al parecer este hecho le afecto demasiado emocionalmente. Entro en una fuerte crisis depresiva y lo único que pensó ante tales circunstancias fue en suicidarse. Su familia alarmada ante semejantes intensiones, lo apoyó económicamente para que se fuera a Londres, con la esperanza de que el cambio de ambiente le propiciara una mejoría.
En la capital inglesa las cosas parecieron mejorar. Continuó escribiendo y vendiendo sus obras bajo el pseudónimo de Thomas Rawley, así como de otros autores medievales, también inventados; realizó colaboraciones con algunos periódicos, e incluso logró el éxito con la primer obra firmada con su verdadero nombre: La Venganza. El dinero que percibía siempre lo enviaba a su familia, así que se conformaba con poco y seguí viviendo en un suburbio londinense, continuando con su vieja práctica de mantenerse casi siempre encerrado, alejado de todos y descuidando totalmente su alimentación.
El 24 de agosto de 1770, sumergido en una gran depresión, compró un frasco de arsénico, regresó a su buhardilla, quemó todos sus escritos, escribió una breve nota dando indicaciones del sitio en donde quería ser enterrado, y procedió luego a tomarse el veneno adquirido en la farmacia. Al día siguiente la casera lo encontró ya sin vida tendido sobre el humilde lecho.
Cien años después, en 1871, se esclareció su autoría sobre los libros escritos bajo el pseudónimo de Fray Thomas Rowley, y a partir de entonces su obra completa fue publicada con el nombre de Thomas Chatterton. Una obra literaria demasiado valiosa escrita por un jovencito que ni siquiera alcanzó los 18 años de edad.

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