jueves, 31 de julio de 2008

PAPÁ, ESTOY CONTIGO

Para Tony Valle las cosas iban bien en la vida. Al menos parecían comenzar a componerse después de su fracaso matrimonial. Su trabajo como representante de ventas de una exitosa compañía, le había permitido salir airosamente de cualquier problema económico, y aunque vivía con cierta comodidad, algo le tenía insatisfecho, sin saber concretamente que era. Una buena vida, pero en cierta forma un tanto descolorida.
Pero un día las cosas cambiaron, descubrió que se le había formado una pequeña bola en una pierna. La tocó, la presionó, pero no sintió nada. Le pareció un tanto extraño, pero no le prestó la mayor atención. Pasó el tiempo y la bola persistía, creciendo al parecer un poco cada día.
En el campo golf se encontró con Carlos, su amigo, el doctor; así que para disiparse las dudas, decidió mostrarle aquella anomalía.
El doctor la miró, la tocó y luego le dijo simplemente que fuera a su consultorio para hacer un reconocimiento en forma y determinar la causa que estaba provocando aquella protuberancia. Tony esperaba una respuesta simple, quizás que le recetara unas pastillas y punto. Pero no fue así. El mundo se le vino encima cuando, una vez realizados los correspondientes análisis, se descubrió que aquello era un tumor canceroso.
La noticia fue para Tony como una sentencia de muerte. No hay ser humano preparado para enfrentar con tranquilidad una noticia de esta índole.
Después le extirparon el tumor, y vino el penoso tratamiento de la terrible quimioterapia. Al principio pareció sencillo más después de un par de semanas, no podía ni pasar saliva y todo su cuerpo comenzó a manifestar los estragos que provoca el tratamiento. Pero lo más penoso fue cuando una mañana, después del baño, al pasar el cepillo por su cabeza, los mechones de pelo quedaron enredados entre las cerdas, quedando tan solo un poco de su pelo aquí y allá, dejándole enormes lunares de calvice en su cabeza. Ese día no pudo reprimir la angustia y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero solo fue algo momentáneo; decidió que iba a enfrentarlo todo con entereza, así que cogió el rastrillo y se rasuró totalmente la cabeza, decidido a continuar la vida, aunque su alma se ahogaba por la pena.
Sus amigos, su familia… todos le mostraron su apoyo. Con palabras torpes y como Dios les dio a entender, le dijeron que estaban con él. Pero Tony, pese a todo ello siguió sintiendo que la lucha era únicamente de él y de nadie más y caía con bastante frecuencia en momentos depresivos, sabiendo que estaba completamente solo para enfrentar su incierto destino.
Días después, cuando llegó a casa por la noche, se sorprendió al ver a su hijo, un adolescente de escasos 16 años, con la cabeza totalmente rapada, a imagen y semejanza de su padre.
Tony, sin entender bien lo que pasaba, le preguntó a su muchacho porqué había hecho semejante cosa. Y su hijo, con cierta timidez y palabras titubeantes le dijo: “Papá, lo hice porque quiero que sepas que yo también estoy contigo”
Tony salió adelante, los más recientes estudios señalan que no existe rastro alguno de cáncer en su organismo. Pero de toda esta terrible experiencia le quedó un enorme amor por la vida y el recuerdo de aquella escena donde descubrió el corazón solidario de su hijo.

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