jueves, 10 de julio de 2008

LEONARDO QUERIA VOLAR


A Leonardo Da Vinci todo mundo lo conoce como pintor; sobre todo por la Mona Lisa. Pero fue mucho más que eso. Era ingeniero, arquitecto, escritor y quién sabe cuantas cosas más. Algo así como lo que llamaríamos un "todólogo". Pintó murales, cuadros, realizó dibujos, diseñó armas de guerra, y hasta en cierta ocasión le encargaron que desviara el curso del río Arno, para dejar sin agua a la ciudad de Pisa y así obligarla a rendirse. Y como escritor, escribió tantas y tantas cosas, que si se juntaran todos sus escritos y con ellos se formaran libros, su obra constaría de no menos de cien tomos.
Pero también Leonardo quería volar. No soñaba, como tantos de nosotros lo hacemos, con algo inalcanzable e irreal. Leonardo creía que podía volar. Y por ello se dedicó a estudiar el vuelo de las aves. ¿Cómo lo hacían?, ¿Porqué las aves volaban y el hombre no?, ¿Qué le faltaba al hombre para poder volar?... Un sin fin de preguntas pasaron por su mente.
Atrapó una buena cantidad de aves y estudió sus alas, sus plumas, los músculos de su cuerpo. Tomó nota de todo ello, dando forma a su famoso “Tratado de los pájaros”, donde explica sobre la anatomía de las alas de las aves, de los músculos de su pecho, la red de tendones y los fuertes ligamentos cartilaginosos, el acomodo de las plumas, el deslizamiento del aire…
¡Cuántas cosas tan fascinantes descubrió!. Y con todo ello realizó su primer proyecto: Un par de alas, que podría adosar a su cuerpo y que le convertiría en pájaro capaz de remontar el vuelo. Más luego se dio cuenta que aquello no era suficiente. Muy difícilmente el hombre podría convertirse en pájaro, porque su cuerpo era totalmente diferente; así que diseñó varias máquinas voladoras, entre las cuales se encontraba el primer helicóptero. Y hasta un paracaídas.
El año de 1503, en un monte de la región de Cerere, cerca de la ciudad de Fiésole, Leonardo probó una de sus máquinas voladoras. La colocó en lo alto de una colina, subió al artefacto a su discípulo Zoroastro y de un empujón se inició la gran aventura. Pero algo falló. La máquina voladora no pudo despegar y dando un sin fin de voltaretas calló por allá en el fondo destrozada, dando como resultado una pierna rota de aquél intrépido discípulo navegante.
Leonardo y su discípulo callaron la aventura. A nadie le agrada hablar de sus fracasos. Leonardo jamás imaginó que podía haber experimentado la sensación del vuelo, si tan solo hubiera construido el paracaídas que diseñó. Bastaba con haberse aventado con él desde un barranco y asunto resuelto. De haberlo hecho hubiera seguramente cambiado el rumbo de la historia.

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