Winthrop N. Kellogg era un psicólogo doctorado en la Universidad de Columbia y profesor de la Universidad de Indiana. Se especializaba en el condicionamiento, la conducta y el aprendizaje. Habiendo estudiado la capacidad del ser humano para adaptarse a la ecolocalización, decidió extender su investigación a descubrir que separaba al humano del animal. Asi que en 1931 se decidió a realizar un escalofriante experimento.
Para ello utilizó a un chimpancé bebe y a su propio hijo de 10 meses, Donald. Su experimento consistía en hacer convivir al simio y al niño como si fueran hermanos, utilizando la misma ropa, juguetes y utensilios, para así observar la evolución y aprendizaje de ambos bajo un entorno similar.
Deseaba descubrir cuándo precisamente se creaba esa brecha que, racionalmente, separaba al humano del animal. El chimpancé sería tratado y cuidado de la misma manera que Donald, y ambos formarían una relación similar a la encontrada en hermanos de la misma edad. Sin embargo ocurriría algo que Kellog jamás imaginó. El simio aprendió más rápidamente que su hijo, dejando de mojar los pañales y comenzando a comer utilizando cucharas antes que Donald. Y lo peor de todo es que no fue el chimpancé el que comenzó a “humanizarse”, sino que el pequeño Donald fue el que comenzó a desarrollar conductas propias de un chimpancé.
El niño emitía gruñidos, probaba los bocados imitando el patrón característico de los simios, se subía a la mesa del comedor y se colgaba de cualquier tubo e incluso de las cortinas de la casa. Así mismo su dominio del lenguaje se vio seriamente aletargado.
Si bien Kellog terminó separando al niño y al chimpancé, el pequeño Donald conservó de por vida un daño irreversible, manteniendo muchas de las conductas que aprendió del chimpancé.
Para ello utilizó a un chimpancé bebe y a su propio hijo de 10 meses, Donald. Su experimento consistía en hacer convivir al simio y al niño como si fueran hermanos, utilizando la misma ropa, juguetes y utensilios, para así observar la evolución y aprendizaje de ambos bajo un entorno similar.
Deseaba descubrir cuándo precisamente se creaba esa brecha que, racionalmente, separaba al humano del animal. El chimpancé sería tratado y cuidado de la misma manera que Donald, y ambos formarían una relación similar a la encontrada en hermanos de la misma edad. Sin embargo ocurriría algo que Kellog jamás imaginó. El simio aprendió más rápidamente que su hijo, dejando de mojar los pañales y comenzando a comer utilizando cucharas antes que Donald. Y lo peor de todo es que no fue el chimpancé el que comenzó a “humanizarse”, sino que el pequeño Donald fue el que comenzó a desarrollar conductas propias de un chimpancé.
El niño emitía gruñidos, probaba los bocados imitando el patrón característico de los simios, se subía a la mesa del comedor y se colgaba de cualquier tubo e incluso de las cortinas de la casa. Así mismo su dominio del lenguaje se vio seriamente aletargado.
Si bien Kellog terminó separando al niño y al chimpancé, el pequeño Donald conservó de por vida un daño irreversible, manteniendo muchas de las conductas que aprendió del chimpancé.
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