Para demostrar al mundo que en la Unión Soviética había democracia, con auténtica libertad para escoger a sus gobernantes, se convocó en 1949 a Elecciones para elegir a sus gobernantes. Muy bueno a simple vista, solo que en las casillas solo había una boleta que debían tomar e introducirla en la urna, con el pequeño detalle de que en ella solo había los candidatos del régimen para elegir. O sea que los ciudadanos rusos a fuerzas votaban por los candidatos designados. Así que el gobierno comunista arreglaba muy bien las cosas para no perder por ningún motivo las elecciones. Y por si fuera poco, se decidió además poner un complejo sistema de registro anotando los nombres de los participantes y las boletas numeradas, para tener de esta forma un control absoluto de la situación.
A Ivan Burylov, un apicultor de las cercanías de Moscú, aquello le pareció una farsa, por lo cual, molesto con dicha situación, tuvo la ocurrencia de escribir en la boleta la fracesita “Esto es una farsa”.
A la hora de revisar las boletas descubrieron la anotación en la boleta y con una sencilla verificación en los listados, se dieron cuenta de quien era el autor de aquella “grave ofensa”, por lo cual de inmediato fue capturado Burylov y llevado a prisión, donde se le entabló un juicio parcial sin que se le asignara defensor alguno, obteniendo como sentencia 8 años de trabajos forzados. Como el pobre hombre era un anciano, aquello equivalió a su sentencia de muerte.
A Ivan Burylov, un apicultor de las cercanías de Moscú, aquello le pareció una farsa, por lo cual, molesto con dicha situación, tuvo la ocurrencia de escribir en la boleta la fracesita “Esto es una farsa”.
A la hora de revisar las boletas descubrieron la anotación en la boleta y con una sencilla verificación en los listados, se dieron cuenta de quien era el autor de aquella “grave ofensa”, por lo cual de inmediato fue capturado Burylov y llevado a prisión, donde se le entabló un juicio parcial sin que se le asignara defensor alguno, obteniendo como sentencia 8 años de trabajos forzados. Como el pobre hombre era un anciano, aquello equivalió a su sentencia de muerte.
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