En 1877, Thomas Alva Edison invento el fonógrafo, un curioso aparatito que tocaba cilindros de hoja de papel de estaño. Edison lo consideraba un auxiliar para el dictado en oficinas. Y era algo tan rudimentario y con el sonido tan malo, que, además de todo, solo podía reproducir una vez cada grabación.
Luego vino el grafófono de Alexander Graham Bell, que realizaba las grabaciones en un cilindro de cera, que podía tocarse varias veces, pero tenía el gran problema de que no podía copiarse.
Emile Berliner, originario de Hanover, Alemania, llegó a Washington cuando tenía 19 años. Estudió física, mientras trabajaba de asistente en un laboratorio, además, el poco tiempo que tenía libre lo dedicaba a su labor como vendedor, para cubrir todos los gastos de su escuela.
Emile Berliner asistió a la Exposición del Centenario de los Estados Unidos, donde Graham Bell demostró su gran invento: el teléfono. Emile se sintió maravillado con aquella invención, aunque le pareció que había que hacer mucho aún para mejorarlo, y se dio a la tarea de investigar en este sentido. Fue así como, poco tiempo después, inventó el micrófono de carbón para el teléfono, mismo que ofreció a la Compañía Telefónica Bell, quien le compró los derechos en 50,000 dólares. ¡una auténtica fortuna!. Más este micrófono permitió comercializar el ingenioso invento de Bell.
Con el dinero recibido, Berliner, se dedicó a buscar la forma de perfeccionar el fonógrafo y el grafófono. Y así, en 1887, creó un sistema de grabación que podía ser utilizado una y otra vez, además de que podían hacerse muchas copias de la grabación original. Cambió el cilindro por un disco plano, que primero fue de vidrio, luego de zinc y posteriormente de plástico. A su invento le llamó gramófono.
Después vendría Elridge Johnson, quien patentó un motor de resorte, mismo que acabó con la necesidad de darle vuelta a la manivela del gramófono para mantener la velocidad.
Berliner fundó su propia compañía para producir tanto discos como gramófonos en forma masiva, estableciendo sucursales en Gran Bretaña y Alemania. Pero hacían falta cantantes, y uno de los primeros que Berliner contrató fue Enrico Caruso.
Las primeras grabaciones fueron realizadas en la compañía Camden de Nueva Jersey. No había micrófonos. Caruso cantaba hacia una bocina en forma de corneta, misma que estaba conectada a la máquina grabadora. A los músicos que acompañaban al tenor, los acomodaban en diversas posiciones para controlar el volumen de cada instrumento.
Se hacía la grabación y luego se escuchaba. Se detectaban los errores de volúmen en los instrumentos y se procedía luego a una segunda toma, alejando a los instrumentos que hubieran sobrepasado el volumen requerido y acercando a los que se hubieran perdido en la grabación primaria.
La operación se repetía una y otra vez, hasta que se lograba un balance adecuado.
La grabación se realizaba en un disco de cera, del cual luego se hacía la copia a uno de cobre, para luego pasarla a los discos de pasta negros.
Caruso era muy cuidadoso. Quería que las grabaciones quedaran de la mejor forma posible. Cuando los resultados eran muy buenos, era pródigo en halagos para los músicos que lo acompañaban y el ingeniero de audio. Incluso se esculcaba las bolsas buscando algo para obsequiarles reconociendo su esmero.
Enrico Caruso se convirtió en el cantante más famoso y mejor pagado de su época. Sus grabaciones, aunque bastante rústicas y deterioradas, nos han permitido conocer a uno de los más grandiosos tenores de todos los tiempos.
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