Cuando los grupos se fusionaron en el sexto semestre de la prepa el ambiente se volvió un poco sofocante, ya que siempre había existido una cierta hostilidad entre un grupo y otro. Coco, Lorena y Laura, quizás por ser mujeres muy pronto se adaptaron. Pero Luís y Cristian, que ambos eran amigos de las chicas, se cayeron bastante mal desde el principio.
Luís de plano era un presumido de marca y para colmo prepotente. Y esto lo volvía insoportable ante los ojos de Cristian. Así que ni uno ni otro hizo el menor intento por hacer algo de amistad.
Pero la vida tiene sus inexplicables caminos. Un día uno de sus maestros dejó una tarea un poco difícil y Coco, Lorena, Laura y los dos muchachos se reunieron para realizarla. Cuando Luís la terminó, Cristian le solicitó que se la prestara. Luís no dijo nada, simplemente dio la media vuelta, agarró el cuaderno que luego puso en sus manos para de inmediato darle la espalda y proseguir su plática con unos amigos.
Fue uno de los muchos desplantes soberbios de Luís, pero Cristian allanó los caminos. Soportando con paciencia palabras hirientes, actitudes indiferentes y marginales, así que cuando Luís reaccionó ya fue demasiado tarde. Cristian se había convertido sin darse cuenta en su mejor amigo.
Los dos eran totalmente diferentes. Cristian un chavo gigantón de 2 metros de estatura, con ropa holgada y mal combinada, siempre de tenis y gorra, mientras que Luís de tan sólo 1.80, no podía salir ni a la tienda de la esquina sin antes revisar su apariencia en el espejo y pasarse dos o tres veces el peine por los cabellos, aun sin que hubiera necesidad de ello.
Cristian bromista y juguetón, todo un amante del hip-hop, y Luís, con una personalidad contrastante entre la seriedad y la hironía, inclinado al soft rock, el pop y la música romántica. Aparentemente sin ninguna coincidencia, y sin embargo eran excelentes amigos.
Como la mayoría de los jóvenes de nuestra época, Cristian y Luís pasaban la tarde frente al televisor compitiendo en los video juegos, hasta que terminaban una contienda o cancelaban la partida para irse a su tradicional recorrido por los negocios de ropa y novedades de Sahuayo.
Mientras que a Luís le atraía una bonita camisa o un buen pantalón, Cristian podía pasarse horas mirando los juguetes. Pese a ser un gigantón en apariencia, tenía un corazón de niño, por ello es que jugaba con los carritos como lo haría cualquier chiquillo.
En su habitual recorrido entre las tiendas, con frecuencia aparecían entre ellos las visiones del futuro, aflorando los sueños a realizar para cuando terminara la pesada carga de sus estudios y se convirtieran en profesionistas.
“Me iré a vivir a un puerto - decía Cristian- donde pueda hacerla con mi carrera de Comercio Internacional. Y cuando comience a ganar mi buena lana, ya verás que hasta me compro mi camioneta Hummer”.
Hablara lo que hablara, Cristian siempre terminaba por decir lo mismo.
Luís, un poco más serio y reservado, moderaba en este punto sus expresiones. Le costaba, así de pronto, revelar sus sueños. Tenía sus metas a lograr como ingeniero en sistemas computacionales; pero no era muy dado a hablar sobre sus pretensiones. Prefería dejar que Cristian sacara una y otra vez a bailar sus sueños, para luego tener la deliciosa oportunidad de apaciguarlos con su carrilla.
Lo que ni uno ni otro llegó a pensar jamás, es que lo que estaban viviendo en ese momento era más valioso que la suma de todo cuanto soñaban. El tesoro invaluable que habían encontrado juntos era algo de lo que todos hablan, y de lo que muchos carecen, eso que comúnmente llaman: Amistad.
Pero a veces las grandes cosas no son para siempre y aquella amistad tampoco lo fue. Una mañana de este pesado diciembre, Luís recibió la terrible noticia de que su amigo había fallecido por un paro cardiaco. No le fue fácil entender lo que sucedía. Aquello no era posible. Después del aturdimiento vino el desconcierto, luego una marejada de emociones extremas que al final desembocaron en la rabia.
¿Quién maneja la vida?, ¿Quién se encarga de tomar este tipo de decisiones?, ¿Porqué habiendo tanta gente perversa, criminal, dañina para la sociedad, se escogió para morir al mejor de sus amigos?. No es justo que un joven lleno de sueños, que se esfuerza por salir adelante día a día aferrado a los libros, luchando por obtener una buena calificación… de pronto alguien o algo decida quitarle le vida.
Torbellino de emociones, de sentimientos, algo muy difícil de soportar para Luís en aquellos momentos. No hubo nadie que pudiera ayudarlo a cargar con su pena, porque las penas, al igual que el dolor y la muerte son caminos que deberás caminar a solas. Amargo licor que se bebe a pequeños sorbos y cuyo sabor amargo perdura para siempre.
En la misa de cuerpo presente, Luís sintió que no podía más con su carga y quiso descargar su pena reprochándole a gritos a Dios su mala decisión al arrebatarle a su amigo, pero ni siquiera pudo exclamar una sola palabra, todas se atoraron en su garganta y no hubo una sola que escapara de su boca.
Después de aquél día se sumió tanto en su pena que se olvidó de familia, se olvidó de amigos, y aquél ¿porqué? Aferrado a su cabeza, daba vueltas y vueltas en todo momento, generando más frustración y rabia sin saber como abrirle paso para que descansara su alma.
Anhelaba encontrar alguna persona, cualquier tipo que se cruzara en su camino y tuviera la desdicha de provocarlo aunque fuera un poco, para descargar en él su ira. Y recordó a alguien que era el candidato perfecto para desquitar su rabia, y encaminó sus pasos para ir en su búsqueda, pero al final desistió recobrando la cordura, porque en el fondo sabía muy bien que aquello no resolvería absolutamente nada. Así que nuevamente regresó a casa a encerrarse en su cuarto para volver a sumirse en su tristeza.
Pasaron los días y llegó la navidad. Su familia y sus amigos quisieran sacarlo de su deplorable estado de ánimo intentando que participara en las posadas, en las reuniones de amigos, en la cena navideña; pero Luís se negó a incorporarse al ambiente, a todos les dijo que no había motivo alguno que festejar ni celebrar. La navidad para él carecía de total sentido.
Y llegó el año nuevo, con su brote de esperanza, con una pequeña luz que solo se encendía a ratos y luego parecía extinguirse, para retornar después con un poco más de fuerza.
Luís sonrió con desgano ante semejante pensamiento. Aquella idea que le llegaba no correspondía en nada a sus ideas. Pero la inquietud persistió y poco a poco se fue agrandando hasta apoderarse de su voluntad, hasta convertirse en una ola reiterativa en su mente.
Tomó entonces la decisión. Buscaría algún lugar donde aceptaran la donación de su cuerpo, para que cuando él muriera, a otros le sirvieran sus ojos, sus riñones, o que se yo. Y tal vez hasta su corazón, para que esto sirviera de verdadera ofrenda a su gran amigo que partió y que a él le dio el alma entera.
Cuando un amigo se va siempre deja al descubierto los grandes valores de nuestra vida.
Luís de plano era un presumido de marca y para colmo prepotente. Y esto lo volvía insoportable ante los ojos de Cristian. Así que ni uno ni otro hizo el menor intento por hacer algo de amistad.
Pero la vida tiene sus inexplicables caminos. Un día uno de sus maestros dejó una tarea un poco difícil y Coco, Lorena, Laura y los dos muchachos se reunieron para realizarla. Cuando Luís la terminó, Cristian le solicitó que se la prestara. Luís no dijo nada, simplemente dio la media vuelta, agarró el cuaderno que luego puso en sus manos para de inmediato darle la espalda y proseguir su plática con unos amigos.
Fue uno de los muchos desplantes soberbios de Luís, pero Cristian allanó los caminos. Soportando con paciencia palabras hirientes, actitudes indiferentes y marginales, así que cuando Luís reaccionó ya fue demasiado tarde. Cristian se había convertido sin darse cuenta en su mejor amigo.
Los dos eran totalmente diferentes. Cristian un chavo gigantón de 2 metros de estatura, con ropa holgada y mal combinada, siempre de tenis y gorra, mientras que Luís de tan sólo 1.80, no podía salir ni a la tienda de la esquina sin antes revisar su apariencia en el espejo y pasarse dos o tres veces el peine por los cabellos, aun sin que hubiera necesidad de ello.
Cristian bromista y juguetón, todo un amante del hip-hop, y Luís, con una personalidad contrastante entre la seriedad y la hironía, inclinado al soft rock, el pop y la música romántica. Aparentemente sin ninguna coincidencia, y sin embargo eran excelentes amigos.
Como la mayoría de los jóvenes de nuestra época, Cristian y Luís pasaban la tarde frente al televisor compitiendo en los video juegos, hasta que terminaban una contienda o cancelaban la partida para irse a su tradicional recorrido por los negocios de ropa y novedades de Sahuayo.
Mientras que a Luís le atraía una bonita camisa o un buen pantalón, Cristian podía pasarse horas mirando los juguetes. Pese a ser un gigantón en apariencia, tenía un corazón de niño, por ello es que jugaba con los carritos como lo haría cualquier chiquillo.
En su habitual recorrido entre las tiendas, con frecuencia aparecían entre ellos las visiones del futuro, aflorando los sueños a realizar para cuando terminara la pesada carga de sus estudios y se convirtieran en profesionistas.
“Me iré a vivir a un puerto - decía Cristian- donde pueda hacerla con mi carrera de Comercio Internacional. Y cuando comience a ganar mi buena lana, ya verás que hasta me compro mi camioneta Hummer”.
Hablara lo que hablara, Cristian siempre terminaba por decir lo mismo.
Luís, un poco más serio y reservado, moderaba en este punto sus expresiones. Le costaba, así de pronto, revelar sus sueños. Tenía sus metas a lograr como ingeniero en sistemas computacionales; pero no era muy dado a hablar sobre sus pretensiones. Prefería dejar que Cristian sacara una y otra vez a bailar sus sueños, para luego tener la deliciosa oportunidad de apaciguarlos con su carrilla.
Lo que ni uno ni otro llegó a pensar jamás, es que lo que estaban viviendo en ese momento era más valioso que la suma de todo cuanto soñaban. El tesoro invaluable que habían encontrado juntos era algo de lo que todos hablan, y de lo que muchos carecen, eso que comúnmente llaman: Amistad.
Pero a veces las grandes cosas no son para siempre y aquella amistad tampoco lo fue. Una mañana de este pesado diciembre, Luís recibió la terrible noticia de que su amigo había fallecido por un paro cardiaco. No le fue fácil entender lo que sucedía. Aquello no era posible. Después del aturdimiento vino el desconcierto, luego una marejada de emociones extremas que al final desembocaron en la rabia.
¿Quién maneja la vida?, ¿Quién se encarga de tomar este tipo de decisiones?, ¿Porqué habiendo tanta gente perversa, criminal, dañina para la sociedad, se escogió para morir al mejor de sus amigos?. No es justo que un joven lleno de sueños, que se esfuerza por salir adelante día a día aferrado a los libros, luchando por obtener una buena calificación… de pronto alguien o algo decida quitarle le vida.
Torbellino de emociones, de sentimientos, algo muy difícil de soportar para Luís en aquellos momentos. No hubo nadie que pudiera ayudarlo a cargar con su pena, porque las penas, al igual que el dolor y la muerte son caminos que deberás caminar a solas. Amargo licor que se bebe a pequeños sorbos y cuyo sabor amargo perdura para siempre.
En la misa de cuerpo presente, Luís sintió que no podía más con su carga y quiso descargar su pena reprochándole a gritos a Dios su mala decisión al arrebatarle a su amigo, pero ni siquiera pudo exclamar una sola palabra, todas se atoraron en su garganta y no hubo una sola que escapara de su boca.
Después de aquél día se sumió tanto en su pena que se olvidó de familia, se olvidó de amigos, y aquél ¿porqué? Aferrado a su cabeza, daba vueltas y vueltas en todo momento, generando más frustración y rabia sin saber como abrirle paso para que descansara su alma.
Anhelaba encontrar alguna persona, cualquier tipo que se cruzara en su camino y tuviera la desdicha de provocarlo aunque fuera un poco, para descargar en él su ira. Y recordó a alguien que era el candidato perfecto para desquitar su rabia, y encaminó sus pasos para ir en su búsqueda, pero al final desistió recobrando la cordura, porque en el fondo sabía muy bien que aquello no resolvería absolutamente nada. Así que nuevamente regresó a casa a encerrarse en su cuarto para volver a sumirse en su tristeza.
Pasaron los días y llegó la navidad. Su familia y sus amigos quisieran sacarlo de su deplorable estado de ánimo intentando que participara en las posadas, en las reuniones de amigos, en la cena navideña; pero Luís se negó a incorporarse al ambiente, a todos les dijo que no había motivo alguno que festejar ni celebrar. La navidad para él carecía de total sentido.
Y llegó el año nuevo, con su brote de esperanza, con una pequeña luz que solo se encendía a ratos y luego parecía extinguirse, para retornar después con un poco más de fuerza.
Luís sonrió con desgano ante semejante pensamiento. Aquella idea que le llegaba no correspondía en nada a sus ideas. Pero la inquietud persistió y poco a poco se fue agrandando hasta apoderarse de su voluntad, hasta convertirse en una ola reiterativa en su mente.
Tomó entonces la decisión. Buscaría algún lugar donde aceptaran la donación de su cuerpo, para que cuando él muriera, a otros le sirvieran sus ojos, sus riñones, o que se yo. Y tal vez hasta su corazón, para que esto sirviera de verdadera ofrenda a su gran amigo que partió y que a él le dio el alma entera.
Cuando un amigo se va siempre deja al descubierto los grandes valores de nuestra vida.
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