jueves, 27 de noviembre de 2008

EL EMPERADOR CLAUDIO II

En una de sus primeras comparecencias ante el Senado, ahora como emperador, Claudio dijo: “Ya sé que me consideráis un pobre necio. Pero no lo soy. He fingido serlo. Y por esto hoy estoy aquí”.
Los pretorianos fueron recompensados por Claudio, ya que les dio 15,000 sestercios a cada uno por el favorcito de nombrarlo emperador. Con ello compraba su lealtad e impedía un conflicto civil. Aquello sentó un mal precedente, porque a partir de entonces, el peso del ejército fue decisivo para designar a los nuevos emperadores, y el importe que cobraban por ello fue cada vez mayor.
Claudio inició su mandato aboliendo algunas de las leyes más absurdas promulgadas por su antecesor Calígula. Decretó una amnistía general y presidió trece años de tolerancia y expansión. Pero no todo fue positivo durante su mandato. Claudio no pudo sustraerse al temor de la conspiración y en poco más de un decenio, 35 senadores y unos 300 miembros de la orden ecuestre fueron condenados a muerte acusados de traición y conspiración.
Por otro lado, pese a su inteligencia, era demasiado influenciable, y un auténtico títere en manos de sus esposas. Se casó cuatro veces. La primera de ellas fue Plaucia Urgu-lanila, hija de un militar. Se divorció de ella por su conducta licenciosa y sospecha de homicidio. Después se casó con Elia Petina, hija de un cónsul. Fue el matrimonio más tranquilo de todos. Se divorciaron por pequeñas diferencias, y fue, por decirlo así, el gran amor del emperador.
Luego se casó con Valeria Mesalina, hija de uno de sus primos. Ella tenía 15 años, Claudio 30. Al ser Mesalina la esposa del emperador, la jovencita se sintió con todos los derechos del mundo. Comenzó por dominar a su marido y rodearse de amantes, siendo tal su apetito sexual que se disfrazaba para salir del palacio e ir a uno de los burdeles más miserables de Roma, donde tenía permanentemente alquilada una celda. Ahí ejercía la prostitución, pagando, como cualquier otra mujer galante, su comisión al encargado. Por las mañanas volvía al palacio a ejercer sus funciones de primera dama.
Todos sus desmanes eran ocultados al Emperador, hasta que llegó el colmo de los colmos, cuando Mesalina se fijó en el atractivo cónsul Cayo Silio, con quien celebró una especie de esponsales y declaró su intención de engendrar hijos con dicho galán, lo cual constituía un peligro para el poder de Claudio. Ante dicha situación los hombres de confianza del Emperador, le notificaron a Claudio y presionaron para que tomara cartas en el asunto. La pareja fue detenida y condenada a muerte.
Pero después de todo el emperador no aprendió la lección y contrajo nuevas nupcias con Agripina, quien era por cierto su sobrina, por ser hija de su hermano Germánico. Su nueva esposa traía un hijo consigo, fruto de un matrimonio anterior. Se llamaba Nerón. Y escuche usted lo que pasó a continuación.
Agripina, no menos dominante que Mesalina, mangoneó todo lo necesario la situación hasta que logró que Claudio reconociera a Nerón como su hijo, para que de esta forma pudiera ser designado emperador a su muerte. Y una vez que logró su cometido, lo único que faltaba para ver a su hijo coronado, era deshacerse de Claudio, así ideó un plan para matarlo.
Al emperador le encantaban los hongos, y llegaba a tanto su afición, que hacía que le trajeran ejemplares frescos desde todos los rincones del imperio. Su mujer aprovechó esta debilidad para servirle un buen platillo de hongos envenenados. Cuando los ingirió el Emperador se sintió tan mal, que de inmediato llamó a su médico para evitar la muerte.
Pronto acudió el galeno a atender a Claudio, para lo cual sacó una pluma, misma que le introdujo por la boca para hacerlo vomitar. Aquello hubiera solucionado el problema, solo que Agripina había previamente convencido al médico para que impregnase la pluma con veneno y, este fue el toque decisivo que ocasionó la muerte del Emperador.
Cuentan que era tal la obsesión de Agripina por lograr que su hijo obtuviera el trono imperial, que cuando consultó a los oráculos, la respuesta fue: “tu hijo será emperador, pero cuando lo sea, asesinará a su madre”. Ante esto, Agripina exclamó: “Que se cumpla, aunque me asesine”.
A la muerte de Claudio, tal y como se esperaba, su hijo adoptivo Nerón subió al trono, aunque apenas contaba con 17 años de edad. Tras unos comienzos positivos, pronto cometió todo tipo de crímenes. Se hizo de una amante llamada Popea Sabina, misma que no fue nada del agrado de su madre, quien le expresó duras críticas por dicha relación. Aquello provocó la furia de Nerón y decidió eliminarla. Hizo el intento de envenenarla tres veces, pero ella tomó el antídoto y se salvo. Luego intentó que un falso techo se derrumbara sobre su cama, pero Agripina fue avisada a tiempo. Posteriormente hizo que cayera al agua durante un paseo en barca, pero Agripina resultó buena nadadora y llegó hasta la orilla.
Harto de sus fracasos, envió a un centurión, que la golpeó en la cabeza pero solo logró herirla. La mujer sangrando se arrancó el vestido y, enseñando los senos, exclamó: “golpea aquí, en estos pechos que fueron capaces de alimentar a un monstruo como Nerón”, fue entonces cuando el centurión le dio muerte. Cuando el Emperador la vio desnuda y muerta meneando la cabeza dijo: “De haber sabido que era tan bella…” vaya usted a saber que demonios estaba pensando.
Dicen que Nerón quemó Roma en el año 64 y mientras ardía se puso a tocar la lira y recitaba un poema, para luego culpar a los cristianos. Tal vez esta historia no sea del todo cierta. Pero llegaron a tanto sus desmanes, que al final fue derrocado e incapaz de soportar la humillación terminó por suicidarse.

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