sábado, 15 de noviembre de 2008

LOS LIBROS PROHIBIDOS

A mediados del siglo XVI, la Iglesia Católica, en un intento de preservar la integridad de la fe y el desarrollo de las buenas costumbres, decidió eliminar todos aquellos libros que fueran considerados perniciosos. Para lo cual el Papa Pío IV, el año de 1571, instituyó la Congregación del Indice de los libros prohibidos, misma que estuvo compuesta por varios cardenales y un prefecto, quienes revisaron las obras impresas con el apoyo de teólogos y profesores , atendiendo además denuncias de libros considerados sospechosos, terminando por negar la circulación de textos que consideraron dañinos para la fe y la moralidad de los cristianos, quedando todos estos libros condenados, señalados en el catálogo de libros prohibidos.
Y para dejar las cosas bien en claro, el Papa Paulo IV ordenó que además se difundieran una serie de sanciones a las que se hacían acreedores quienes los leyeran o editaran. Estas consistían principalmente en la excomunión, que incapacitaba a los creyentes para obtener los oficios y beneficios eclesiásticos y los condenaba a infamia perpetua. El índice estaba compuesto por tres partes: la primera señalaba los nombres de los autores, la segunda los libros proscritos y la tercera los títulos de los libros anónimos.
Acatando semejantes disposiciones, el Santo Oficio mexicano tomó las medidas pertinentes para evitar, en cuanto fuera posible, la introducción de obras desaprobadas, enfocando principalmente su atención a los libros provenientes de España. Aunque por supuesto jamás lograron frenar en su totalidad el ingreso a nuestro país de algunos libros que eran sumamente codiciados por los auténticos coleccionistas.
Cuando arribaban los barcos se ordenaba a los comisarios hicieran un examen minucioso de los libros que llegaban. Se exhigía en las aduanas una lista detallada de los mismos y cotejaban la lista proporcionada por la Iglesia para decomisar cualquier obra prohibida. Toda obra decomisada era enviada a los calificadores del Santo Oficio para su evaluación y posible censura. Allí el libro era examinado por dos o más censores; si se consideraba inofensivo se devolvía a su dueño, de lo contrario el texto era condenado a ser expurgado y se retenía hasta haber pasado por la debida censura, que consistía en tachar los textos inconvenientes que contuvieran errores de moral o dogmáticos. Y una vez tachados o mutilados, se regresaban a sus propietarios.
El Santo Oficio concedía algunas licencias para tener libros prohibidos. Ciertas organizaciones eclesiásticas tenían dichas licencias, mismas que eran concedidas con la única finalidad de contribuír a encontrar mayores argumentos para prohibir estas obras.
Los libros, en estos conventos o instituciones, siempre eran colocados en una sección censurada y de acceso limitado a la cual se le denominaba “el infiernillo”

El 14 de julio de 19666 el catálogo de libros prohibidos fue cancelado, y desde entonces la Iglesia Católica ha quitado las manos de este asunto.

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