Como tantas otras veces en los años anteriores, la casa de los vecinos volvió a lucir el desgastado letrero de “se renta”, y con ello otra vez la incertidumbre. ¿Quiénes serán los nuevos vecinos?. Por ahí habían desfilado gente de todo tipo: familias sencillas, ruidosas, problemáticas y hasta comerciantes, pocos inquilinos duraban mucho tiempo. La renta tan cara y lo maltratado de la casa, hacía que apenas duraran por ahí tres o cuatro meses.
La última familia que ocupó aquella casa fue totalmente del agrado de todos. Un matrimonio con un pequeño, que debido a su religiosidad jamás ocasionaban problema alguno. No tuvimos siquiera la oportunidad de saber sus nombres, porque al mes de haber llegado se marcharon dejando una vez más la casa vacía. Pensamos que iban a durar mucho, porque pintaron la casa de vivos colores y arreglaron el jardín, pero aquello no prosperó. Seguramente encontraron otro lugar donde la renta fuera un poco menos ingrata.
Más la casa tan solo duró una semana vacía. Fue de pronto rentada y esta vez la situación no fue nada agradable para todos nosotros. Los nuevos inquilinos no trajeron camas, ni roperos, ni lavadora ni menester alguno de una casa normal. Tal solo un viejo sillón semidestruido, unas mochilas y unas bolsas, al parecer llenas de ropa, de esas bolsas negras que se utilizan para tirar la basura.
Nuestros nuevos vecinos eran tres jovencitos encachuchados, de lente oscuro y vistiendo ropa tres o cuatro tallas más grandes de lo debido. Eran de esos muchachos tipo cholos, con la cabeza rapada y algunos tatuajes en el cuerpo. Pensé que eran de los amantes del hip-hop, pero no... a ellos les gustaba la música de banda y los corridos. Y tanto, tanto les gustaban, que desde el primer día se empeñaron en hacernos partícipes de su gusto, porque la música hizo retumbar nuestras paredes de día... y de noche. ¡Sí!, estos jovencitos hacían de la noche día, terminando sus juergas por allá entre las cinco o seis de la mañana.
¿Eso fue lo peor?, por supuesto que no. Las ventanas de la casa fueron cubiertas con mantas negras, con toda la intención de que nadie viera hacia el interior, el cancel se mantenía siempre abierto, y por ahí comenzaron a desfilar, desde el primer día una buena cantidad de muchachos a su imagen y semejanza. Pero ninguno entraba a la casa, tan solo tocaban a la puerta y de inmediato alguien medio abría la pequeña ventana de la puerta y en menos de un minuto algo sucedía, porque de inmediato se marchaban. A veces venían en parejas y otras en solitario y hasta se juntaban tres o cuatro al mismo tiempo. También llegaban jovencitas. Muchachos a pie, en bicicleta, en moto y hasta en carro.
Los vecinos nos mirábamos unos a otros sin atrevernos a decir media palabra. Sentíamos temor, impotencia, frustración. ¿Que podíamos hacer?. Aquella situación era delicada. Se trataba ni más ni menos de narco menudistas.
El negocio era bastante bueno, jamás pensé que hubiera tantos y tantos jóvenes drogadictos en el barrio. La mayoría eran desconocidos, pero también nos toco ver a varios jóvenes que ni siquiera nos imaginábamos que fueran adictos. Aquello era tan lucrativo, que tenían más clientes que la tienda de la esquina; siendo su servicio y atención tan efectiva, que se atendía con una prontitud asombrosa y las 24 horas del día.
Esperábamos que las cosas cayeran por su propio peso. Pensábamos que en algún momento alguna patrulla descubriría el movimiento sospechoso y les arruinarían el negocio. Más curiosamente nada de esto sucedió. Parece como si de pronto las patrullas se hubieran ausentado de la zona y jamás vimos una, en ese tiempo, pasar por enfrente de aquella casa.
Uno de los vecinos, harto de aquél desfile de gente indeseable, agarró el teléfono y denunció de una forma anónima los hechos. Le pidieron un sin fin de datos, asegurándole que se tomarían cartas en el asunto, pero conforme fueron pasando los días, todos nos dimos cuenta que nada sucedería.
¿En qué pararía todo aquello?. Un político dijo por ahí que un caso de estos es difícil, porque el asunto no es agarrar a uno de los muchachitos adictos, se requiere de una orden del juez para catear el domicilio y proceder con las detenciones, y como nuestras leyes son toda una maraña de enredos, esto es difícil de que se dé. Así que lo mejor es aguantarse.
Pero, un día, para nuestra sorpresa, así como llegaron se fueron. ¿Estaría cara también para ellos la renta?. ¿Les habrá llegado el pitazo de que los habían denunciado?. Sabrá Dios que haya pasado. A la mañana siguiente de que se fueron, apareció una bolsa negra llena de basura en la banqueta y a un lado de ella un vaso de veladora totalmente consumida. Pero no era un vaso común, era una de esas veladoras que estas gentes le encienden a La “Santa Muerte”.
En el frente tenía la tenebrosa imagen, y al reverso una oración donde se solicitaba la caída y muerte de sus enemigos.
Ahora tenemos nuevos vecinos. Son una familia que aparenta ser totalmente ordinaria y quienes de seguro se han de extrañar de todas las sonrisas que reciben de quienes vivimos a su lado. No hay nada más extraordinario que tener vecinos ordinarios.
La última familia que ocupó aquella casa fue totalmente del agrado de todos. Un matrimonio con un pequeño, que debido a su religiosidad jamás ocasionaban problema alguno. No tuvimos siquiera la oportunidad de saber sus nombres, porque al mes de haber llegado se marcharon dejando una vez más la casa vacía. Pensamos que iban a durar mucho, porque pintaron la casa de vivos colores y arreglaron el jardín, pero aquello no prosperó. Seguramente encontraron otro lugar donde la renta fuera un poco menos ingrata.
Más la casa tan solo duró una semana vacía. Fue de pronto rentada y esta vez la situación no fue nada agradable para todos nosotros. Los nuevos inquilinos no trajeron camas, ni roperos, ni lavadora ni menester alguno de una casa normal. Tal solo un viejo sillón semidestruido, unas mochilas y unas bolsas, al parecer llenas de ropa, de esas bolsas negras que se utilizan para tirar la basura.
Nuestros nuevos vecinos eran tres jovencitos encachuchados, de lente oscuro y vistiendo ropa tres o cuatro tallas más grandes de lo debido. Eran de esos muchachos tipo cholos, con la cabeza rapada y algunos tatuajes en el cuerpo. Pensé que eran de los amantes del hip-hop, pero no... a ellos les gustaba la música de banda y los corridos. Y tanto, tanto les gustaban, que desde el primer día se empeñaron en hacernos partícipes de su gusto, porque la música hizo retumbar nuestras paredes de día... y de noche. ¡Sí!, estos jovencitos hacían de la noche día, terminando sus juergas por allá entre las cinco o seis de la mañana.
¿Eso fue lo peor?, por supuesto que no. Las ventanas de la casa fueron cubiertas con mantas negras, con toda la intención de que nadie viera hacia el interior, el cancel se mantenía siempre abierto, y por ahí comenzaron a desfilar, desde el primer día una buena cantidad de muchachos a su imagen y semejanza. Pero ninguno entraba a la casa, tan solo tocaban a la puerta y de inmediato alguien medio abría la pequeña ventana de la puerta y en menos de un minuto algo sucedía, porque de inmediato se marchaban. A veces venían en parejas y otras en solitario y hasta se juntaban tres o cuatro al mismo tiempo. También llegaban jovencitas. Muchachos a pie, en bicicleta, en moto y hasta en carro.
Los vecinos nos mirábamos unos a otros sin atrevernos a decir media palabra. Sentíamos temor, impotencia, frustración. ¿Que podíamos hacer?. Aquella situación era delicada. Se trataba ni más ni menos de narco menudistas.
El negocio era bastante bueno, jamás pensé que hubiera tantos y tantos jóvenes drogadictos en el barrio. La mayoría eran desconocidos, pero también nos toco ver a varios jóvenes que ni siquiera nos imaginábamos que fueran adictos. Aquello era tan lucrativo, que tenían más clientes que la tienda de la esquina; siendo su servicio y atención tan efectiva, que se atendía con una prontitud asombrosa y las 24 horas del día.
Esperábamos que las cosas cayeran por su propio peso. Pensábamos que en algún momento alguna patrulla descubriría el movimiento sospechoso y les arruinarían el negocio. Más curiosamente nada de esto sucedió. Parece como si de pronto las patrullas se hubieran ausentado de la zona y jamás vimos una, en ese tiempo, pasar por enfrente de aquella casa.
Uno de los vecinos, harto de aquél desfile de gente indeseable, agarró el teléfono y denunció de una forma anónima los hechos. Le pidieron un sin fin de datos, asegurándole que se tomarían cartas en el asunto, pero conforme fueron pasando los días, todos nos dimos cuenta que nada sucedería.
¿En qué pararía todo aquello?. Un político dijo por ahí que un caso de estos es difícil, porque el asunto no es agarrar a uno de los muchachitos adictos, se requiere de una orden del juez para catear el domicilio y proceder con las detenciones, y como nuestras leyes son toda una maraña de enredos, esto es difícil de que se dé. Así que lo mejor es aguantarse.
Pero, un día, para nuestra sorpresa, así como llegaron se fueron. ¿Estaría cara también para ellos la renta?. ¿Les habrá llegado el pitazo de que los habían denunciado?. Sabrá Dios que haya pasado. A la mañana siguiente de que se fueron, apareció una bolsa negra llena de basura en la banqueta y a un lado de ella un vaso de veladora totalmente consumida. Pero no era un vaso común, era una de esas veladoras que estas gentes le encienden a La “Santa Muerte”.
En el frente tenía la tenebrosa imagen, y al reverso una oración donde se solicitaba la caída y muerte de sus enemigos.
Ahora tenemos nuevos vecinos. Son una familia que aparenta ser totalmente ordinaria y quienes de seguro se han de extrañar de todas las sonrisas que reciben de quienes vivimos a su lado. No hay nada más extraordinario que tener vecinos ordinarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario