viernes, 5 de diciembre de 2008

EL HOMBRE DE PILTDOWN

A principios del siglo XX, la teoría de la evolución de Darwin había ganado demasiados adeptos; no pareció nada descabellada la idea de que el hombre fuera un descendiente de los primates, pero había algo que hacía falta. Hasta la fecha no se había encontrado ningún resto paleontológico que confirmara la veracidad de esta tesis. Los evolucionistas venían deseando, desde que se formuló la teoría de la evolución, encontrar el eslabón perdido, más este no aparecía en ninguna parte. Más en 1912 se realizó en pleno centro de Inglaterra, en una cantera de grava situada en Piltdown, Sussex un hallazgo totalmente revelador.
Charles Dawson, paleontólogo aficionado y recolector de fósiles para el Museo Británico, encontró un cráneo que inequívocamente pertenecía a un homínido, en un terreno que supuestamente databa de comienzos del Pleistoceno (la edad adecuada para encontrar un "eslabón perdido"). Inmediatamente, otros paleontólogos, entre los cuales se encontraba el joven Teilhard de Chardin se unieron a las excavaciones, y el Hombre de Piltdown, pasó a ocupar un lugar de honor en nuestra, por aquel entonces, exigua lista de antepasados.
En aquellos años, los restos fósiles de homínidos se reducían a algunos restos de Neanderthal y de Cro-Magnon, que claramente estaban mucho más próximos al hombre moderno que el cráneo hallado en Piltdown. Éste presentaba una mandíbula simiesca, unida a un cráneo con una capacidad cerebral comparable a la del Homo sapiens, es decir, exactamente lo que cabía esperar, según las teorías de la época, para el deseado eslabón perdido.
El Hombre de Piltdown provocó la admiración de los paleontólogos más brillantes de la época, aunque, 40 años después, se comenzó a sospechar que no encajaba con los hallazgos posteriores y genuinos de Australopithecus en Africa y Homo erectus en China. Los antropólogos comenzaron a desconfiar de la veracidad del cráneo de Piltdown, de modo que, armados con las nuevas herramientas de datación (en concreto, la determinación del flúor y del contenido en materia orgánica remanente en los huesos), descubrieron la verdad.
El supuesto fósil era un hábil engaño. Alguien había unido un cráneo de hombre moderno (posiblemente perteneciente a un indio Ona de unos 620 años de antigüedad) con una mandíbula de orangután (de unos 500 años de edad), los había sometido a un proceso de envejecimiento mediante productos químicos y había enterrado el conjunto en la cantera de Sussex, en donde había sido encontrado por Dawson.
Posiblemente, nadie sabrá nunca quién fue el autor del engaño, ni siquiera los motivos por los que se llevó a cabo. Los distintos estudiosos del tema han propuesto como sospechosos a prácticamente todas las personas involucradas de una u otra forma en el hallazgo o en el estudio inicial de los huesos, e incluso a personas relacionadas de refilón con el caso, como el escritor Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, aficionado a la Paleontología, pero también muy dado a los misterios y a las bromas.
Lo cierto es que el fraude de Piltdown consiguió engañar a los científicos porque cumplía todos los requisitos para encajar en la teoría de la época, que suponía que la capacidad craneal del hombre habría aumentado antes de que abandonara su aspecto simiesco. Los hallazgos posteriores vendrían a echar por tierra esta teoría sin ninguna base.
Así que el eslabón perdido sigue así: perdido.

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