viernes, 5 de diciembre de 2008

HIENRICH SCHLIEMANN, EL DESCUBRIDOR DE TROYA

Aquélla navidad era distinta, Hienriech Schliemann apenas había cumplido nueve años y ya había perdido a su madre; la ilusión de tener un hermanito quedó truncada; en el parto murió su madre y el bebé.
El padre de Hienriech, quien era el pastor del pueblo, se dio cuenta de la tristeza que anidaba en el corazón de su hijo y por ello le regaló un hermoso libro ilustrado, donde se relataba con lujo de detalles la historia de Troya. Uno de los grabados le impactó mucho: la ciudad ardiendo cuando fue tomada por los ejércitos de la antigua Grecia. ¿Aquella historia era cierta o solo una leyenda, una fantasía de Homero?. Hienriech siempre creyó que era verdad.
Su primer trabajo fue como ayudante de un tendero; ahorró cuanto pudo y de forma autodidacta comenzó a aprender idiomas, principiando por el griego, porque deseaba leer la Iliada de Homero en su idioma original. Era un chico bastante inteligente, con sus ahorros comenzó a realizar algunos negocios y le fue bien. Bastante bien!, tanto que se convirtió en hombre acaudalado que viajó a muchos países del mundo. A los cuarenta años, ya con una fortuna bastante cuantiosa, dejó todo, se fue a Estados Unidos y adquirió la ciudadanía estadounidense. El era alemán, pero en realidad se convirtió en ciudadano del mundo.
Se había casado con una mujer rusa, más la esposa le resultó con tan mal genio, que en cuanto le fue posible consiguió el divorcio y se separó de ella. Tiempo después viajó a Atenas y puso un anuncio en el periódico buscando una mujer griega. La solicitaba pobre, bella, de carácter amable y que conociera las obras de Homero. Muchos requisitos difíciles de reunir, Pero curiosamente fueron muchas las cartas recibidas de chicas que reunían los requisitos. Se decidió por una tal Sofía, una hermosa mujer de tan solo 16 años, que bien podía haber sido su hija, más logran tal entendimiento que la relación culminó en matrimonio, teniendo luego con ella un par de hijos, Agamenón y Andrómaca.
Una tarde de agosto del año 1868, Hienriech se encontraba sentado en la terraza de una casa, enfrascado en la lectura de la Iliada, en la ciudad de Yenitsheri, al noroeste de Turquía, cuando volvió a surgir su gran deseo de encontrar la ciudad de Troya. Schielmann estaba convencido de que las antiguas ruinas de la ciudad se hallaban enterradas bajo un pequeño montículo artificial próximo a la ciudad turca de Hissarlik. No pudo esperar más tiempo, solicitó el permiso correspondiente, mismo que le fue otorgado debiendo guardar ciertas restricciones. Sus excavaciones se iniciaron en abril del año siguiente. Por espacio de tres años, un ejército de 100 hombres, equipados únicamente con palas, cavaron enormes zanjas en un montículo de 10 m de altura, demoliendo paredes y otras estructuras que no despertaban el interés de su contratista.
Encontró ruinas, pero estas no tenían la antigüedad que el precisaba, así que siguió escarbando, creía que bajo aquellas ruinas yacían sepultadas al menos cuatro ciudades y que su Troya anhelada se encontraba en el segundo nivel, empezando desde abajo, pero las ruinas encontradas en ese nivel no tenían la extensión suficiente como para representar a la Troya descrita por Homero, con sus grandes torres y murallas. Por ello fue que prosiguió realizando la excavación.
El 14 de junio de 1873, al cabo de dos años de trabajo, se encontró con un fabuloso tesoro: un enorme acervo de 8.700 objetos de oro, copas, jarrones, pulseras, y la más grande maravilla: una diadema elaborada con 16.000 piezas de oro macizo.
Con lágrimas de emoción en los ojos coronó a su bella esposa con la diadema, la abrazó y gritó: «Cariño, este es el momento más bello de nuestras vidas. Luces la corona de Helena de Troya».
Schliemann no cumplió su solemne promesa de permitir a los funcionarios turcos que examinaran cualquier hallazgo de interés, y trasladó rápidamente a Atenas los tesoros descubiertos en Turquía.
Pero Schliemann estaba en un error. Aquella ciudad no era Troya, sino otra aún más antigua. Y la diadema, que pertenecía aproximadamente al año 2300 antes de J.C., correspondía a otra princesa que vivió más de 1.000 años antes del nacimiento de Helena.
Hoy se sabe que la Troya de Humero fue destruida hacia el año 1250 antes de J.C. y que Schliemann había pasado sobre sus cenizas al excavar las 57 capas. El tesoro que había encontrado pertenecía a otra ciudad. Antes de morir, Schliemann tuvo noticia de su error.
Sin embargo, los arqueólogos posteriores le reconocen la gloria de haber hallado el emplazamiento de la famosa ciudad y de haber demostrado, ante un mundo escéptico, que Troya no era una fantasía. Hizo mucho este hombre, para haber iniciado como un simple mocito de una tienda.

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