viernes, 2 de enero de 2009

LA CHINA POBLANA

El año de 1621, el virrey de la Nueva España, marqués de Gélves expresó su deseo de tener a su servicio una joven chinita que fuese tan exótica como un papagayo en su jardín. Por ello, un mercader que trajinaba entre Acapulco y Manila, enterado de semejante capricho trajo en la Nao de China a una niña hindú de unos doce o catorce años. Sin embargo el mercader cambió de opinión y en lugar de entregársela al virrey la vendió como esclava al rico capitán Miguel de Sosa, que vivía en Puebla, y quien pagó diez veces más de lo que pretendía pagar el marqués.
La muchachita se llamaba Mirra y era una princesa de las remotas tierras del Gran Mogol en la India. Así que aunque todos le decían “china”, porque así se usaba entonces decirle a la servidumbre femenina y joven, Mirra no era china, sino de la India. En su tierra natal, cuando Mirra tenía diez años de edad, sus padres tuvieron que abandonar su ciudad y se fueron a vivir a un puerto cerca de los portugueses. Un día arribaron los piratas y la niña fue raptada y despojada de sus ricos vestidos y joyas y encerrada en una bodega. Así, de princesa pasó a ser esclava.
Al llegar a Cochín, un estado al sur de la India, evangelizado por Francisco Javier, Mirra logró escapar y refugiarse en una misión de padres jesuitas que la cristianizaron y bautizaron con el nombre de Catarina de San Juan. Años más tarde, regresaron los piratas al subcontinente indostánico y, al reconocerla, volvieron a capturarla y la vendieron en Manila como esclava donde la entregaron al mercader que la llevó a la Nueva España.
Don Miguel Sosa no había logrado tener hijos con su esposa y por ello compró a la chinita para adoptarla como hija, aunque siguió siendo esclava. Así, quedó en casa de los Sosa entre ahijada y sierva. Mirra era bellísima, aprendió con sus padres adoptivos a hablar el español, a cocinar y a hacer primorosas labores de aguja, pero se negó a aprender a leer y a escribir. Catarina se hizo muy popular por su belleza y manera muy peculiar de vestir, a la usanza hindú. Cuando salía a la calle siempre llevaba un manto que le cubría la cabeza y parte de la cara y doblándolo de mil formas distintas, como el sari de las mujeres en la India. Desde esta época, Mirra gozó de la piadosa estimación de buena parte de la sociedad poblana y contó con el apoyo de la prestigiada Compañía de Jesús así como con la de otros clérigos.
Don Miguel Sosa murió en diciembre de 1624 y en su testamento dio la libertad a Mirra quien se quedó, propiamente, en la calle. La recogió el clérigo Pedro Suárez y vivió en la pobreza haciendo vida ascética y siempre vestida con su indumentaria de saya, manto y toca. Desde ese momento, comenzó a revelarse una nueva faceta de la "china" Catarina, empezó a tener visiones místicas. Decía que jugaba al escondite con el niño Jesús, que veía a ángeles y a la Vírgen, que una escultura de Jesús Nazareno le hablaba largamente y que los demonios la acosaban. Si al principio la consideraban loca, con el tiempo fue respetada y hasta llegó a ser venerada. Cientos, miles de personas veían en Catarina a una profetisa y entre esos miles se contaban desde el obispo de Puebla hasta los sacristanes de la Compañía de Jesús, pasando por todos los jesuitas de la época.
Mirra vivió 82 años y murió el 5 de enero de 1688. La muchedumbre que fue a su velorio la besaban y arrancaba pedazos de su mortaja para conservarlos como reliquia. Tal fue la veneración que inspiró Mirra, que desde 1691 el tribunal de la Santa Inquisición tuvo que prohibir la reproducción de sus retratos para que no se le venerara como santa. El sepulcro de Catarina de San Juan se conserva en la sacristía de la iglesia de la Compañía de Jesús en Puebla bajo una lápida de azulejos.
Precisamente de esta niña hindú surgió el llamado traje de china poblana.

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