lunes, 8 de junio de 2009

EL MILAGRO DE LA INDIA MARIA ANTONIA

Allá por el “año del caldo”, un poco después de la época cuando “los perros se amarraban con longaniza”, vivía en el pueblo de Mezquitán, hoy barrio de Guadalajara, una mujer de origen indígena llamada María Antonia, quien a la muerte de sus padres recibió como herencia una casita con su huerta y una productiva tierrita que le proporcionaban lo necesario para su manutención; pero llegaron los malos tiempos, más las tranzas de un indio ladino que con marrullerías la despojó de buena parte de sus posesiones, dejándola prácticamente en la miseria. Tan solo le quedó la casita, aunque para mantenerse no tuvo más camino que pedir limosna.
Pero como todo mundo la conocía como una mujer brava, enredosa y mitotera, no había quien quisiera apiadarse de ella, así que los problemas económicos tocaron día a día a la puerta de la casa de aquella mujer.
Ante una vida llena de privaciones económicas, de pronto le llegó a María Antonia inspiración divina. Fue así como, precisamente en un viernes de cuaresma, se armó tremendo escándalo y el chisme corrió por todos los rincones. Todo mundo decía que en la casa de María Antonia había un antiguo cuadro del rostro de Jesús que estaba sudando.
Toda Guadalajara quiso presenciar tan portentoso milagro, así que la casa de María Antonia de se vio atiborrada de curiosos y devotos que llevaron flores, ofrendas velas de sebo y cuantiosas limosnas, que acabaron con las penurias de Maria Antonia.
El susodicho cuadro era un viejo óleo, de un pintor desconocido, realizado sobre un burdo lienzo de hilo grueso, que recibió Antonia como parte de su herencia.
Lo curioso de todo ello fue que el sábado ya no sudó el cuadro, ni el domingo, ni los siguientes días, pero el fenómeno se volvió a repetir el viernes siguiente y los subsecuentes, volviéndose una tradición la afluencia de peregrinos cada fin de semana.
La india María Antonia recaudó buenos dineritos, y no solo le ajustaba para comer bien, sino que había lo suficiente para tomarse sus tequilitas, a las que tanto era aficionada, con un indio que tenía como compadre, con quien se daba sus buenas parrandas.
Al Cura de la Parroquia, le parecía bastante incongruente la actitud de Maria Antonia con el dichoso milagro, así que habló con el Sr. Obispo, para solicitarle su venia y trasladar el cuadro milagroso a la Parroquia, donde se le daría respetuoso culto. Pero al saber lo que se pretendía María Antonia montó en cólera y le dijo al Párroco que antes de que sucediera lo que pretendían, ella quemaría el cuadro y se acababa la cosa.
De todas formas, el Sr. Obispo mandó al Párroco con un notario para que certificaran el milagro; no fuera ser que se tratase de un burdo engaño. Y así Párroco y Notario, más dos frailes y dos seglares de testigos, llegaron a la casa, sin previo aviso, en el día preciso en que la pintura sudaba. Y en efecto, ante sus ojos se presentó el milagro, solo que como el notario era tan miope, arrimó tanto las narices que sintió demasiado caliente la tela; lo cual le hizo entender que había por ahí gato encerrado. Acto seguido tomó el lienzo, y al darle la vuelta se dio cuenta que tras él había pegada una gorda de maíz recién salida del comal.
Resulta que la india María Antonia, descubrió que poniéndole al lienzo la gordita caliente, el vapor de agua que desprendía pasaba a través de lo separado del burdo tejido y se condensaba en pequeñas gotitas al frente de la pintura, simulando perfectamente como si sudara.
Al ponerse al descubierto el astuto fraude, el cuadro fue condenado a la hoguera, mientras que María Antonia fue puesta de patitas en la cárcel, y su casa llena de sal para acabar con la vergonzosa situación.

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