jueves, 4 de junio de 2009

LAS PIEDRAS DEL FRAUDE

Johann Beringer era médico de Würzburg y maestro de la facultad de medicina en la universidad, además tenía una enorme afición por recolectar curiosidades naturales. No era un simple coleccionista de fósiles, sino que se consideraba todo un experto en la materia, y daba conferencias y escribía libros sobre el tema. Decía que muchas de las criaturas que se encontraban fosilizadas eran producto de las inundaciones de los tiempos de Noe, aunque a otras de apariencia extraña, las consideraba procedentes de los tiempos violentos de la creación, tal y como lo narra el Génesis. En todo y para todo, Beringer intentaba relacionar sus hallazgos con las narraciones biblícas.
Su firme convicción, más algunas interesantes muestras fósiles, le consiguieron un buen grupo de seguidores; pero su autoridad y arrogancia no era muy del agrado de todos, por lo cual surgieron aquí y allá algunos enemigos dispuestos a ponerlo en total ridículo.
Beringer poseía algunos fósiles que había encontrado en cierta colina, donde se dice que traía a un grupo de jóvenes excavadores explorando las tierras. Fue así como Ignatz Roderick, profesor de Geografía y Groeg von Rckart, concejal bibliotecario de la universidad, quienes eran sus compañeros, decidieron que la colina era un terreno muy fértil para realizar su diablura. Así que sobornaron a dos de los jóvenes excavadores para que “sembraran” algunas muestras que luego les permitieran poner a Beringer como un tonto ante los ojos de todos. Así que estos jovencitos enterraron aquí y allá los “fósiles” prefabricados y otras cosillas que los astutos enemigos de Beringer les entregaron.
Cuando Beringer descubrió aquellas muestras sembradas por sus enemigos, sus ojos casi se salían de sus cuencas. Encontró una maravillosa colección de piedras labradas, con arañas, estrellas, y animales totalmente desconocidos. Beringer alucinado por sus hallazgos, ni siquiera se puso a estudiarlos con detenimiento. Lleno de júbilo se puso a proclamar a los cuatro vientos que tenía las pruebas palpables de que el mismo Dios había construido algunos diseños en piedra antes de dar vida a las especies. Y para acabar de echar a perder el asunto, hasta escribió un abultado libro donde con lujo de palabras respaldaba plenamente todas sus teorías. Incluso agregó a su obra unas láminas donde estaban dibujadas todas las muestras encontradas.
Con tanta palabrería, el pobre de Beringer se echó la soga al cuello. No faltaron los astutos críticos, que estudiando detenidamente aquellos hallazgos, pronto descalificaron las muestras, al haberles encontrado burdas marcas de cincel recién realizadas y la carencia del efecto que provoca la humedad en las piedras y objetos que han permanecido enterrados por un largo tiempo.
Johann Beringer fue visto por todos como un tonto de primera. Se habían mofado de él con burdas piedras labradas con cincel y martillo, y él había hasta afirmado que estas habían sido esculpidas por la misma mano de Dios.
Los dos ayudantes sobornados que sembraron las muestras reconocieron su pecado y pronto salieron a relucir los autores intelectuales de la broma. Johann Beringer los demandó y los llevó a corte por haberle hecho perder su honor. Ambos pagaron cara su osadía, porque perdieron sus respectivos trabajos.
El resto de sus días la pasó Beringer rescatando ejemplares de su libro aquí y allá para luego arrojarlos al fuego, ya que sentía que solo de esa manera se libraba un poco de la vergüenza que traía sobre sus espaldas. Murió en 1740, pero en 1767 se realizó una segunda edición del libro, para atender la gran demanda de los lectores curiosos que querían saber más sobre ese fraude, y el libro vendió varios miles de copias más que el primero.
Las piedras del fraude se encuentran actualmente en el museo de la Universidad de Oxford.

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