jueves, 4 de junio de 2009

MICHEL DE NOSTRADAMUS

Michel de Nostradamus decidió ser médico. Esta era una profesión arraigada en su familia. Desde pequeño su abuelo materno, quien le tenía un enorme cariño, lo había familiarizado con ambas cosas. Sobre todo los días de noches oscuras, lo sentaba sobre sus rodillas y le enseñaba el nombre de las constelaciones y las estrellas. Aquél pequeño aprendió a amar los cielos desde su tierna infancia, al igual que le fue enseñado el amor por la medicina, la naturaleza y la ciencia. Por ello, al morir su abuelo maestro, Michel marchó hacia Aviñón, la ciudad francesa por excelencia, donde convergían, desde todos los rincones de la provincia, aventureros, buscadores de fortuna, mal vivientes, y jóvenes deseosos de labrarse una vida en el mundo de la ciencia.Aviñón era una ciudad de grandes contrastes: enormes y lujosos palacios al lado de callejones malolientes, por donde transitaban multitudes de desarrapados que intentaban a diario librarse del atropello de los elegantes carruajes de la burguesía.Era la ciudad de los Papas, malechores, desarrapados y gente humilde que abandonó los campos intentando conseguir una forma más fácil de vida.Michel llegó a Aviñón a estudiar en la prestigiada universidad, demostrando desde un principio que solo lo interesaba cumplir con sus deberes ecolásticos y dedicar el resto del tiempo a la observación del cielo estrellado, que era la gran pasión que realmente le motivaba. Era el “raro” entre sus compañeros, a quienes les interesaba más vivir la vida licenciosa de la ciudad que adentrarse en el mundo del conocimiento.Michel se sumergía en las matemáticas, la astronomía y la astrología; estas eran las materias que robaban toda su concentración y energía. Quienes lo escuchaban hablar sobre estos temas, terminaban sorprendidos ante su conocimiento y elocuencia.De Aviñón, Michell marchó hacia Montpellier, para seguir en esta ciudad la carrera de medicina. Durante tres años aprovechó con eficacia los maravillosos secretos del cuerpo humano. Pero esto no le fue bastante, decidió aprender, por todos los medios a su alcance todos los secretos y remedios que de las plantas y hierbas pudieran obtenerse. Por ello recorrió todo el país de comarca en comarca estudiando su flora, deteniéndose, cuando consideraba que podía sacar algo provechoso de aquellos que sabían de recetas y pociones.Y vino la peste, la “bestia selvática”, como la llamó Michel, desencadenando, como lo hizo en 32 ocasiones durante dieciséis años, su oleada de muerte. Los médicos huían espantados, negándose a atender a los enfermos por temor, y cuando lo hacían se cubrían con mantos largos y máscaras en un intento de evitar el contagio.Michel fue diferente, atendía con esmero a los enfermos, buscaba con afán proporcionarles alivio utilizando todos sus conocimientos acumulados. Y según nos cuentan los antiguos escritores, Michel curó a muchos enfermos, incluso existen escritas por ahí algunas de sus eficaces recetas. Fue el primero que hizo saber que para controlar la peste los cuerpos debían de ser quemados y las casas de los enfermos llenadas de cal. Recorrió toda Europa apoyando sin descanso para controlar este terrible mal.Todo esto le dio a nuestro personaje una gran fama como médico excelente, no solo por sus impresionantes conocimientos, sino por el espíritu con el que ejercía su ciencia. La gente se acercaba hasta a él, interrumpiendo su caminar, y se echaba a sus pies y bendecía su nombre. Michel de Nostradamus fue honrado, después de haber pasado la terrible calamidad, otorgándosele un reconocimiento público y colmándolo de honores en gratitud por todos aquellos que se habían salvado.Pero a Nostradamus poco le importaba la fama conseguida, su objetivo era investigar palmo a palmo los secretos de la vida. Pasado un tiempo se estableció en la ciudad de Aix, reanudando su labor de médico y sus investigaciones de la herboristería, los bálsamos y la astronomía. Era un buen médico y día con día se incrementaba su fama y aprecio entre la gente. Pero su dicha debía ser más perfecta: encontró a una hermosa mujer y se casó con ella. Y de pronto se distrajo de sus antiguas aficiones dedicando su tiempo a su esposa y luego a los dos hijos que le obsequió la vida, los cuales se convirtieron en su máxima alegría.Pero un día la muerte llamó a su puerta y le arrebató a la esposa y a sus hijos y con ello se acabó la dicha perfecta. ¿Qué fue lo que pasó?. Algunos dicen que fue la peste. La verdad nadie la sabe. Lo cierto es que Nostradamus continuó con su profesión de médico, pero sumergido en una especie de permanente ausencia, que aquellos que no lo conocían podían juzgarle como deficiente de sus facultades mentales. Pero aún así, se incrementaba día con día su fama de astrólogo, médico y… vidente. Porque algo extraño comenzó a suceder en él.El doctor Nostradamus tenía una vida tranquila y libre de desórdenes. Día a día visitaba a los enfermos y les ofrecía consuelo, llegando a tal su fama y forma de ser que hasta se le consideraba un santo. Cuando salía por las calles, cubierto con su larga capa negra agitada por el viento, la gente no dudaba en retenerlo para consultarle todo tipo de problemas, aún cuando estos no fueran médicos. Todos lo tenían por sabio en el más amplio sentido de la palabra. Y le consultaban enfermedades del cuerpo y del espíritu. En ambos casos, todos encontraban la respuesta acertada para su aflicción.Fue entonces cuando salieron a la luz sus famosos vaticinios que colocaron a Nostradamus como uno de los más grandes y enigmáticos profetas de la historia. Pero antes de continuar demos un pequeño respiro con un poco de música.En tiempos de Nostradamus estaba muy extendido el arte de la magia. Pupulaban por los pueblos un sin fin de vaitcinadores que profetizaban sobre el futuro, y la gente gustaba de escucharles, entregando a cambio algunas moneda de oro o de plata, con tal de que se les anunciasen sucesos favorables que dispersaran las densas sombras del futuro.Una abominable ralea de profetas charlatanes, que sin conocimientos de ninguna especie, elaboraba sus predicciones con la única intención de sacar algo en su propio provecho. Pero Michel de Nostradamus no era de este grupo. En el año 1555 empezó a escribir sus propios vaticinios en forma de cuartetas; las cuales se acumulaban 100 en cada libro, y por ello se les denominó “Centurias”.Cada noche Nostradamus se acomodaba en su sillón a la luz de las estrellas y con la mirada fija en el cosmos recibía la iluminación para elaborar sus vaticinios.Sus famosas Centurias y presagios no vieron l luz en mucho tiempo. Nostradamus los guardó en secreto, creyendo que el darlos a conocer le acarrearía calumnias, envidias y problemas de todo tipo. Pero sentía la responsabilidad de dar a conocer a los hombres el conocimiento que le había sido revelado para que sacaran de ello algún provecho. Por ello un día las dio a conocer, provocando una tremenda reacción, que acrecentó su fama de boca en boca, traspasando incluso las fronteras.Los años transcurrieron y las profecías de aquél iluminado se fueron cumpliendo: la conjura de Amboise, el levantamiento de Lyon y la muerte de Francisco I fueron acontecimientos vaticinados por el sabio vidente.Entonces su fama se incrementó de tal manera que reyes y príncipes, ricos y poderosos, comenzaron a acudir a él para interrogarlo sobre su futuro.El poderoso Rey de Francia, Enrique II, mandó traer al vidente ante su presencia. Nostradamus le hizo una serie de revelaciones, y el Rey agradecido le entregó numerosos presentes y le permitió partir nuevamente a su hogar. Años más tarde el Rey Carlos IX visitó a Nostradamus y lo nombró su consejero y médico. Más entonces ya estaba el profeta muy enfermo y aquejado de múltiples dolencias. La artritis y la gota minaban fuertemente su salud. Por ello escribió por entonces: “Mi muerte está próxima”. Y en efecto falleció poco después, el 2 de julio de 1566 a la edad de sesenta y dos años. Su cuerpo fue sepultado en la Iglesia de los Cordeleros de Salon con una ceremonia de grandes honores. Aún hoy en día, es posible leer en su lápida una inscripción en latín que dice: “Aquí descansan los restos mortales del ilustrísimo Michel de Nostradamus, el único hombre digno, a juicio de todos los mortales, de escribir con pluma casi divina, bajo la influencia de los astros, el futuro del mundo”.

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