lunes, 8 de junio de 2009

EL MONASTERIO MAGICO

Un hombre culto y generoso ofrecía todas las semanas un banquete al cual solían acudir una buena cantidad de gentes importantes. A estas reuniones se les dio en llamar las Asambleas de los Cultos.
A dichas reuniones acudía un derviche, quien al llegar estrechaba las manos de los presentes, y luego se sentaba en un rincón de la mesa, comía lo que se servía, y al terminar se levantaba, se despedía cortésmente y con gran humildad, y luego se marchaba sin haber dicho mayor cosa.
Para todos, el derviche, era un extraño, realmente nadie lo conocía. La primera vez que llegó, fue aceptado en la reunión porque creyeron que era un santo, alguien muy importante que era poseedor de grandes conocimientos espirituales. Y semana tras semana todos los comensales esperaban con impaciencia a que aquél hombre se dignase dirigirles algunas sabias palabras de instrucción. E incluso buscaban la forma de sentarse a un lado de él, para escuchar sin problemas el mensaje que seguramente les entregaría; más fue pasando el tiempo y aquél hombre se mantenía sin decir más palabras que un breve saludo al llegar y una sencilla despedida.
Los integrantes de la Asamblea de los Cultos comenzaron a sospechar que aquél derviche era un farsante. No decía nada, no aportaba nada, parecía que su única finalidad era ir a saciar su hambre. Y aquél lugar no era ciertamente un comedor para mendigos. Era un club donde se compartía la sabiduría entre unos y otros. Por tanto la actitud del derviche con el tiempo comenzó a molestar a los asistentes. Pero nadie le dijo nada. Terminando por ignorarlo e incluso apartarse de él.
Más cierto día el derviche habló. “–Deseo invitarlos a una cena que será servida mañana por la noche en honor de ustedes en mi monasterio –“ dicho esto, se despidió con unas sencillas palabras y se marchó.
Las palabras de aquél hombre provocaron una enorme reacción en los miembros de la Asamblea de los Cultos. Alguien dijo que el derviche vestía en una forma tan miserable que seguramente la cena estaría pésima. Es más, a lo mejor ni cena habría, porque el derviche, por su aspecto, parecía más bien un loco que un hombre santo. No faltó la opinión de alguien que dijo que el derviche los había sometido durante mucho tiempo a una prueba y que ahora pretendía recompensarlos. Tampoco faltó la voz del alarmista, quien previno a todos del peligro que corrían si atendían a la invitación, porque podría tratarse de un personaje con misteriosos poderes para someterlos.
Pero la curiosidad venció los temores, y al día siguiente el grupo fue conducido por el dereviche desde la casa donde se reunían, hasta un apartado lugar del bosque, donde en un escondido lugar había un monasterio de tal magnitud y magnificencia que todos quedaron atónitos al contemplarlo.
En el interior del imponente edificio había infinidad de monjes realizando múltiples tareas. Y al pasar por una sala de contemplación, un grupo de sabios de distinguido aspecto, se pusieron de pie para saludar respetuosamente al derviche con inclinaciones de cabeza. Lo mismo hacían todos los monges que encontraban a su paso; por lo cual los invitados quedaron convencidos que
su anfitrión era un hombre verdaderamente importante.
El banquete que se les sirvió fue indescriptible y sobrepasó toda expectativa. Jamás habían disfrutado de tantos y tan variados platillos, ni recibido una atención tan especial como en aquella ocasión. Así que con la barriga llena y el corazón contento, todos al unísono le suplicaron al derviche
que los aceptara como sus discípulos. Pero el derviche les dijo con sencillez: Esperen el día de mañana.
A la mañana siguiente, en lugar de despertar en aquellas hermosas habitaciones con camas de seda que les habían asignado la noche anterior, se encontraron tirados en el suelo, en el interior de una casona en ruinas, sin que el derviche apareciera por ningún lado.
Al darse cuenta de aquello, lo calificaron de brujo infame. Los había engañado con hechicerías. Se había burlado de ellos, más ahora lo habían desenmascarado. Seguramente no pudo completar su hechizo a causa de la virtud de todos los ahí presentes; porque de no ser así quizás el daño hubiera sido irreparable. Quizás los habría hubiera convertido en sus esclavos, mientras que ellos en su mente seguirían creyendo que estaban en el reino de los cielos.
Lo que todos ellos ignoraban era que, con los mismos medios con que el derviche los había hecho creer que estaban en un monasterio tan suntuoso, de la misma manera los había hecho creer que estaban en la más miserable de las situaciones, aunque la verdad es que ni una ni otra cosa habían sucedido.
Dentro de aquellos momentos de enorme confusión y lamentos, apareció el derviche, surgiendo de la nada y les dijo: Regresemos al monasterio. Hizo un misterioso movimiento con sus manos, y de nuevo todos ellos se encontraron en el majestuoso recinto de la noche anterior.
Ante aquella situación se sintieron arrepentidos de sus palabras y llenos de vergüenza. Se dieron cuenta de que aquella casa en ruinas donde habían despertado solo fue una ilusión para someterlos a prueba, pero el monasterio era la realidad. Lo bueno, según ellos, era que el derviche no había escuchado sus agrias quejas.
Mas de nuevo el derviche hizo un movimiento con sus manos y de pronto todos se encontraron sentados a la mesa en el mismo lugar donde siempre hacían sus reuniones. Y el derviche continuaba en su misma esquina de siempre, comiendo sin decir palabra su plato de arroz. Todos se quedaron mirando unos a otros. La experiencia no había sido un sueño, ni una ilusión de uno solo de ellos. ¡Todos la habían vivido!.
Quisieron interrogar al derviche, pero este se mantenía cabizbajo comiendo con humildad el arroz que había en su plato. Y nadie se atrevió a interrumpirlo. De pronto, la voz del derviche se escuchó al unísono dentro de cada uno de los corazones de los miembros de la Asamblea. Y les dijo: Mientras vuestra codicia os impida distinguir entre el autoengaño y la realidad; será imposible que un derviche pueda enseñarles algo, solo ilusiones. Aquellos que se alimentan de autoengaño y fantasía, solo con engaño y fantasía pueden ser alimentados.
El derviche no había movido en lo más mínimo los labios, pero a todos hizo llegar su mensaje. Después se levantó y sin decir absolutamente nada se marchó.
En la siguiente reunión su lugar quedó vació; el derviche jamás volvió.

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