lunes, 8 de junio de 2009

LA OREJA DE VINCEN VAN GOGH

Un día de invierno, Vincent encontró a una mujer que vagaba por las calles, estaba alcoholizada, embarazada, más aún así luchaba por conseguir algún cliente que quisiera pagarle un poco de dinero por un rato de malsano placer. A Vincent le dio lastima. Pese a su condición la mujer le pareció atractiva. La noche era tan fría que calaba hasta lo insoportable, por ello decidió llevarla consigo.
Vincent había intentado de muchas formas relacionarse amorosamente con una mujer, pero solo había sufrido desprecios y decepciones. Ahora tenía a su lado a un ser desprotegido y hambriento y por ello no titubeó en darle su abrigo.
Cuando su familia se enteró puso el “grito en el cielo”. Ya bastantes problemas les había ocasionado con su carácter tan inestable y agresivo; ellos eran religiosos, incluso el mismo Vincent había sido misionero, hijo y nieto de pastores protestantes… aquello era el colmo, algo insoportable, un total escándalo. ¡Vincent vivía en concubinato con una prostituta!
Pero Vincent no amaba carnalmente a Sien, ante sus ojos ella era solo una mujer desvalida necesitada de protección y cariño. El era su salvador. Y tanto le inspiró que comenzó a utilizarla como modelo para sus trabajos. Tomó el pliego y el carboncillo e inició los trazos de aquella figura maltratada y desvalida. Dibujos que nadie compraría, porque… ¿a quién le interesa tener en casa un retrato de una prostituta en decadencia?.
Los dibujos que Sien le inspiraba eran de una belleza profunda. Incluso uno de ellos se lo dedicó a su hermano Théo, quien fue siempre el más grande apoyo para el pintor, más para Théo también era inaceptable aquella relación. Cuando su hermano recibió el dibujo se sintió totalmente decepcionado. Era el retrato de una mujer con el cabello suelto, el cuerpo demacrado, usado, los senos flácidos, como una flor totalmente marchita…
A mediados del año Vincent ingresó al hospital, no para tratarse de sus frecuentes ataques de locura, sino para curarse de una enfermedad venérea que le había regalado su cándida protegida. Pero a Vincent ni le importó. Ese día Sien había dado a luz a una chiquilla raquítica, que provocó las más emotivas reacciones de Vincent. Por primera vez en la vida se sentía padre, y el hombre más feliz de la tierra.
Momento agridulce ciertamente, ya que Vincent pasaba grandes penurias económicas. No lograba vender ninguno de sus cuadros y su familia insistía en que debía abandonar a aquella mujer. Ella siguió bebiendo y prostituyéndose, incluso tiempo después volvió a quedar embarazada y tuvo un nuevo hijo. ¿De Vincent?. Quien sabe. Pero él le perdonaba todo. Se sentía engañado, burlado, humillado, pero ¿qué importa?. Sentía tanta lástima por ella que sus faltas carecían de importancia.
Al fín decidió separarse de ella. No porque se hubiera cansado de su conducta, sino porque estaba en tantos problemas que ya le era imposible ayudarla. Y así terminó esa historia, más no el enfermizo placer de Van Gogh por relacionarse con mujeres de la noche.
Tiempo después se cortó el lóbulo de una oreja. Le sobrevino una hemorragia tan fuerte que empapó varias de sus toallas, esparciéndose la sangre por el piso. Como Dios le dio a entender se vendó la cabeza, puso el fragmento de oreja cortada en un sobre y fue a llevárselo a una mujer. Dicen que era una damicela de la vida galante. Al entregarle el sobre le dijo: “Guarda este recuerdo mío”. Después volvió presuroso a su casa, se acostó y se durmió.
Vincent fue llevado al hospital, ahí lo atendió el doctor Rey, a quien luego en agradecimiento le obsequió uno de sus cuadros.
Una mañana, Vicent fue al hospital y encontró al doctor Rey afeitándose en su aposento, con una de aquellas tradicionales navajas tipo cuchilla. Vicent se le acercó y quedó viendo con malicia la navaja, luego le preguntó:
-¿Qué hace doctor?
- Me estoy afeitando como ves…-
-Vicent sonríe y le propone: -Si quiere yo lo afeito –
El doctor enfurecido le gritó - ¡Lárgate de aquí inmediatamente! –

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