lunes, 20 de julio de 2009

LOS ROLLOS DEL MAR MUERTO

En un descuido de Juma algunas de sus cabras comenzaron a subir demasiado alto por los acantilados, así que de mala gana decidió ir por ellas para traerlas de regreso. A las cabras no les pasaba nada, son animales impuestos a escalar riscos y transitar por lugares difíciles, pero la tarde caía y descpués sería un tanto difícil encontrarlas, así que mejor decidió ir de inmediato por ellas.
Poco a poco fue bajando a sus animales, no sin un sin fin de trabajos; y de pronto una de ellas se subió a unas rocas y emprendió el camino por una difícil ladera. Juma desatendió a las que ya habían emprendido el regreso y se fue tras la cabra rebelde. Cuando la alcanzó logró hacerla emprender el camino correcto y entonces descubrió una pequeña entrada a una cueva. Tomó una piedra y la arrojó con fuerza. ¿porqué lo hizo?. Nada más para descubrir su profundidad. Pero el golpe de la piedra sonó extraño. Pareció que pegó con algo y lo rompió. ¿Qué habría escondido ahí? La cara se le iluminó y de inmediato pensó que era un tesoro.
A gritos llamó a sus primos Khalil y Mohammed. No entendían lo que Juma les decía, pero por la forma como les gritaba bien pudieron darse cuenta que era algo importante, así que subieron presurosos por el peligroso acantilado. Al llegar Juma les contó lo que pasaba. Ellos se entusiasmaron, pero el sol ya se estaba ocultando y era muy difícil explorar el sitio en aquél momento. Además había que regresar con las cabras antes de que se hiciera demasiado tarde. Andar por el desierto tan noche no es nada bueno. Pero el día siguiente buscarían su tesoro.
Por el camino de regreso no pararon de hablar sobre la posibilidad de que en la cueva hubiese un tesoro escondido. ¡Dejarían de cuidar cabras!, ¡Se iban a hacer inmensamente ricos! Nada ni nadie parecía que podría quitarles el entusiasmo. La verdad es que en la cueva se encontraba uno de los más grandes tesoros jamás imaginados, aunque no era nada parecido a lo que ellos esperaban.
Era el mes de enero de 1947. Hacía demasiado frío, pero Mohammed, el más joven de los pastores, en cuanto despertó se fue con sus cabras a la búsqueda del tesoro. Ni siquiera pensó en esperar a sus primos. Al llegar a la cueva, entró emocionado por la pequeña abertura y vio que por dentro era más amplia. Al comenzar a explorarla sus pies iban pisando una gran cantidad de trozos de cerámica esparcidos por el suelo. Y de pronto sus ojos, ya acostumbrados a la penumbra, vieron una buena cantidad de jarras delgadas recargadas sobre una pared. Sintiendo que el corazón se le salía de la emoción, fue y tomó una de las jarras… pero no encontró en ella ningún tesoro. No había oro, ni monedas ni nada que pareciera de valor. Tan solo contenía unos viejos pergaminos amarrados con trapos, totalmente enegrecidos por el tiempo. Todas las jarras tenían lo mismo.
Poco después llegaron sus primos y les dio las malas nuevas: no había ningún tesoro. Pero Mohammed decidió llevarse algunos pergaminos; quizás alguien se atreviera a darle algunas monedas por ellos. Cuando llegó a casa, sus padre y hermanos se rieron de él, más a su madre le parecieron valiosos… para atizar el fuego. Pero no los quemó todos. El resto los dejaron colgados de un poste de su tienda de beduinos. Mucho tiempo después, y nomás como para no dejar de hacer el intento, el padre de Mohammed los llevó a Belén y ahí logró venderlos por separado a dos anticuarios árabes por una cantidad francamente ridícula. El primer cliente que los adquirió con estos anticuarios fue el arzobispo Athanasius Jesche Samuel, de la Iglesia Ortodoxa en Jerusalén del monasterio de San Marco.
Posteriormente estos antiguos manuscritos fueron examinados por personal especializado de la Escuela Americana de Investigación Oriental, y se llegó a la conclusión que los rollos pertenecían al período entre 200 años A.C. y 200 años D.C., reconociendo que eran los manuscritos más antiguos descubiertos hasta entonces.
Tres de los manuscritos encontrados fueron comprados por el arqueólogo Sukenik, de la Universidad Hebrea, y por diversas y poco a poco otros de aquellos manuscritos fueron siendo adquiridos por dicha institución.
Luego vino la guerra egipcio-israelita de 1947 a 1949, y el asunto de los rollos del Mar Muerto cayó en el olvido.
Tiempo después el padre del arqueólogo Sukenik, encontrándose en Nueva York, leyó un anuncio en que se ofrecían otra parte de aquellos mismos rollos; sabedor de la importancia de estos valiosos manuscritos, logró adquirirlos por una cantidad aproximada a los $ 250,000 dólares, para luego vendérselos por una cantidad mayor a la Universidad Hebrea, donde permanecen hasta hoy.
Al difundirse la noticia del precio alcanzado por aquellos rollos encontrados, todo mundo se fue a escarbar e investigar por cuevas y peñascos de la zona. Pronto se encontraron otras 10 cuevas adicionales que también contenían antiguos pergaminos. Se hallaron cerca de 200 manuscritos, la mayoría libros de la biblia, y algunos otros escritos que hablan de las costumbres y pensamiento de una secta llamada los escenios, misma que floreció entre los años 125 A.C. y 68 D.C., y quienes los escondieron antes de huir de la invasión del ejército romano, el cual se encontraba en Judea para acabar con la revuelta judía de los años 66 a 70 d.C.
Sería sumamente complejo explicar en este espacio, todo lo relacionado al contenido de los Rollos del Mar Muerto. Lo cierto es que en ellos se han encontrado informaciones sumamente valiosas en cuanto a las costumbres e ideas religiosas de los escenios, además de haber descubierto algunas pequeñas, pero significativas modificaciones que se han hecho a algunos pasajes de la Biblia. Quien sabe si fue a propósito o por errores de traducción.
Casi al mismo tiempo, que el descubrimiento de los rollos del Mar Muerto, en una región un tanto diferente, fueron encontrados otros antiguos manuscritos, por un hombre que buscaba en una cueva fertilizante natural para sus cultivos. Aquí se descubrió el llamado Evangelio de Santo Tomás, y en estos documentos se encuentran muchas frases y sentencias atribuidas a Jesucristo, mismas que no están contenidas en ninguno de los cuatro evangelios. De todas formas la Iglesia católica los dio por descalificados.
Quién sabe como sean las cosas, eso lo dejamos a los estudiosos de la materia. Lo cierto es que Juma, Mohammed y su primo, después de su valioso hallazgo continuaron cuidando chivas, porque nunca entendieron el auténtico valor de lo que habían descubierto.

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