En la primavera del año de 1801, Beethoven tocaba el piano en Viena, en casa de unos amigos. En aquél entonces ya era reconocido como un auténtico virtuoso del piano y gran compositor. Cuando el gran maestro estaba en el piano entraba en un auténtico éxtasis que permitía se desbordara toda su emotividad y virtuosismo. Los privilegiados amigos disfrutaban de aquella excelente interpretación, cuando de pronto se sorprendieron al escuchar como Beethoven apenas si rozaba las teclas sin provocar el más mínimo sonido. Se miraron unos a otros sin entender, porque el maestro parecía no darse por enterado de lo sucedido. Cuando Beethoven terminó su interpretación se mostró tan serio y formal como siempre, mientras ellos continuaron con su desconcierto, pensando que probablemente estaba sufriendo de un problema reumático.
Pero la realidad era totalmente diferente. Aquél verano Beethoven le escribió una carta a uno de sus amigos revelándole la situación tan difícil por la que estaba pasando. “Me siento verdaderamente desgraciado – le decía- Has de saber que mi oído se halla muy débil... cada día voy empeorando, y quizás nunca me llegue a curar. Apenas si puedo escuchar a una persona que me habla a media voz...”
Los médicos le dijeron que su sordera era incurable y empeoraría conforme pasara el tiempo. Aquella noticia fue devastadora. ¿Cómo se puede aceptar una situación de esta magnitud?. Toda su vida era la música, no había otra cosa que realmente le motivara. Quedarse sordo era lo peor que podía sucederle.
Conforme fue empeorando la situación el estado de ánimo de Beethoven fue decayendo. Comenzó a rehuir a la gente volviéndose apático y amargado. Tan solo unos cuantos sabían la verdad. Y a tanto llegó su amargura que dejó de componer y dar conciertos. Entonces pensó que su única salida era... el suicidio.
¿De qué sirve la vida si lo que más amas se destruye, se acaba?... Pero su amor por el arte lo detuvo. Le parecía un imposible abandonar el mundo antes de haber realizado todo lo que dentro de él exigía ser creado. Aún faltaban conciertos. Aún debía construir sinfonías. Y se decidió porla vida. Su espíritu volvió a elevarse, recobró su fuerza y gallardía y continuó adelante. En el momento en que salió de aquella terrible depresión, realizó una de sus grandes obras maestras: la Quinta Sinfonía , la sinfonía del Destino, que muchos después llamaron de “La Victoria”.
¿De qué sirve la vida si lo que más amas se destruye, se acaba?... Pero su amor por el arte lo detuvo. Le parecía un imposible abandonar el mundo antes de haber realizado todo lo que dentro de él exigía ser creado. Aún faltaban conciertos. Aún debía construir sinfonías. Y se decidió por
Sus más grandiosas obras las compuso cuando había perdido casi en su totalidad la capacidad auditiva. Jamás escuchó la grandeza de su Quinta Sinfonía, ni la hermosa belleza pastoril de su sexta, o la majestuosidad coral de la Novena u “Oda a la Alegría”. Cuando ensayó con la orquesta y coro esta última obra, gritaba “más fuerte, más fuerte!”, ya que tenía el deseo de escucharla, pero aquello fue imposible, estaba prácticamente sordo.
Un espíritu débil caería abatido sin posibilidad de levantarse ante una desgracia de esta naturaleza, pero Beethoven encontró en su debilidad la fuerza para salir adelante construyendo el resto que faltaba a su obra… lo que le haría inmortal y serviría de inspiración para infinidad de mortales en los siglos venideros.
Estés dondequiera que estés, aún dentro de la peor de las desgracias, frente a ti existe la oportunidad de construir lo más grandioso de tu vida.
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