
De esta forma, el niño y el simio fueron criados como si fueran hermanos, sin diferencia: se les trataba igual, con idéntico afecto, usaban la misma ropa, cucharas, platos, juguetes y todo lo que es propio de un niño.
El chimpancé tardo menos que el niño en aprender a comer con cuchara y a no mojar los pañales. Al final el niño comenzó a imitar a Gua y a los 14 meses emitía una especie de ladrido para indicar que tenía hambre. Lamía los restos de comida del suelo y al año y medio comenzó a mordisquearse los zapatos.
A los 19 meses, edad en que los niños saben decir medio centenar de palabras, Donald solo pronunciaba seis. Pero las complementaba con una serie de gruñidos, gritos y ladridos que había aprendido del chimpancé..
Al darse cuenta el psicólogo que en muchos aspectos el chimpancé superaba al niño, y que este tenía un nivel muy inferior en desarrollo respecto a los demás niños de su edad, decidió terminar con el experimento y echó el chimpancé fuera de casa.
Afortunadamente el experimento no trastornó el desarrollo del niño: décadas más tarde Donald se licenció en Medicina por la Universidad de Harvard con buenas calificaciones.
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