En casa de la familia Wittgenstein la cultura estaba a la orden del día. Se trataba de una familia de gran poder económico que formaba parte de la alta burguesía vienesa. Desde tiempos de los abuelos la música era parte esencial de la familia. Adoptaron a un jovencito llamado Joseph Joachim a los doce años, y lo enviaron a estudiar con el afamado compositor Felix Mendelssohn, haciendo de él un gran violinista y compositor.
También frecuentaba la casa Johaness Brahms , quien fue profesor de piano de dos de las señoritas de la casa, e incluso el gran maestro estrenó en la casa de los Wittgenstein su delicioso Concierto para Clarinete. Músicos e intelectuales desfilaron por la mansión de los Wittgenstein
Así era la vida de Karl y Elise. El era un afamado magnate austriaco del acero y ella una dama encantadora, con una profunda vinculación con la música, juntos procrearon ocho hijos.
Pudiera parecer que todo era como un cuento de hadas, pero algo falló. Tres de los cinco hijos varones se suicidaron. Dicen que en parte se debió a Karl era tan exigente con sus hijos, que lo único que provocó fue que todos sus vástagos sufrieran grandes problemas psicológicos.
Karl se dedicó a la bebida, intentando olvidar la muerte de sus hijos y quizás a ello se debió el que muriera al caerse de un caballo. Elise tampoco duró mucho, ya que poco tiempo después fue víctima de la tuberculosis.
Tan solo quedaron dos hombres en casa, Ludwig y Paul. Ludwig estudió ingeniería, dedicándose luego a la investigación aeronáutica, pero después de leer a Russell, prosiguió por los caminos de la fundamentación de las matemáticas y, de ahí, a la lógica y a la filosofía, hasta convertirse en uno de los filósofos más importantes y reconocidos a nivel mundial.
Paul por su parte, sumido en una enorme depresión, se fue a vivir con su tío abuelo. Donde, para salir de esta horrenda catástrofe familiar, consagró toda su energía y pasión hacia el piano, logrando una fuerza tan espectacular que se convirtió en un auténtico virtuoso del instrumento.
En 1913 debutó en Viena, causando una impresión tan brillante que de inmediato se vio favorecido con el éxito social y los halagos profesionales que la comunidad vienesa vuelca sobre los instrumentistas virtuosos o los cantantes de moda.
Todo parecía volver a su cause original. Paul logró en muy poco tiempo colocarse como uno de los mejores pianistas europeos, pareciendo quedar muy atrás las historias desagradables de la vida familiar. Lamentablemente, el ciclo de Paul cambió de nuevo cuando apenas llevaba un corto tiempo de saborear las mieles del triunfo.
Vino la Primera Guerra Mundial y Paul debió de participar en un batallón de artillería, con tan mala suerte que fue gravemente lesionado de su brazo derecho, tras una feroz contienda, y el resultado final es que perdió su miembro tras una amputación. Además cayó prisionero y fue llevado a Siberia sufriendo vejaciones y la terrible inclemencia del mal tiempo.
Cuando Paul fue liberado, comenzó a deambular por los cafés de Viena ganándose la vida tocando el piano en cafés y salas de cine, donde era presentado grotescamente como el pianista manco, héroe de la guerra, que alguna vez había sido rico y famoso. Por que hay que aclarar, que además, la situación económica de la familia se vino a pique al unísono con su tragedia familiar.
Más Paul tenía una talla espiritual enorme, tal vez más grande de lo que él mismo se imaginaba, y decidió convertirse otra vez en un pianista de concierto, de talla internacional, a pesar de haber perdido su brazo derecho. Se puso a estudiar con un ahínco salvaje y una determinación fanática, producto tal vez de su frustración y su desesperación, y logró el asombroso resultado de dominar la mayoría de los procesos pianísticos básicos y tocar, con una sola mano, piezas destinadas a ser ejecutadas con dos manos.
Su notable virtuosismo le permitió manejar dificultades que resultaban formidables incluso para un pianista dotado de ambos brazos. El problema de alcanzar la velocidad necesaria para lograr el salto y ataque preciso que permitiera engañar al oído del oyente, era uno de gran magnitud. Pero Wittgenstein consiguió este asombroso resultado, permitiéndose circular de nuevo en el mundo profesional del concertismo europeo.
Solicitó además el apoyo de algunos de los grandes compositores amigos de su familia, siendo así como Strauss escribió dos obras para piano y orquesta especialmente para él. Prokofiev, le obsequió con su Cuarto Concierto para piano y orquesta para la mano izquierda, mientras que Ravel compuso especialmente para Paul el Concierto en Re, una pieza excelente que incremento la fama del compositor del Bolero y consagró definitivamente al pianista. Se cuenta incluso que en su estreno en Viena, dirigida por el mismo Ravel, el público le aplaudió a Paul Wittgenstein durante casi una hora luego de la ejecución.
El compositor mexicano Antonio Gomezanda conoció a Paul Wittgenstein en Paría, y quiso sumarse al apoyo para este talentoso pianista, componiendo para él una obra llamada Vieja Danza, para la mano izquierda.
Paul emigró a los Estados Unidos y se convirtió en maestro de una infinidad de alumnos deseosos de conocer su técnica. Ahí falleció el 3 de marzo de 1961.
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