El gran novelista ruso León Tolstoi se casó con una mujer muy bonita, pero muy regañona. Podrían haber creado un magnífico hogar, pero crearon, o ella creó, un infierno. Cuando tenía 82 años Tolstoi no se sintió capaz de seguir soportando la infelicidad de su hogar, y una noche de noviembre de 1910, en medio de una fuerte nevada, se marchó de casa en medio del frío y sin saber a dónde ir. Once días más tarde murió en una estación de ferrocarril, y la última petición fue que no permitieran a su esposa verlo.
Ella reconoció dolorosamente ante sus hijos que era la causante de la muerte de su marido, decía que estaba loca y jamás se dio cuenta del daño que le estaba provocando.
En cierta ocasión el escritor Mariano de Blas escribió por ahí estas palabras muy significativas y que hacen referencia a este problema: Prefiero tus besos a tus regaños que son como arañazos. Hago más caso a tus peticiones, si las haces con cariño. Pídeme lo que quieras, pero pídemelo con amor. No me regañes, cariño.
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