miércoles, 4 de junio de 2008

DON JULIAN Y LA LUNA (0002)

Don Julián era un anciano que vivía en Xadani. En ese lugar indígena donde viví por algún tiempo. Era un buen hombre. Y como todos los ancianos de la comunidad, era respetado por todos… bueno, casi por todos, porque los jóvenes que ya se sentían demasiado civilizados, hasta lo prieto se querían quitar para que ya no los llamaran indios.
Los más especiales eran los que estaban estudiando para maestros. Una profesión seguida por los pocos que tenían algún medio económico disponible. Y eran tan pretensiosos que hasta los guaraches arrinconaban para presumir en todo momento que ya eran gente de tenis.
Don Julián llegaba a mi casa, pero en cuanto veía llegar a los “maestrillos”, tomaba su sombrero y su bastón y se marchaba a su casa. De plano no se entendía con esos jovencitos. Pero en cierta ocasión no los vio llegar, y ya cuando se dio cuenta ya estaba a un lado de nosotros.
Entonces entendí el porqué se sentía molesto con su presencia. Ni siquiera saludaron. Lo primero que dijo uno de ellos fue:
-¿Qué pasó Don Julián, todavía no cree que los hombres llegaron a la luna?-
Don Julián no contestó. Hizo un gesto de disgusto mientras tomaba su sombrero y su bastón para marcharse.
-Pregúntele a Domi. El sí sabe las cosas, para que vea que no somos nosotros quienes las inventamos – continuó aquél aprendiz de maestrillo en un tono fanfarrón.
Don Julián en tono muy molesto le respondió:
- Los hombres nunca han ido a la Luna. Y ustedes se sienten sabios con ese montón de tonterías que les meten en la cabeza allá en Juchitán –
Luego con ojos suplicantes Don Julián me miró y se atrevió a preguntarme en búsqueda de apoyo:
- ¿Verdad Domi que los hombres nunca han ido a la Luna? –
Todos los presentes creyeron que mi respuesta iba a poner a Don Julián en su lugar. Y así fue, aunque no les di el gusto que querían.
- El hombre nunca ha ido a la Luna, ese es un invento de los gringos – fue mi respuesta.
Todos me miraron con incredulidad. Se quedaron mudos de la sorpresa, momento que aprovechó Don Julián para retirarse con una sonrisa de satisfacción en los labios.
Por supuesto que ya se imaginan como me fue después, más para mí lo importante en aquél momento era el respeto que merecía Don Julián más que cualquier otra cosa.
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