miércoles, 18 de junio de 2008

EL HAREM

Se cuenta que un día el profeta Mahoma se encontraba jugando con sus nietos, cuando de pronto un grupo de visitantes llegó de forma inesperada rompiendo tempestivamente su privacidad. Al parecer a Mahoma le molestó semejante intromisión, por lo cual posteriormente empezó a recomendar a sus seguidores de que era necesario habilitar una parte de la casa para uso exclusivo de la familia, donde estuviera prohibida la entrada a los visitantes.
Mahoma aceptó la poligamia, permitiendo a los árabes tener hasta cuatro esposas, más dicha disposición no fue respetada en la práctica y hubo casos de jeques y sultanes que tuvieron sus cuatro esposas y docenas de concubinas, mismas que mantuvieron en esa área privada a la que se designó con el nombre de harén.
El harén era, como ya lo hemos dicho, un lugar privado exclusivo para el gran señor, donde la entrada estaba prohibida bajo cualquier circunstancia, pudiéndose aplicar al intruso la pena de muerte. Este lugar tan especial era la parte más majestuosa de la mansión. Paradisíacos jardines con fuentes de mármol bellamente labrado. Una vegetación esplendorosa. Recintos decorados con gran ornamentación y lujo; finas alfombras, hermosas pinturas con desnudos femeninos, enormes espejos con marcos muy elaborados, confortables sillones, fina ornamentación decorativa y muchas otras cosas que hacían de aquél aposento un auténtico palacio digno de un gran monarca.
Al servicio del gran señor se encontraban todo un ejército de mudos, mutilados, eunucos, concubinas, mujeres, esposas, niños y personas adiestradas cuyo único fin era hacer feliz a su amo, cumpliéndole hasta el más mínimo capricho. Había normas muy estrictas de disciplina que regían a todos por igual. El amo era un auténtico Dios y quien se atreviera a violar alguna de las disposiciones lo pagaba con la muerte.
Las mujeres del harén eran adquiridas como ganado en el mercado de esclavos. Estas jamás llegaban a ser esposas, sino concubinas o esclavas; y tenían bastante cuidado de no embarazarse, ya que el sultán vendía a los niños no deseados a otros harenes para que fueran juguetes de perversión de las esposas o los eunucos. En muchos de los casos el amo, ayudado por el personal de servicio, simplemente sacrificaba a los niños indeseables y se quitaba de problemas. Así que para evitarlo, las concubinas recurrían a miles de trucos para no engendrar o provocarse abortos.
Las esposas o concubinas preferidas podían engendrar, más sus hijos eran adiestrados duramente para ejercer funciones especiales, tanto dentro como fuera del harén. Se les entrenaba tanto físicamente como en cuestiones disciplinarias, para lograr de ellos una obediencia ciega y apego total a sus leyes. Y esto se hacía a base de constantes ayunos, privaciones, maltratos y clases de religión, siendo de los pocos privilegiados que tenían acceso al estudio, siendo incluso instruidos en los idiomas: turco, árabe y persa. Sus maestros eran eunucos blancos, quienes además impedían la vida social entre los alumnos, a quienes debían mantener siempre en silencio, siendo vigilados incluso por las noches, cuando los pequeños debían dormir siempre con la luz prendida.
Los eunucos eran castrados desde niños para ocupar el puesto de vigiliantes. Con esta mutilación física sus amos evitaban una posible rebelión o desviaciones sexuales o sentimentales. También reducían con ello sus hormonas volviéndolos personas más sumisas. El jefe de los eunucos era el brazo derecho del sultán, siendo quien controlaba todas las operaciones y movimientos del palacio. También había eunucos negros, quienes debían ser feos hasta el extremo para que fueran realmente valiosos. Ellos se encargaban de realizar la comida, arreglar la ropa y demás labores domésticas, además de la atención de las esposas y concubinas.
También estaban los sordomudos, quienes llevaban el papel más tenebroso de la casa, pues se encargaban de ejecutar a las mujeres promiscuas, a los niños indeseados y otras desagradables encomiendas. El cuadro de sirvientes era completado por los enanos que ejercían el oficio de bufones para divertir al rey en el momento que fuera requerido.
En Turquía los harenes están prohibidos, incluso la castración, según disposición de Kemal Tatuk, quien además abolió en su momento el uso del velo en la mujer. Aunque se sabe que dichas prácticas todavía perduran entre los altos jerarcas musulmanes.

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