miércoles, 18 de junio de 2008

LA TASA ROTA

Allá por el siglo XVII en la ciudad de Edo, que viene siendo la actual ciudad de Tokio, en Japón, un afamado anticuario llamado Fushimiya fue a una casa de té, donde después de disfrutar de la tradicional bebida oriental, se quedó observando detenidamente la tasa vacía. Antes de salir, pagó por el té y le compró la tasa a la dueña del negocio.
Una vez que Fushimiya se marchó, un artesano local que había observado toda la escena, se acercó a la anciana propietaria de la casa de té para preguntarle quién era aquél hombre. La mujer le reveló que se llamaba Fushimiya y que era el más grande conocedor de piezas de arte en el Japón. El artesano salió corriendo y una vez que dio alcance a Fushimiya le rogó que le vendiera la taza, ya que pensaba que su este gran conocedor la había comprado, seguramente era una pieza valiosa.
Fushimiya se echó a reír y le explicó al artesano que la taza no tenía ningún valor, que tan solo la compró porque observó que el vapor se quedaba suspendido sobre ella de una forma muy extraña, y que seguramente tendría alguna grieta en alguna parte, y como sentía demasiada curiosidad por el fenómeno, decidió comprarla para verlo más detenidamente en casa. Pero el artesano no quedó muy convencido de la explicación e insistió en que le vendiera la taza, así que Fushimiya no tuvo más remedio que ceder a la petición.
El artesano llevó la taza ante distintos expertos, pero todos le dijeron lo mismo: “la taza era una taza común y no valía prácticamente nada”. El artesano no podía creer lo que le decían. Perdió demasiado tiempo y dinero yendo con los anticuarios, descuidando incluso su negocio. Al final, desesperado, acudió nuevamente ante Fushimiya para explicarle su problema.
El anticuario escuchó el calvario del pobre artesano, quien estaba obsesionado con la taza, y para reparar el daño que sentía haberle causado, le compró la tasa en 100 monedas de oro. Todo ello como un simple acto de bondad. Pero la voz se corrió entre los anticuarios y coleccionistas y pronto Fushimiya recibió una buena cantidad de propuestas para que les vendiera la famosa taza, ya que si había pagado 100 monedas de oro por ella, seguramente valía mucho más. Fushimiya intentó explicarles la situación, pero nadie quiso creerle, así que se decidió reunir a todos los compradores para realizar una subasta.
Durante la subasta hubo dos compradores que ofrecieron pagar por la tasa 200 monedas de oro, y comenzaron a pelearse porque cada uno alegaba ser el que había hecho primero la propuesta. Entre tantos jaloneos, alguien movió la mesa, la taza cayó al suelo y se rompió en varios pedazos. Como la taza se rompió antes de efectuarse la transacción, todos se marcharon, mientras que Fushimiya recogió los pedazos y reparó la tasa, misma que luego guardó dando por terminado el asunto.
Años después llegó ante Fushimiya un gran maestro del té y le pidió ver la famosa tasa, sabiendo que la había reconstruido. El anticuario se la mostró. Luego el maestro la observó detenidamente y le ofreció una buena cantidad de monedas de oro, que superaba a todo lo antes propuesto. Fushimiya, quien era un hombre muy honesto, le explicó que la tasa, ahora que estaba rota y reparada, no valía absolutamente nada. Pero el maestro del té le contestó: “Ya se que la tasa es una tasa ordinaria y no vale absolutamente nada. Lo que la hace realmente valiosa es la historia, y por eso vale la pena lo que pago por ella”.
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