jueves, 19 de junio de 2008

LA GENIALIDAD DE MOZART

Jamás ha existido en este mundo un ser tan prodigioso, dentro del mundo de la música, como Mozart. Han existido grandes figuras, maestros indiscutibles creadores de obras excepcionales. Pero nadie, absolutamente nadie que haya tenido un don tan excepcional para componer música como Wolfgang Amadeus Mozart.
Comenzó a tocar el clavicordio cuando solo tenía tres años de edad. No requería de grandes explicaciones, todo lo hacía de una manera instintiva. Su oído era tan sensible que podía descubrir hasta un octavo de nota en la afinación de la cuerda de un violín.
El padre de Mozart tocaba en un cuarteto de cuerda. Y un día el segundo violín no se presentó. Ante la desesperación de su padre, el pequeño Amadeus cogió el violín y tomó el lugar vacante. Ni su padre, ni los otros músicos pudieron dar crédito a lo que veían y escuchaban. El pequeño de tan solo cinco años se sabía a la perfección el tema que iban a interpretar. Sin tener que leer ninguna partitura. Todo lo había aprendido de puro oído.
Pero esto no fue todo, porque a partir de ese momento comenzó a componer su propia música y para los ocho años de edad ya había realizado su primera sinfonía. El viejo Mozart no perdió la oportunidad de presentarlo como un gran fenómeno musical por todo Europa. Y doquiera que iba, el pequeño deslumbraba con sus maravillosas actuaciones. Era capaz de leer y tocar las más complicadas partituras. Se le vendaban los ojos, y aún así identificaba sin fallas todos los elementos de un acorde. Componía e improvisaba sin mayor problema, e incluso fue retado por grandes músicos de su tiempo.
En Roma, durante las celebraciones de la Semana Santa, el coro papal solía interpretar el Miserere de Gregorio Allegri. El Papa había prohibido que se ejecutara esta obra en cualquier otro lugar, por lo que no existían más partituras que la que tenía el Vaticano y la cual era celosamente guardada en las bóvedas de la Basílica de San Pedro. Era tan dura la restricción, que cualquier intento de reproducir dicha obra era penado con la excomunión.
El citado Miserere era una composición contrapuntísitca larga y compleja. Mozart la oyó interpretar una sola vez. De regreso a su habitación, transcribió la partitura entera de memoria. Cuando el Papa lo supo, se sintió tan asombrado que en lugar de aplicarle la excomunión, lo hizo llevar a su presencia y le otorgó la Cruz de la Orden de la Espuela de Oro.
Mozart murió a los 35 años de edad, dejando una obra tan basta, que es muy difícil de cuantificar. Y pese a su invaluable legado musical, sus restos terminaron en la fosa común, porque su mujer no tuvo el dinero necesario para hacer los pagos de la tumba.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ser un genio puede dar miedo Aunque es probable que si se es un genio de verdad no tengas ese problema, porque sabras manejarlo bien (Luis Manteiga Pousa)

Anónimo dijo...

Me desdigo. se puede ser un genio y no saber manejarlo en absoluto. De hecho, es una obviedad.(El mismo de antes)

Anónimo dijo...

De todos modos aún no he conocido a ningún genio para poder tener más datos.Porque actualmente se le llama genio a cualquiera.(El mismo de antes y de antes de antes).

Luis Manteiga Pousa dijo...

Ser un genio pienso que te hacer ver más allá de lo que se ve a simple vista, o sentirlo, hace que tu cabeza de vueltas incluso aunque no quieras, planteandote cuestiones que la mayoría de la gente no se plantea, que le des vueltas y vueltas a las cosas rompiendo los estereotipos. Desde luego, te quita tranquilidad y te hace vivir en la incertdumbre y en la búsqueda contínua.Y eso puede dar miedo. Ya se dice que la genialidad y la locura pueden estar muy cercanas y ese es otro de los posibles miedos, a enloquecer. Profundizar demasiado te puede llevar al abismo mental incluso, muy a menudo sin llegar a ninguna parte satisfactoria. Por otra parte, la genialidad puede ser apasionante, entrar en territorios desconocidos y conseguir grandes logros. Puede tener esa ambivalencia, como de algún modo las drogas.