martes, 29 de julio de 2008

BOMBA CONTRA LA LUNA

En el año de 1958, varios oficiales de la Fuerza Aérea de Estados Unidos se pusieron en contacto con el físico Leonard Reiffel, quien en ese tiempo dirigía la Armour Research Foundation, organización apoyada por el Ejército de Estados Unidos, y le pidieron que llevara a cabo un estudio «en el menor tiempo posible» sobre la visibilidad y los efectos de una explosión nuclear en la Luna.
Eran tiempos difíciles, los tiempos de la llamada Guerra Fría y los Estados Unidos desarrollaban un plan secreto para exhibir su poderío militar, en el cual su mejor estrategia era hacer estallar una bomba atómica en la Luna, con un impacto lo suficientemente grande para que pudiera verse desde la Tierra. La explosión solicitada debería de ser en el lado oculto de la Luna y, en teoría si la bomba estallaba en el polo del satélite, el hongo atómico quedaría iluminado por el sol. Para lograr tal impacto, la bomba debía ser al menos tan potente como la lanzada sobre Hiroshima a finales de la II Guerra Mundial.
El físico dejó bien estipulado que la ciencia pagaría un alto precio por destruir un entorno lunar impoluto, pero a la Fuerza Aérea sólo le interesaba la forma en que se vería la explosión desde la Tierra. Reiffel consideraba que la detonación tendría poco impacto sobre el medio ambiente de nuestro planeta, aunque esta si provocaría un cambio físico en la Luna.
El estudio mostró la viabilidad del proyecto desde el punto de vista técnico. Con un misil balístico intercontinental armado con una cabeza nuclear era posible alcanzar su objetivo en la Luna con una desviación de unos tres kilómetros.
El proyecto secreto se llamó A119, Estudio de Vuelos de Reconocimiento a la Luna, más por fortuna jamás se realizó y nuestra Luna sigue luciendo igual que siempre.

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