martes, 1 de julio de 2008

EL PRECIO DE LA LIBERTAD

Para muchos cubanos la palabra "Miami" es sinónimo de libertad. Y Jorge Aular tenía hambre de libertad. Fue así como a los 16 años, y en una frágil embarcación que se consiguió por ahí, huyó de Cuba. Su inexperiencia le hizo cometer varios errores y pronto fue atrapado por la guardia costera cubana. Pese a ser apenas un jovencito, no le tuvieron clemencia alguna y lo sentenciaron a cuatro años de cárcel y sin derecho a nada.
La prisión fue para Jorge más dura de lo imaginado, pasaba días enteros dentro de una terrible desesperación, deseando escapar a como diera lugar y hacerse nuevamente a la mar para llegar a su tierra prometida.
Tres años después, uno de sus compañeros le hizo una terrible recomendación: “Si te inyectas petróleo, te vas a provocar una infección y de esa manera obligarás a la dirección del penal a enviarte al hospital y entonces ahí tendrás la oportunidad de escapar” Jorge no lo pensó dos veces. Consiguió de forma clandestina una jeringa y un poco de petróleo y se inyecto en ambos brazos.
Jorge se puso mal y las autoridades de la prisión fueron notificadas de lo que sucedía. Más nada creyeron, y en lugar de hospitalizarlo, lo encerraron en una celda mugrienta, dejándolo sin comida ni agua por 48 horas, aislado de los demás presos.
Al tercer día cuando terminó el castigo, abrieron la celda y encontraron a Aluar echo un estropajo humano. Había perdido la sensibilidad en los brazos y presentaba una fiebre totalmente fuera de lo común, quejándose angustiosamente de unos dolores insportables. Y aún así nada hicieron por él, pese a que traía los brazos hinchados y amoratados y las uñas se le estaban cayendo como hojas en el otoño.
Por supuesto que se dieron cuenta de su situación, pero el director del penal no quiso que se le atendiera de inmediato para que sirviera de escarmiento. Hasta que le dio un paro cardíaco y entonces se dio la orden para que fuera trasladado al hospital.
Su caso era tan grave que fue necesario amputarle ambos brazos, dejándole tan solo unos pequeños muñones. Cuando Jorge se dio cuenta de lo sucedido, se levantó tambaleante de su cama y fue a estrellarse contra la ventana en un intento de quitarse la vida, cosa que hubiera logrado fácilmente, ya que estaba en un tercer piso, pero la herrería resistió y lo único que logró fue provocarse unos fuertes golpes y lastimarse los muñones recién saturados. Y así, totalmente maltrecho le regresaron a la masmorra para que cumpliera con el resto de su condena.
Recién cumplidos sus 20 años, Jorge Aluar fue puesto en libertad. Era tal su rabia, que pese al alto precio que había pagado por su intento de fuga, nada logró desanimarlo y día tras día la única palabra que revoloteaba en su mente era “libertad”.
Alguien le comentó por ahí que podía grabar su historia y mandarla a una radiodifusora de Miami, para que al difundirla se levantara una ola de protestas a nivel mundial y se presionara al gobierno de Fidel Castro para que permitieran su salida. A Jorge le pareció una idea excelente, más para su desgracia, eso de conseguir una grabadora no era nada fácil, y por andar preguntando aquí y allá, un soplón se dio cuenta de sus planes y lo denunció. Así que Jorge fue enviado a prisión por otros… ¡Cuatro años!
Esta vez la cárcel le supo más amarga que antes. Desesperado, se estrellaba contra las paredes hasta lastimarse. Caía y se volvía a levantar lleno de rabia, provocando la compasión de sus compañeros. Ya no quería vivir, porque no le encontraba sentido a la vida. Era demasiado lo que se le había quitado, así que la única salida para él era el suicidio. Por ello se las ingenió para conseguir un poco de ácido y se lo tomó, creyendo que ahí terminaría su calvario. Pero fue descubierto a tiempo y lograron salvarlo los médicos del hospital, aunque quedó muy dañado de su esófago.
Al regresar a la prisión le ofreció a un compañero de celda las pocas monedas que tenía guardadas, a cambio de que le hiciera unos cortes en las piernas para desangrarse y perder la vida. Más no logró que fuera aceptada su propuesta. Así que tuvo que aguantarse aquella vida de infierno, hasta que fue dejado en libertad el año de 1994.
Aluar pareció componerse. Se convirtió en guía turístico y hasta se consiguió mujer; aunque era tan poco lo que ganaba que a diario pasaba la familia enormes restricciones. Por ahí nunca había detergente, ni jabón para bañarse, y el arroz y aceite que conseguían siempre era insuficiente. Día con día vivían llenos de apuraciones. El nacimiento de su hijo vino a complicar aún más las cosas y a incrementar la desesperación. Para Aluar la única forma de resolver aquello era huir de Cuba. Más su mujer nunca compartió ese punto de vista.
Su amigo y vecino Lázaro Jardines, un día le dijo: “No te preocupes por como le vas a hacer para huir de Cuba, cuando decidas intentarlo de nuevo yo me iré contigo para ayudarte” Jorge Aluar le tomó la palabra. Si hubiera tenido brazos, aquél día le hubiera dado un buen abrazo para agradecerle semejante compromiso.
Lo intentaron en enero del 2007, en un grupo organizado por contrabandistas humanos. Pero apenas después de recorridas unas cuantas millas en una lancha, falló el motor y fue necesario regresar. En febrero lo intentaron de nuevo son idénticas circunstancias.
Hasta que una noche de marzo, cuando la oscuridad era demasiado densa, Jorge Aluar, Lázaro Jardines y otros catorce cubanos, se embarcaron a escondidas en una minúscula lancha intentando huir de la isla, rumbo a los Estados Unidos. Más al cuarto día, el bote se averió y fue imposible repararlo. El agua y la comida se agotaron, y aquellos 16 fugitivos se encontraron a la deriva. Demasiado lejos de la costa como para poder regresar.
Los siguientes días fueron de total desesperación, el sol implacable, la sed angustiosa, el terror que provocan los mares… todo estaba dispuesto para que aquella odisea desembocara en una catástrofe.
Jorge Aluar se hundió en la desesperación. ¿Porqué el destino se ensañaba con él de aquella manera?, ¿porqué siempre que daba un paso hacia la libertad todo parecía ponerse en su contra?...
Los compañeros de la barca estaban igual o peor que él. Algunos se desmayaban, otros vomitaban debido a la deshidratación y a la exposición al sol y, aunado a todo ello, la terrible incertidumbre que traía consigo un fatídico presagio.
Jorge decidió saltar al mar y ahogarse para acabar de una vez por todas con su mala suerte. Más Lázaro se lo impidió en todo momento. Le recordó que en Cuba habían quedado sus dos hijos y su mujer. Debía luchar a como diera lugar para salir adelante. O todos morían juntos o todos serían rescatados por igual.
Después de diez días de navegar a la deriva, de pronto los encontraron unos mexicanos en una lancha rápida. Más no piense usted que nuestros compatriotas fueron los héroes de la película. Ya que eran unos auténticos villanos. Al fin contrabandistas!. Se ofrecieron a rescatar a los náufragos, los llevaron directamente a las costas de Quintana Roo, y ahí los encerraron en una casucha, donde los sometieron a un duro interrogatorio, hasta que cada uno de ellos les dio teléfonos de familiares o amigos que pudieran pagar por ellos un rescate. Se exigieron $ 2.000 dólares por cada uno. Después de este amargo trago, Jorge y Lázaro vivieron la penosa experiencia de cruzar el territorio mexicano e introducirse en los estados Unidos como cualquier mojado, más pese a lo duro de la experiencia, esto ya fue lo de menos. La pesadilla terminó el 27 de marzo, fecha en que cruzaron la frontera entre EEUU y México.
Actualmente Jorge Aluar y Lázaro Jardines viven en Miami, de arrimados en casa de un familiar. Poco a poco se están adaptando a su nuevo modo de vida, dependiendo el uno del otro, pensando en un día traerse a su familia de la isla. Lázaro se encarga casi absolutamente de todo respecto a Jorge, desde alimentarlo hasta bañarlo y cambiarlo de ropa. Para algunos esto es demasiado.
En cierta ocasión alguien le preguntó a Lázaro el porqué hacia tanto por Jorge y este le contestó ¿“Es que acaso no conoces lo que es el auténtico valor de una amistad?”

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