jueves, 24 de julio de 2008

EL FOTOGRAFO Y EL ESQUELETO

Adrian Brooks era oficial de distrito en Kasama (Rodesia septentrional) cuando un día uno de los miembros de la tribu de los Wemba le contó de la existencia de un sepulcro sagrado para los jefes supremos de la tribu. Brooks, quien era excelente fotógrafo y vendía sus fotografías a las revistas especializadas, no quiso perder la oportunidad de ir a fotografiar tan singular sepulcro, el cual estaba en una parte secreta y jamás se había permitido acercarse a él a un hombre blanco.
La tradición era que cuando un alto jefe de la tribu moría, se colocaba el cadáver en una cabaña real, y se le vigilaba hasta que la carne se descomponía y los huesos quedaban limpios. Después se enterraba el esqueleto casi a flor de tierra, pero manteniendo la mano derecha extendida y sostenida por un palo, de tal manera que quedara totalmente visible, para que de esta forma quienes pasaran por ahí pudieran estrecharle la huesuda mano.
Dos viejos hechiceros custodiaban el sepulcro sagrado y cuando Brooks pretendió acercarse al sepulcro le impidieron el paso, más burlando luego la vigilancia penetró hasta él y tomó varias fotografías. Esto enfureció a los guardianes luego que lo descubrieron y arrojaron sobre él una maldición previniéndole que muy pronto moriría.
A Brooks no le preocupó en lo absoluto la maldición, e incluso hizo burla de ella cuando regresó a su oficina. Más tres días después, precisamente a las afueras de esta oficina cayó el asta de la bandera que tenían arriba de la entrada y lo golpeó tan fuerte en la cabeza que lo mató al instante. El dictamen oficial señalaba que las termitas habían horadado la base del poste y este había caído justamente cuando Brooks se paró por unos instantes bajo él.

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