En el año 2000 el cordobés Marcos Castagno, estudiante de ingeniería electrónica de 22 años, le contó al director de su ex colegio, que había ganado el premio de “El estudiante del siglo”, otorgado por la Fundación Motorota, gracias a su invento: una máquina de café que se ponía en funcionamiento con una orden en voz alta.
El director a su vez se lo contó al intendente, que a su vez se lo contó a un diputado y las cosas llegaron hasta oídos del gobierno provincial.
Días después, el entonces gobernador José Manuel de la Sota recibió al ilustre estudiante inventor, hubo fotos y notas en diarios y televisión. A esa altura ya se decía que la cafetera no sólo recibía órdenes sino que hablaba: Marcos había explicado que el sistema computarizado del aparato permitía hacerle añadidos, como la incorporación de un plano de la ciudad y los recorridos de los transportes, de modo que si se le indicaba a la máquina dónde estaba uno y dónde quería llegar, ésa le explicaba cómo hacerlo. Algo insólito e extraño para una cafetera, pero nadie cuestionó el asunto.
El Concejo Deliverante le hizo un homenaje otorgándole además un subsidio para realizar el viaje hasta la Fundación Motorota a recibir el afamado premio.
Para ese momento la prensa ya estaba siguiéndole en todo momento los pasos. Se suponía que Marcos debía viajar a Japón y querían todos tener la nota de su partida, misma que pensaban ilustrar con fotografías. Y en efecto, llegó Marcos al aeropuerto, le tomaron fotos, despidió a los periodistas y todo pareció en orden. Solo que varios días después regresó a la ciudad, ante la sorpresa de todos. A la prensa le comunicó que no logró llegar a Japón, parque en una de las escalas del avión, unos hombres de aspecto oriental lo habían atacado y obligado a darles “el códice de la máquina”, todo lo cual hacía pensar en la magia japonesa.
Pero esa fue la gota que derramó el vaso, no faltó quien dudara de todo aquél rollo, y tras una mínima investigación, descubrió que Marcos Castagno jamás había tomado avión alguno, y ni siquiera había nunca salido del país, y que en Motorota ni siquiera estaban enterados del sainete.
Marcos terminó por confesar todo, diciendo que solo fue una “mentirilla” que contó un día, la cual luego no pudo parar, ocasionando toda aquella desastrosa situación. Después de esto, ya no quiso hablar más del asunto de la cafetera, y por supuesto que los mandatarios que le entregaron premio y reconocimiento no encontraron la forma de ocultarse ante semejante vergüenza. Y todo por una simple mentirilla.
El director a su vez se lo contó al intendente, que a su vez se lo contó a un diputado y las cosas llegaron hasta oídos del gobierno provincial.
Días después, el entonces gobernador José Manuel de la Sota recibió al ilustre estudiante inventor, hubo fotos y notas en diarios y televisión. A esa altura ya se decía que la cafetera no sólo recibía órdenes sino que hablaba: Marcos había explicado que el sistema computarizado del aparato permitía hacerle añadidos, como la incorporación de un plano de la ciudad y los recorridos de los transportes, de modo que si se le indicaba a la máquina dónde estaba uno y dónde quería llegar, ésa le explicaba cómo hacerlo. Algo insólito e extraño para una cafetera, pero nadie cuestionó el asunto.
El Concejo Deliverante le hizo un homenaje otorgándole además un subsidio para realizar el viaje hasta la Fundación Motorota a recibir el afamado premio.
Para ese momento la prensa ya estaba siguiéndole en todo momento los pasos. Se suponía que Marcos debía viajar a Japón y querían todos tener la nota de su partida, misma que pensaban ilustrar con fotografías. Y en efecto, llegó Marcos al aeropuerto, le tomaron fotos, despidió a los periodistas y todo pareció en orden. Solo que varios días después regresó a la ciudad, ante la sorpresa de todos. A la prensa le comunicó que no logró llegar a Japón, parque en una de las escalas del avión, unos hombres de aspecto oriental lo habían atacado y obligado a darles “el códice de la máquina”, todo lo cual hacía pensar en la magia japonesa.
Pero esa fue la gota que derramó el vaso, no faltó quien dudara de todo aquél rollo, y tras una mínima investigación, descubrió que Marcos Castagno jamás había tomado avión alguno, y ni siquiera había nunca salido del país, y que en Motorota ni siquiera estaban enterados del sainete.
Marcos terminó por confesar todo, diciendo que solo fue una “mentirilla” que contó un día, la cual luego no pudo parar, ocasionando toda aquella desastrosa situación. Después de esto, ya no quiso hablar más del asunto de la cafetera, y por supuesto que los mandatarios que le entregaron premio y reconocimiento no encontraron la forma de ocultarse ante semejante vergüenza. Y todo por una simple mentirilla.
1 comentario:
Como me gustan mucho las historias me interesa poder conocer distintas tanto reales como ficticias. Por eso paso mucho tiempo en internet buscando en paginas diversas estas cosas. En mi casa leo muchos libros también y recientemente me compre en fravega un ebook con el cual también leo mucho
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