miércoles, 29 de octubre de 2008

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA I

A los diecisiete años Miguel era un adolescente tímido y tartamudo, su padre era cirujano barbero, una combinación de oficios propia de esos tiempos, pero el Sr. Rodrigo, que así se llamaba, era un hombre amante de la cultura, así que mandó a su hijo a estudiar en la ciudad de Córdoba con los Jesuitas, quienes tenían fama de proporcionar una excelente educación. No hay constancia que hubiese asistido a la universidad, pero en 1568 su nombre aparece en una antología de poemas, firmando cuatro composiciones, dedicada a Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II. El editor del libro, Juan López de Hoyos, fue quien probablemente motivó a Miguel a leer a los grandes clásicos de la literatura griega: Virgilio, Horacio, Séneca y Cátulo.
Sabrá Dios que habrá pasado, pero el año de 1569, en la ciudad de Madrid, Miguel se metió en problemas. Al parecer se peleó e hirió a un tal Antonio de Segura, y ha de haber sido de la residencia real, porque le quisieron aplicar una dura ley que implicaba el arresto y amputación de la mano derecha. Así que Miguel huyó rápidamente de España para evitar el arresto y cumplimento de sentencia, y se fue por allá a la zona de Italia en donde había algunos dominios españoles. Y como seguramente no encontró mejor oficio, se reclutó como soldado en la compañía de Diego de Urbina.
En 1571, Venecia, Roma y España formaban la Santa Alianza, y la emprendieron contra los turcos, intentando arrebatarles territorios conquistados. La batalla de Lepanto fue todo un éxito, vencieron a los turcos, pero Miguel recibió tres heridas, una de las cuales dicen que inutilizó su mano izquierda y al parecer por ello le comenzaron a llamar “el manco de Lepanto”.
Después, junto con su hermano menor, Rodrigo, Miguel entró de nuevo en una batalla cerca de la ciudad de Corfú, y por ahí encontró una jovencita que le llenó la pupila enamorándose perdidamente de ella. Le dedicó algunos hermosos poemas, donde la llamó con el nombre de Silena. Fruto de aquella relación hubo un hijo llamado Promontorio. Pero Miguel, ya entusiasmado con la milicia, se propuso hacer carrera dentro de ella para elevar su situación social y nivel económico, para lo cual consiguió dos cartas de recomendación ante Felipe II, firmadas por Juan de Austria, quien había dirigido los combates donde salieron victoriosos, y por el Virrey de Nápoles, en las que se certificaba su valiente actuación en la batalla de Lepanto.
Con estos valiosos papeles, Miguel y su hermano se embarcaron en Nápoles con la intención de regresar a su patria, más poco después una fuerte tormenta los hizo perder el rumbo y su barco fue tomado por tres corsarios beberiscos. La batalla fue dura, más fueron doblegados y Miguel y Rodrigo cayeron prisioneros. Intentando salvarse, Miguel mostró las cartas y en efecto, le fue perdonada la vida, pero el corsario jefe consideró que Miguel era un hombre valioso y de recursos, así lo mantuvo como su prisionero por bastante tiempo, mientras que a los demás los canjearon y de él se pidió una fuerte recompensa. Pero su familia era de escasos recursos y les fue imposible pagar el rescate solicitado.
Sus hermanas, Andrea y Magdalena, quienes eran al parecer concubinas de un rico madrileño, le entablaron una fuerte demanda a este hombre, porque se casó y no les dio la dote correspondiente. El pleito fue ganado y las dotes recibidas fueron encausadas al rescate de Rodrigo. Pero Miguel siguió cautivo en la ciudad de Argel.
En dos ocasiones intentó fugarse, más fue atrapado y puesto de nuevo en cautiverio. En el tercer intento, Miguel contrató a un mensajero para que llevara una carta al gobernador español de Orán. Por desgracia el mensajero fue interceptado y por su atrevimiento fue condenado a muerte, mientras que a Miguel se le condenó a recibir dos mil azotes, lo cual equivalía a la muerte. Pero la sentencia no fue aplicada porque era considerado hombre poderoso, por el que se podía recibir un fuerte rescate.
Pero las ansias de libertad no se extinguían en Miguel, aunque pasaban los años y sus pretensiones siempre se veían frustradas. Lo intentó de nuevo con el apoyo de otro compañero de prisión, más fueron delatados y Miguel fue encadenado y encerrado durante cinco meses. Mientras tanto su madre había hecho todos los trámites necesarios para el rescate. El rey Hassán pidió seiscientos ducados por Miguel, una cantidad realmente exorbitante. Pero doña Leonor, como toda buena madre, fingiéndose viuda, reunió dinero, obtuvo préstamos y garantías, incluso solicitó el apoyo de dos frailes para que le apoyaran recogiendo limosnas. Al final, el 19 de septiembre de 1580, fue liberado. Pero Miguel, lejos de regresar a casa de inmediato, se enroló en el ejército y combatió contra los turcos por un mes más, con la sola intención de limpiar su nombre. Luego, el 24 de octubre el ilustre creador de El Quijote de la Mancha, se embarcó a España, para iniciar una nueva etapa en su vida.

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