viernes, 24 de octubre de 2008

PLINIO EL VIEJO

Plinio, a quien llaman el viejo, allá por el año 79, descansaba plácidamente tomando el sol en su casa de Nápoles, cuando de pronto vio a lo lejos, mar adentro, una inmensa nube en forma de hongo sobre una de las montañas de Pompeya. Plinio no era un hombre común, era filósofo y naturista romano; además fue militar en Germania y un notable escritor que realizó una enciclopedia de 37 libros, donde abarcaba temas tan diversos como la Cosmología y Astronomía, Geografía e Historia, Botánica y Agricultura, Zoología, Medicina, Arte y muchos otros temas sumamente interesantes.
Algo grave pasaba y Plinio lo sabía. Días antes hubo un temblor, el mar se alejó de las playas y muchos animales marinos quedaron tirados sobre la arena. Plinio tomó nota de todo aquello. Como gran conocedor de la naturaleza sabía que algo grave se avecinaba, y aquella enorme nube que apareció en el horizonte le dio la confirmación de sus presentimientos.
Había hecho erupción el volcán Vesubio y la curiosidad científica de Plinio se puso en movimiento opacando cualquier posible temor que le hubiera cruzado por la mente. Habló con su sobrino, también llamado Plinio y conocido como el joven, y lo invitó a ir a investigar el fenómeno, pero no aceptó. La prudencia se convertía en ese momento en buena consejera. Y más aún cuando fueron advertidos por una amiga, llamada Rectina, de la gravedad de los hechos.
Mas “el viejo” hizo oídos sordos, fue al puerto, donde estaba la flota que comandaba, dió las ordenes pertinentes y se embarcó a bordo de uno de los barcos, atravesando el golfo de Nápoles con la intención de situarse frente a Pompeña para observar detenidamente lo que estaba sucediendo.
El mar embravecido dificultó la operación. El cielo se oscureció provocándose una falsa noche, mientras una lluvia de ceniza espesa y caliente caía sin cesar. Conforme avanzaba el barco se encontraron muchas otras naves que intentaban alejarse rápidamente de aquél dramático lugar. La fuerza del viento era terrible y contraria a la nave de Plinio, por lo cual le fue imposible acercarse a la zona planeada. Por ello cambió de rumbo hacia Stabia, al otro lado del golfo, enfrente del mismo volcán.
Aquello parecía un castigo divino. Sobre Pompeya se cernía la peor de las tragedias. La explosión del Vesubio equivalía a 100,000 bombas atómicas como la de Hiroshima. La columna de ceniza, roca y piedra pómez que arrojaba el volcán ascendía a 20 kilómetros de altura. Todo aquél material caía con fuerza sobre los tejados de las casas, provocando su derrumbe. La gente huía despavorida de la ciudad, llegando aterrorizada a una playa con un mar embravecido y carente de embarcaciones que les permitieran escapar de aquél infierno.
Plinio se sentía fascinado ante el dantesco espectáculo. Y a pesar del grave peligro que aquello implicaba, bajó a tierra permitiendo que partiera su embarcación. Dicen que llegó al hogar abandonado de un tal Poponianus y hasta se tomó una siesta para descansar, mientras afuera la lava fluía estrepitosamente del volcán arrasándolo todo y precipitándose al mar.
Hubo gente que se quedó atrapada en sus casas, la lava incandescente llegó hasta sus hogares bloqueando puertas y ventanas. Muchos huían de sus viviendas, tan solo para morir en las calles asfixiados por los gases que emanaba el volcán, quedando luego sepultados en un mar de lava incandescente.
De los 12 000 habitantes de Pompeya, aproximadamente 2000 murieron en la explosión del Vesubio. En muy pocas horas la ciudad quedó totalmente sepultada.
Durante 17 siglos Pompeya permaneció sepultada. En 1899 unos campesinos realizaban unas excavaciones al pie del Vesubio cuando descubrieron 73 esqueletos de las víctimas de la erupción. Hoy en día se han desenterrado cerca de los 2000, entre ellos el de un hombre cubierto de joyas (traía más de un kilo en oro) y quien además portaba una hermosa espada al cinto. Los especialistas atribuyeron aquellos restos a Plinio, quien murió disfrutando, o sufriendo, vaya usted a saber, de aquél apocalíptico espectáculo.

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