sábado, 8 de noviembre de 2008

NAUFRAGIO EN CORNUALLES

En una aldea en la costa de Cornualles, Inglaterra, dicen que cierta mañana el pequeño templo de la comunidad se encontraba lleno de feligreses, quienes escuchaban a su vicario enjaretándoles una variante más de su prédica de siempre; cuando de pronto se escuchó un grito desaforado proveniente del exterior. “Naufragio!!!, Naufragio”. Todos se levantaron de inmediato de sus asientos y corrieron presurosos hacia la puerta, mientras el cura gritaba desesperado ordenando sin éxito que lo esperasen a cambiarse de ropa. La verdad no es que le interesara demasiado la salvación de aquellas pobres almas en desgracia, sino que al igual que a todos los de la comunidad, su interés se centraba en el cargamento que pudiera traer el buque en desgracia, que bien pudiera tratarse de metales preciosos y toda clase de joyas que se transportaban por aquellos mares. Así que también el padrecito anhelaba su tajada en el saqueo.
Eran tan frecuentes los naufragios en aquél lugar, que hasta incluían dentro de sus rezos diarios uno que decía: “Te rogamos Señor, no que ocurran los naufragios, sino que, si han de suceder, los guíes hasta nuestras costas, para beneficio de esta comunidad”
Allá por el siglo XVIII, cuando no existían los modernos aparatos de navegación, las traicioneras costas llenas de riscos y fuertes oleajes provocaron innumerables desgracias a los navíos, convirtiendo a los moradores de las pueblos costeños en auténticas aves de rapiña.
Una vez que se avistaba un barco en apuros, se reunían multitudes de hombres y mujeres con hachas, palancas, sacos y carretillas, y lo seguían a veces días enteros por toda la costa. Esto indujo a algunos marineros a creer que la gente de Cornualles en realidad dirigía los barcos contra las rocas al encender luces falsas o apagar faros conocidos. Sin embargo, son contadas las pruebas que respaldan tales suposiciones; como en muchos casos similares, es factible que se hayan exagerado al transmitirse de boca en boca.
Tan pronto los saqueadores llegaban al barco, bajaban el botín sin pérdida de tiempo. Se llevaban todos los objetos de valor: oro, plata, joyas, toneles de vino. Hasta cargaban con la madera del casco. Luego escondían todo ello en cuevas y posos para evitarse problemas.
Aunque los saqueadores cometieran tales actos, también es cierto que muchas veces la gente de Cornualles arriesgó su vida por salvar a los náufragos. Gracias a su frecuente práctica, eran diestros en maniobrar pequeños botes en la costa rocosa, y tenían fama por el heroísmo de sus rescates y su posterior generosidad con los sobrevivientes.
Cuando llegaba la autoridad a investigar, todos se hacían las blancas palomitas y si les tocaba la de malas que les encontraran algo del botín, eso les era decomisado. Tal y como pasó en 1739, cuando de por allá del fondo de la sacristía le sacaron al cura cuatro grandes barricadas de fino cogñac, así que el pobre se quedó sin su buen vino para consagrar. Porque ése si que era de muy buena cosecha.

No hay comentarios: